Desde que Bonaparte contrajera nupcias con Josefina Beauharnais,
cuya condición de cortesana conocía, es una característica de la nación francesa
su tolerancia sentimental. Josefina no le guardó las ausencias bélicas ni
siendo Emperador, y el corso consintió
de buen grado hasta que hubo de repudiarla, pero por infértil, no por pendón.
El general De Gaulle solo se acostaba con Francia, y después El Eliseo fue un
poco reflejo de la Malmaison. Pompidou,
como profesor, era más de libros que de lances, aunque no así el bigardo de su
esposa. Giscard d´Estaigne dejaba en la caja fuerte de su despacho presidencial
un mustio papelito con el teléfono donde se le podía localizar, aunque siempre
se sabía con quien estaba. Mitterand mentía tanto que hasta lo hacía por
omisión, y lo peor no es que disimulara
una segunda familia y una hija adulterina sino que ocultó a los franceses su
enfermedad terminal. Sarkozy, desinhibido, normalizó sin complejos su
sentimentalidad. Quien hubiera sido Presidente, Strauss-Khan, cayó hasta en la
cárcel por exceso de testosterona, sin que le echaran sus correligionarias. Al
pobre socialista, Hollande, que tampoco cumple su programa y necesita de más
recortes que el Presidente Rajoy, las mujeres se le hacen huéspedes y,
sorprendentemente, le debela una hipócrita opinión pública. Purga la pena de
que eso de “la compañera o el compañero sentimental” es una de las definiciones
más idiotas de la izquierda, y por mucho que retuerzas la semántica no debes
estabular en El Eliseo a tu amante en calidad de Primera Dama, a mesa y mantel,
gabinete, secretaría, transportes, seguridad y lo que necesite la acreditada
periodista conocida por tener el carácter de un rottweiler. Deberiamos saber
del maletín nuclear cuando nuestro admirado Hollande visita a su última actriz.
Francia es potencia militar atómica de respuesta inmediata y un alto oficial de
las tres armas no se separa de él bajo ningún concepto portando las claves de
los misiles. ¿Yacerán los tres juntos con la ominosa meletita?.
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