31/3/83

Un compromiso entre la policía y los sindicatos resta relieve a la marcha contra la Junta argentina (31-3-1983)



La marcha sindicalista de ayer en Buenos Aires no llegó a la histórica plaza de Mayo, donde se alza la Casa Rosada -sede de la Presidencia de la República-, en virtud de un compromiso entre el carismático líder de la rama radical de la CGT, Saúl Ubaldini, y la policía. La manifestación conmemoró la primera movilización contra la Junta Militar, en la que fue asesinado, hace un año, un obrero en la ciudad de Mendoza.

Ubaldini declinó responsabilidades en caso de que se integraran provocadores en la manifestación, pero acabó accediendo a detener la marcha frente al monumento al Trabajo, a 100 metros del edificio histórico de la CGT argentina, hoy sede del sindicalismo moderado.Posteriormente, el propio Ubaldini intentó, infructuosamente, convencer a sus camaradas para reconvertir la marcha -que se inició cerca de las diez de la noche (hora de Madrid)- en una simple concentración ante su propia sede sindical. La CGT moderada se negó a sumarse a la convocatoria.

No obstante, nadie esperaba anoche que la manifestación sindicalista degenerase, como ocurrió hace un año en el centro de Buenos Aires, en un pandemónium de gases, tiros y palos; entonces, y sólo en la capital, el Ejército y la policía detuvieron a 2.000 personas. Aquel día Argentina empezó a cambiar, y 72 horas después la Junta Militar decidía la ocupación de las Malvinas para disolver las tensiones internas.

Saúl Ubaldini y Jorge Triaca (el otro líder sindical) coincidieron el martes en un diálogo versallesco transmitido por Radio Mitre. Entre parabienes por el éxito de la huelga general del lunes, ambos coincidieron en que el próximo Gobierno constitucional se encontrará con una CGT unificada.

Sea como fuere, el protagonismo de los sindicatos en la transición democrática argentina es imparable, quedando relegados los partidos políticos a un modesto tercer puesto, detrás de aquéllos y de íos militares.

Es un secreto a voces todo el cuchicheo que entre bastidores se traen los militares y los sindicalistas. El Ejército, tremendamente elitista, siempre ha despreciado a esa chusma de descamisados peronistas que ni siquiera saben jugar al polo. Pero ahora necesitan con urgencia un aliado socialmente poderoso con el que pactar su impunidad e intentar controlar al peronismo. Los sindicatos, por su parte, no reprochan abiertamente al Ejército haber hecho desaparecer a 30.000 personas, sino haberse aliado con la oligarquía agrícola y ganadera en vez de con la clase trabajadora. Y ahora buscan el pacto para ser hegemónicos en el advenimiento de un Gobierno civil.

Los pobres políticos demócratas, perdidos en los pantanos de sus elecciones internas (hay dos o tres líneas por cada partido que se tienen que decantar antes del verano español), colocando mesitas por las calles para recoger afiliaciones, han puesto el grito en el cielo y denuncian que un eje militar-sindical propiciará el resurgimiento de una nueva izquierda radical y violenta.

La debilidad de los partidos

Pero el caso es que este país se parece en muchos aspectos de su vida política a la España del año de 1976, y, o se pacta la salida hacia la democracia, o habrá que esperar un golpe aún más duro que el de Videla en ese peligrosísimo interregno que va de las elecciones de octub re a la entrega del poder militar en enero de 1984.Los partidos son muy débiles, y, desde siempre, militares y sindicatos han jugado aquí al perro del hortelano. Los militares están demostrado que ocupan el poder cuando quieren, pero nunca saben gobernar. Los sindicatos también tienen demostrado que pueden hacerle la vida imposible hasta el fracaso a cualquier Gobierno democrático. Y ahora ambos se están mirando y diciéndose: "¿Y por qué no pactamos para darle una administración fuerte a este país?". Esta es la corrupción de los pactos de la Moncloa y de nuestra ley de amnistía, que aquí te piden por doquier en cuanto te escuchan acentuar las palabras correctamente. Les falta un Adolfo Suárez, pero echan en falta a un Felipe González, que aquí goza de notable popularidad (toda la Prensa le llama Felipillo, en el convencimiento de que así le tildan los españoles).

Por lo demás, el teniente general Cristino Nicolaides, responsable del Ejército de Tierra, ha ordenado que todos los jefes y oficiales que hagan declaración jurada de bienes.

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