La huelga general argentina
ordenada por la peronista Confederación General del Trabajo (CGT) había
alcanzado a primera hora de la tarde de ayer, y aún a falta de datos oficiales,
un notable éxito en las primeras provincias del país.
Desde las cero horas del
viernes, la concurrida noche de la capital federal comenzó a despoblarse ante
el temor de los noctámbulos de no encontrar transporte de regreso a casa, y
algunas vidrieras de confiterías y restaurantes que permanecían abiertos fueron
apedreadas por piquetes de exaltados. Incidentes análogos se produjeron en Mar
del Plata, principal balneario veraniego de la provincia de Buenos Aires, y en
Córdoba, la segunda ciudad del país.En la capital federal funcionaron
precariamente las cinco líneas del tren subterráneo atendidas por personal
jerárquico. El transporte de superficie quedó paralizado, excepción hecha de
algunos taxis manejados por sus propietarios, y en toda la capital fue
autorizado el aparcamiento indiscriminado de vehículos particulares; la paralización
de los ferrocarriles fue prácticamente completa. El aeropuerto internacional de
Ezeiza se mantuvo operativo para las llegadas internacionales -en Argentina los
aeropuertos están controlados por el Ejército del Aire- aunque la mayoría de
las compañías cancelaron sus vuelos al exterior.
Los diarios salieron en
ediciones reducidas y sin publicidad, y las radios y televisiones emitieron
programas enlatados y breves espacios informativos elaborados por los jefes de
redacción. El absentismo en las oficinas públicas fue superior al de las
anteriores tres huelgas generales desde la recuperación de la democracia hace
poco más de dos años. La huelga de correos, teléfonos y médicos apenas se notó,
dado que dura desde hace días.
Exito predecible
No obstante el predecible
éxito de esta cuarta huelga general contra la política económica del Gobierno
radical, debe rebajarse con las características del día y la temporada de su
convocatoria. Un viernes de enero en Argentina es como un viernes de agosto en
España, y la CGT, tras tres fracasos parciales, escogió con tino la fecha de su
cuarta medida de fuerza. La mayoría de los argentinos se regaló un puente
laboral hasta el lunes. El jueves, en Buenos Aires se agotó el boletaje de
aviones, ferrocarriles y autobuses hacia los balnearios atlánticos o las
serranías cordobesas, y el Automóvil Club argentino garantizó la venta de nafta
en las rutas de salida veraniegas de la capital federal.Puede afirmarse que la
mayoría del pueblo argentino entiende que el plan económico del Gobierno es el
único y viable mal menor, que la huelga general nada va a solucionar, y hasta
que la CGT está procurando antes el debilitamiento político del Gobierno que la
solución de los gravísimos problemas de subsistencia de los más desposeídos.
Pero el cansancio, la resignación y la impotencia que distinguen ahora a los
argentinos invitan a quedarse en casa un viernes del mes más tórrido del
verano.
Por lo demás, el Plan
Austral, perfectamente explicado en sus comienzos por el Gobierno, ha carecido
de un adecuado seguimiento informativo y publicitario, y sus rigores han sido
adecuadamente explotados por la CGT. Uno de los carteles convocantes de la
huelga que han empapelado Buenos Aires reproduce el recibo mensual de un obrero
metalúrgico con ocho años de antigüedad en su empleo: 68 australes; menos de
10.000 pesetas.
Para los más, la jornada
sólo podía ser otra matera, para quedarse en casa sorbiendo mate
de la bombilla cebada, despatarrados frente al ventilador y el televisor.
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