El presidente argentino,
Raúl Alfonsín, arremetió duramente el pasado viernes contra la peronista
Confederación General del Trabajo (CGT), único sindicalismo argentino, y contra
el Partido Comunista Argentino (PCA), acusando a ambos de "agitar y herir
a la democracia". Alfonsín pronunció su filípica en la provincia de Río
Negro, adonde acudió a rehabilitar una fábrica de maquinaria, paralizada desde
1980.
Alfonsín, que ha suspendido
las vacaciones veraniegas presidenciales, salió así de un largo silencio,
poblado por los últimos errores de su Gobierno. La oposición, por su derecha y
por su izquierda, había metido en la máquina
de picar carne la liberación
y posterior fuga de Raúl Guglielminetti (el ex miembro de los servicios
secretos entregado por España), los ascensos de dos oficiales implicados en la
conspiración antidemocrática que obligó a dictar el estado de sitio, el
inexorable deterioro del plan antiinflacionario austral y la exigua subida lineal de salarios del
5% decretada por el Gabinete.Pese a la obligada tregua del verano austral, una
rociada de huelgas ha caído sobre la capital federal, de bancarios, de
basureros, del ferrocarril subterráneo, con la culminación de paros parciales y
trabajo lento de los empleados telefónicos y telepostales, que han incomunicado
el país con el exterior y suspendido la telefonía interior por operadora, cercenando
los servicios de télex nacional e internacional y acumulando en Buenos Aires
cinco millones de cartas sin repartir. El día 24, y en reclamación de mayor
aumento salarial, la CGT ha llamado a la huelga general por 24 horas: el 24 por 24.
Al tiempo, las juventudes
peronistas han empapelado las paredes de la capital con la efigie de un niño
mirando ensoñadoramente al cielo y la leyenda siguiente: "Patria querida,
dame un presidente como Alan García". Desde Río Negro, Alfonsín ha retomado
el contraataque en uno de sus clásicos discursos admonitorios y coléricos, de
joven abuelo regañón, en los que resulta maestro.
Con la CGT careció de
piedad, recordándole las palabras y los esfuerzos del general Perón durante su
último Gobierno para evitar la persecución mutua de los salarios y los precios,
que abocó finalmente en la hiperinflación ahora yugulada. Vino a acusar a la
dirección sindical de demagogia y de anteponer intereses políticos y de
prestigio personal a las necesidades reales de la clase trabajadora.
Cruel e irónico
Fue cruel e irónico con
quienes patrocinan moratorias unilaterales en el pago de la deuda externa,
aseguró haber roto la ortodoxia del Fondo Monetario Internacional con el Plan Austral y denunció a la CGT como autora de un
plan político de desprestigio contra el Gobierno democrático: "... Se va a
un paro; van a parar el país. Por lo menos, que sirva para la meditación. No
importa tanto el 24, lo que importa es el 25".Tras fustigar por su derecha
-el sindicalismo argentino es una poderosa fuerza objetivamente reaccionaria,
en excelentes términos con la Iglesia católica, las fuerzas armadas y la gran
patronal-, el presidente de la República se enfrentó por primera vez con el
PCA.
Las querellas, mejor o peor
llevadas, de Alfonsín con la CGT para nada mueven a asombro, pero el ataque
abierto y explícito contra los comunistas es una bomba política que precisa de
alguna explicación.
El PCA fue reclamado por
Perán en 1945 para sumarse a su proyecto revolucionario. Los comunistas
declinaron la oferta -"vuelan bajo", comentó el general-,
enajenándose al proletariado argentino. A finales de diciembre, el PCA publicó
en los diarios un sorprendente documento autocrítico reconociendo haber errado
en su valoración de los movimientos guerrilleros argentinos del decenio de los
setenta y admitiendo que una de las vías de lucha contra la oligarquía nacional
e internacional de Argentina podía ser la subversion armada. Así, quienes
prohibieron a sus miembros resistir a la barbarie de la dictadura militar
sugieren ahora que podría llegar a ser bueno levantarse en armas contra la
democracia liberal.
La incomprensible pirueta
acabó redondeándose con una inusitada luna
de miel entre el PCA y el
Movimiento Al Socialismo (MAS), de inspiración trotskista, cuyo primer fruto
consistió en los desórdenes públicos, de gran violencia, protagonizados el
pasado lunes por juventudes de ambos partidos en pleno centro porteño con
ocasión de la visita a Buenos Aires del banquero estadounidense David
Rockefeller.
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