Telesforo Monzón, ministro de la Gobernación del
Gobierno vasco en 1936, ha afirmado recientemente, en un mitin celebrado en
Alava, que los vascos no son españoles. ¡ Loado sea Dios! ¿Acaso los vascos
serán chinos? El señor Monzón argüirá presumiblemente que los vascos no son
españoles porque son vascos. Por la misma regla de tres los catalanes están en
su derecho de estimar que no son españoles porque son catalanes, los murcianos
porque son murcianos, los gallegos porque son gallegos, los valencianos porque
son valencianos.... ad infinitum. Puestos a decir boutades,
el señor Monzón, al menos, podría haber sido equitativo y afirmar que los
vascos no son españoles ni franceses, porque hay tres provincias vascas en el
departamento francés de los Pirineos atlánticos.Los regeneracionistas, como
Costa, proponían escuela y despensa para sacar al país de su atonía y
duermevela. El lema sigue vigente, pero cada día la necesidad de la escuela
parece ser más imperiosa que la de la elemental, despensa. A estas alturas, la
mayoría de los españoles ignoran sus señas de identidad históricas y tienen de
España una idea propia de los felizmente desaparecidos manuales de Formación
del Espíritu Nacional.
No sabemos si los vascos serán
españoles, pero sí consta que los vascos coadyuvaron activamente a la
construcción,de España, a la mezcla y suma de sus diferentes poblaciones, con
asentamientos y migraciones que llegaron hasta Extremadura.. Y para qué
extenderse sobre nuestro siglo XVIII; imposible de historiar si. se le desbroza
de apellidos vascos.
Pero lo peor del señor Monzón no es su incultura
histórica y política -nata o deliberada-, sino sudesconocimiento de
hechos aún no lejanos -la guerra civil- de lbs que debería guardar memoria por
cuanto fue protagonista activo. A lo peor los batallones de aguerridos gudaris
que tras perder Bilbao se rindieron por su cuenta y riesgo a los italianos en
Santoña (dejando literalmente con la espalda al aire al resto de las tropas
republicanas de Santander) tiraron sus fusiles a los pies de un ejército
extranjero, porque, fuera de Euskadi, ya no tenían razón por la que luchar (¿ni
siquiera por la democracia agredida?). A lo peor es cierto lo que se cuenta y
se ha escrito acerca de las proposiciones del presidente Aguirre al doctor
Negrín: crear divisiones vascas que atacaran Navarra por la traición
de esta última para con la causa vasca. A lo peor son ciertos los dislates de
un Gobierno vasco que ante el avance de Mola se quería rendir a Gran
Bretaña.
Si es cierto la proclamación del eje
Bilbao-Barcelona, los intentos anticonstitucionales e infantiles por parte de
respetables personalidades como Aguirre y Companys, de hacer política
internacional desde sus respectivos Gobiernos autonómicos, y toda la
desesperación que a este respecto (que no es más que el entendimiento de
España) traslucen los más amargos escritos de un personaje tan poco sospechoso
de intolerancia o centralismo como Manuel Azaña.
Bien. Pues hete aquí a cuarenta años vista, otra
vez los flecos del tinglado de la vieja farsa. De la mano del señor Monzón
(hombre honesto que desde su cargo en el Gobierno vasco salvó numerosas vidas
franquistas), que ha perdido el rumbo político e histórico sólo por fabricar
una frase dedicada a la galería. Lo peor que se le puede decir al señor Monzón
es que eso de que los vascos no son españoles lo suscribirían -y lo han
suscrito muchos años- las mentalidades más reaccionarias de este país. Las que acuñaron
y esgrimieron los términos de la antiespaña y la antipatria, las que
sojuzgaron a un pueblo como el vasco y que en nombre de intereses
conservadores y católicos-pasaron por las armas a muchos católicos y
conservadores.
Hoy la situación, en todos sus niveles
-económicos, políticos, educacionales, de estratificación social- son muy
diferentes. Pero la sombra del cantón vuelve a asomar su cómico gorro.
Hasta Cartagena (¡Viva Cartagena!) se encrespa a la hora de entrar en una
regionalización murciana. La buena política de los Reyes Católicos (buena a
cortísimo plazo y funesta en el largo horizonte de la historia de este país) ha
degenerado en un desconocimiento de lo que es en realidad España, que conduce
no ya a los separatismos de las nacionalidades o regiones, sino al separatismo
de las cabezas de partido. Ya se ha escrito en este periódico que por vía de
sarcasmo lo más inteligente que se plantea en estos momentos sobre las
nacionalidades es la reclamación de los zamoranos: «Autonomía para Zamora y puerto
de. mar».
La verdadera España fue aquella en la que en
Toledo convivían moriscos, judíos, mozárabes, cristianos, gitanos y gente de
toda raíz y laya, en buen orden, consenso y respeto por cada lengua, costumbre,
oficio y condición. Y esa es la España que hay que recuperar. Una España en la
que todos sus pueblos se identifiquen por el respeto mutuo a la libertad de
cada cual dentro de un Estado soberano y garante de tales libertades. Y a esa
recuperación de la auténtica España acabaremos por llegar, mal que les pese a
los intolerantes de la antipatria o a los demagogos del «nosotros no
somos españoles». Porque España tiene que dejar de ser una «unidad, de destino
en lo universal» y convertirse en un Estado que defienda y ampare las
nacionalidades o regiones que engloba. Nada nuevo. Simplemente lo que España
fue cuando la tolerancia y la cultura primaban sobre la opresión política y las
banderías de los agraviados.
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