Una condena unánime por
parte de todas las fuerzas políticas y una generalizada sensación de tristeza y
depresión son las reacciones de la sociedad argentina ante el primer intento
serio de atentado contra el presidente Raúl Alfonsín. El pasado lunes, y dentro
de su política de acercamiento a las fuerzas armadas, el presidente visitó los
acantonamientos del III Cuerpo del Ejército, con sede en Córdoba, la segunda
capital del país y centro geográfico relativo de la nación. Una llamada
telefónica anónima denunció la existencia de un explosivo en el mismo cuartel
general.
Policía militar y
artificieros descubrieron dos panes de trotyl,
un tipo de explosivo, en una alcantarilla, dispuestos para ser explosionados a
distancia, en las lindes del casino de oficiales, bajo una pista de asfalto por
la que debía transitar el automóvil del presidente.Desactivado el artefacto,
Alfonsín se dirigió a los jefes y oficiales del históricamente conflictivo III
Cuerpo de Ejército, que recibieron sus palabras en silencio, que no le aplaudieron
y que renunciaron a formular preguntas en el frustrado coloquio posterior.
El presidente, Alfonsín
había aterrizado en la Escuela de Aviación Militar de Córdoba en el aparato
presidencial Tango 01, y
efectivos militares y cuadrillas municipales debieron borrar apresuradamente de
las paredes de los edificios colindantes leyendas infamantes contra la
Presidencia de la República y contra el jefe del Estado Mayor del Ejército,
general Ríos Eruñu. El microcentro de la ciudad había sido sembrado con octavillas
del mismo tenor.
'Mano de obra desocupada'
Antes de regresar a Buenos
Aires, el Tango fue rastrillado exhaustivamente ante el temor de, que hubiera
sido saboteado.El ministro de Defensa, Germán López, convocó en el edificio
Cóndor de la capital federal a toda la cúpula militar para analizar la
situación, y ayer se esperaba, cuando menos, la destitución y pase a retiro del
general Aníbal, Verdurá, comandante en jefe del III Cuerpo de Ejército. Desde
hace dos semanas, lo que en la Argentina se entiende por mano de obra desocupada -servicios de información de la
dictadura militar, parapoliciales, paramilitares, torturadores, sin trabajo,
terroristas de la extrema derecha, militares fanatizados en la pasada guerra
sucia contra la subversión- han desatado una nueva ola desestabilizadora: las
oficinas del dirigente peronista Vicente Leánidas Saadi fueron voladas con una
bomba, y nueve artefactos explosivos destruyeron en una sola noche otras tantas
parroquias -sedes locales- de la Unión Cívica Radical en el Gran Buenos Aires.
Ayer se informó de otra bomba en Rosario.
El atentado contra Alfonsín
culmina por el momento esta escalada de amedrentamiento que coincide con el
malestar de las Fuerzas Armadas por las sentencias contra la penúltima Junta
Militar por la pérdida de la guerra de las Malvinas. La gravedad de este
frustrado atentado reside en que se ha fraguado dentro de una de las más
poderosas unidades militares del país, y en que un segmento de las Fuerzas
Armadas -los despreciados y desprestigiados milicos-, han entendido finalmente
que no hay involución, ni regresión política posible que no pase por la muerte
fisica o el acobardamiento de Raúl Ricardo Alfonsín.
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