En este país sólo hay dos condes: el de
Barcelona y el marqués de Santa Rosa del Río. Dicho sea sin demérito de otros
blasonados, pero en honor de la realidad política. Desde el 14 de mayo sólo
cuenta José María de Areilza, conde consorte de Motrico. Don Juan de Borbón,
presumiblemente cansado, física e históricamente, ha soltado el ancla de su Giralda
con el deje de amargura que Sainz Rodríguez imprimió a su discurso de renuncia
dinástica.Resta, por tanto, un solo conde, abatido a su vez, mal que le pese,
por sus soledades. José María de Areilza inspira ternura; de alguna manera le
ha tocado representar el papel del antihéroe, del eterno aspirante a la
Presidencia del Consejo, siempre derrotado en el último momento por el más malo
de la película o, simplemente, por un contrincante demasiado joven y exultante
y satisfecho de sus logros, como para obtener más dosis de simpatías populares
que papeletas electorales.
¿Y por qué inspira ternura política el conde? Diría
que porque no es N ixon; y además todos sabemos que, al contrario de Dicky,
el tramposo, es tan brillante que ni siquiera juega a ganar. Al conde se le
puede recordar -si así se quiere- hasta aquello que él mismo ha rememorado
públicamente y con notable honradez: desde su amistad con Ledesma Ramos a su Reivindicaciones
de España -junto con Castiella-, su primera alcaldía franquista de Bilbao,
las destacadas embajadas que desbloquearon internacionalmente El Pardo, y otros
largos y excelentes servicios al antiguo régimen. En el franquismo pudo ganar
el pleno pero le faltaba mediocridad. Nadie dirá del conde lo que ya antes de
Franco se decía de Madariaga: que era tonto en cinco idiomas. Al contrario; es
un hombre de amplia cultura, calza la talla del estadista, no tiene a la
política por un lúdico ejercicio intelectual, carece de prejuicios ideológicos,
y tuvo -y sigue teniendo- el valor moral de apostar al número que no sale, si
piensa que es el que debe salir.
Tras su embajada en París realizó una travesía
del desierto que probablemente no creyó tan larga. Pero después de Ridruejo
(salvando todas las distancias) fue uno de los primeros vencedores en saltar el
Rubicón para ir deliberadamente a estrellarse en la otra orilla de los
vencidos. Su debilidad, empero, fue la de la impaciencia. Hasta quienes más le
quieren no dejan de estimar que necesita presidir un Gobierno. Y tiene
prisa.
Sólo por esa premura se comprende que aceptara
una cartera del Gobierno Arias Navarro sin que su talento le avisara que el
ahora candidato al Senado por Alianza Popular no se había transmutado tras un
20 de noviembre, ni que las sombras de Franco poblaban aún el palacete de
Castellana, 3. A tales extremos llegó la obnubilación de su instinto político
que toleró que se le ayuntara junto a Fraga como el otro hombre de la
reforma.. Y ya sabemos en que quedó aquella reforma, de qué va Fraga, dónde
estaban las claves del auténtico intento de cambiar las cosas -aún cuando sea
para que todo pueda quedar como estaba- y cómo el conde agrietó su propia peana
dejándose-prohibir sus entrevistas en televisión o prohibiéndose el habla y la
acción tras sucesos como Montejurra o Vitoria.
¿Fue un oportunista del último Gabinete Arias? En
absoluto. Fue un optimista histórico, pero carente de la astucia táctica
de los marxistas. Después de aquella larguísima tarde del 3 de julio en su casa
de Aravaca, con los periodistas en la puerta hasta que su televisor le dio la
noticia de que el Ministro Secretario General del Movimiento había sido
nombrado presidente por el Rey, entró en una lógica «tristeza» política que le
condujo a situaciones tan desairadas como las que le deparaban los no
desmentidos comentarios semipúblicos de Osorio: «A Areilza hay que colocarle en
su lugar y ofrecerle el puesto quince en las listas electorales de Madrid.»
¿Qué puesto habría que ofrecerle -me pregunto- a Osorio?
Tras su salida del Partido Popular y su
defenestración del Centro Democrático, parece buscar las pistas perdidas de su
segunda travesía del desierto. Sus seguidores se frotan las manos. «Aún
tiene por delante unos cuantos buenos años -vienen a decir- y debe dedicarse en
los próximos meses a aglutinar a la auténtica derecha democrática española. Y
eso es lo que va a hacer.»
Pocos dudarán de que tal es su cometido y hasta
su obligación. Pero vuelve a aparecer como políticamente presuroso e
irresignable al papel de patriarca no ejecutivo de la derecha democrática, que,
acaso, todavía podría desempeñar. En este mismo periódico ha justificado su
ausencia de las elecciones y ha descalificado con su habitual brillantez los
comicios de junio. Le sobran razones y le falta la razón. No comprende que a
las elecciones hay que llegar. Desde sectores democráticos ya se ha dicho lo
que será el 15 de junio. En esa denuncia residía una obligación moral. Pero,
por encima de todas las legítimas objeciones que se puedan poner sobre el
proceso electoral, hay que llegar a él; particularmente cuando tantos intereses
se centran en que el 15 de junio no sea un día de urnas.
Cuando hasta la izquierda del PCE -no legalizada
por el Gobierno- sale a la calle a buscar votos y pese al injusto trato
recibido, no rechaza las elecciones, Areilza se aúpa en un pedestal de pureza
de dudosa eficacia.
Se diría que el conde, purificado en sus
sufrimientos políticos -comprensibles y hasta compartidos por muchos-
pretendiera transitar por un sendero de pétalos, único impoluto en la mezquina
historia que ahora se cuece, y aspirante a conciencia moral de la nación o de
las derechas que van a votar socialista. Es una ingenuidad indigna se su
experiencia e inteligencia.
El conde perderá previsiblemente sus próximos
años de vitalidad política y desperdiciará la posibilidad de erigirse en el
Catón de la derecha democrática de este país. Podría inspirarla desde su Colombey-les-deux
-Eglises,junto a Motrico, recordando los pilotos de altura de su viejo
pueblo vasco; pero prefiere aspirar a dirigir el cabotaje de la política
española de 1978.
Con todas las reverencias que merece este español
ilustre, inteligente, internacional, legítimamente ambicioso y merecedor
de mayor fortuna, alguien debiera indicarle con el índice el último camino
tomado por el conde que le precede en el rango.
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