Un ministro de este Gobierno comentaba
recientemente, en privado, que el Gabinete tenía por políticamente imposible
una gira del Rey por el País Vasco. ¡Lamentable papel el de unos hombres que
dicen servir a la Corona y se ven obligados a desaconsejar al Señor de Vizcaya
una visita a Bilbao!Quizá la realidad no sea tan sombría o, al menos, acaso en
el País Vasco aún no se haya alcanzado el punto de no retorno, pese a la
inquina vertida sobre este pueblo en cuarenta años. Pero qué duda cabe que en
las últimas 48 horas, los señores ministros han hecho mucho por encolerizar a
Guipúzcoa y a toda Euskalerría.
Este Gobierno no podía ignorar que necesitaba
llegar a las elecciones, y hasta iniciar sus reformas políticas principiando
por el logro de una tregua en Euskalerría. Se hicieron algunas cosas, pero se
hicieron torpemente, con notoria ignorancia de los sentimientos vascos, tarde,
lento y mal. El Gobierno despenalizaba la ikurriña y creía haber ganado seis
meses de sosiego. El Gobierno remitía emisarios a San Juan de Luz con el
sutilísimo recado de que si ETA suspendía la acción armada y hacía entrega de
armas, los presos vascos serían liberados después. Luego vino lo de la amnistía
por capítulos, después la promesa de que «para Navidad, todos en casa», y,
finalmente, a un mes de las elecciones se vuelve a tirar con bala en Rentería
sobre los vascos que piden la liberación de sus presos. Toda una política.
La confusa, profusa y casi vergonzante nota del
Gobierno Civil de Guipúzcoa sobre los sucesos del jueves, revela la falta de
autoridad moral de la Administración ante el problema vasco. Es una estolidez
del gobernador de Guipúzcoa esa llamada a la reflexión sobre la violencia y
agresividad desencadenada « ... por los diversos grupos». Ayer Guipúzcoa estaba
en paro total, y no precisamente por la acción de ningún grupo. El Gobierno
sabe que se encuentra ante la reclamación, muy sentida, muy vívida de todo un
pueblo, y que no va a arreglar nada echando a los vascos a los pies de los
caballos.
Y el Gobierno también sabe otras cosas. Sabe, por
ejemplo, que las fuerzas de la Guardia Civil deben ser sustituidas en
Euskalherría por mikeletes. Martín Villa sabe perfectamente que es obsoleto y
peligroso utilizar fuerzas de Guardia Civil en cascos urbanos, y que
utilizarlas en las calles de Rentería no difiere en nada de disolver
manifestaciones con metralleta en los madrileños bulevares de Arturo Soria. Lo
sabe, quiere hacerlo..., pero no lo hace.
El señor Lavilla no desconoce que tiene que
vaciar las cárceles de políticos antes del 15 de junio¿A qué espera? Los
ministros andan por ahí reconociendo que no pueden llevar al Rey al País Vasco,
y que Guipúzcoa está a las doce menos cinco de un crispado separatismo. Y el
Gobierno, en vez de afrontar el problema inmediatamente, recurre a la
metodología de los años de Carrero Blanco: si los vascos protestan, se les
reprime, si siguen protestando, se abre fuego por las calles.
Sería engañar al país empezar ahora a condolernos
por lo que ocurre en Euskalerría, o condenar genéricamente las violencias
físicas, y nada más. Los errores políticos son también una forma de violencia.
Y en política, el mayor de los errores es no hacer nada. Exactamente lo que el
Gobierno está haciendo con el pueblo vasco.
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