8/10/07

La otra memoria histórica (8-10-2007)

Interno durante años con los salesianos, de los que guardo gran recuerdo, participé de misa diaria haciendo de monaguillo en latín, de Acción Católica, de la adoración nocturna y del rosario de la aurora a más de frecuentes visitas al Sagrario. Menos mal que mi habitación-celda estaba encima de la capilla. Que luego diera en agnóstico, que es otra fuente de zozobras, no hubiera evitado de vivir el 36-39 que el Frente Popular me hubiera fusilado sin más. Quinientos mártires de la Iglesia, y más de 2.000 en lista de espera, van a ser beatificados por la Iglesia con pompa y circunstancia pero también con elegante discreción. Se les contextualiza en la terrible violencia del siglo XX europeo y el auge y caída del nazi-fascismo y el comunismo y, en España, entre 1934 (revolución socialista-nacionalista) y 1939 para evitar una connotación especial a la estricta Guerra Civil.

Franco ordenó una «causa general» que no creo que leyeran ni sus autores, y de mis años de misticismo no recuerdo que los curas demonizasen a las izquierdas o hicieran recuento de los suyos asesinados por su fe y perdonando a sus sayones. Durante todo el franquismo la Iglesia tuvo tiempo de sobra para beatificaciones pero se movió con una cautela despaciosa. Fue el Papa Wojtyla y su sucesor Ratzinger quienes abrieron las puertas finales a este masivo beaterío inédito en la Iglesia que sólo coincide por casualidad con la ley de memoria histórica que pretende aprobar la izquierda. La II República comenzó quemando iglesias y diciendo Azaña aquello de que «todos los conventos de Madrid no valen la vida de un solo republicano». Cuando se desesperó al final le comentaba al doctor Negrín: «El Museo del Prado vale por la República y la Monarquía, juntas». Azaña hizo su contradicción histórica en dos frases y ocho años.

La memoria es selectiva, y la histórica más. La beatificación en ciernes chirriará sobre los santos laicos que fueron fusileros socialistas y comunistas ante curas y monjas y seminaristas y novicias desvalidos. Anular todas las sentencias del franquismo es un brindis al sol y obliga a suponer que ni una sola fue justa, aunque se tratara de un criminal, lo cual es imposible por cálculo de probabilidades. Existe la tentación de ir más lejos y derogar toda la legislación franquista al ser éste un régimen ilegal. Los remamahuevos tendrán en cuenta que ello dejaría sin efecto la designación de Don Juan Carlos como sucesor de Franco a título de Rey. Con lo que ya estaría tranquilo el republicanismo de los nuevos rojos. Para fiesta, prefiero la del Vaticano.

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