En la Prensa insular canaria, los anuncios del
mitin de Felipe lucen la siguiente apostilla: En este acto no se rifará
ningún coche. Días antes, en Las Palmas de Gran Canaria, Landelino Lavilla
había metido gente en un estadio ofreciendo, a más de sus encantos electorales,
boletos para la rifa de un auto, cinco televisores y cinco bicicletas. El mitin
salió bien, pero el número del coche rifado, sencillamente, no salió. Ante el
clamor local, los periódicos publicaban anteayer una nota dejando bien claro
que el auto sería donado a las Hermanitas de los Pobres. Un dato más para
reconocer que, a Felipe, sus propios adversarios electorales le están poniendo
la campaña como a Felipe IV las bolas del billar.En el avión que le desplaza a
las Canarias, siempre en turista, como uno más, Felipe soporta
entrevistas, fotografías, invitaciones de la tripulación para acceder a la
cabina, peticiones continuadas para signar un autógrafo sobre los anuncios que
del cambio socialista publican los diarios que reparten las azafatas. Mueve a
asombro toda la resistencia psicológica que pone en juego este o cualquier otro
candidato. Al lógico cansancio inherente. a la campaña debe sumarse el continuo
relampagueo de los flash, las entrevistas, las conferencias de Prensa,
los almuerzos of the record, el continuo abrasamiento personal del líder
en campaña. Se le pregunta a Julio Feo, manager de esta crueldad, que
cómo pueden soportarlo cuando ya los periodistas se derrumban por los asientos
del bus y las recepciones de los hoteles. "Haciendo vida de atletas
de competición", contesta.
Y fresco, como un atleta, salta Felipe al campo
de futbol de Las Palmas de Gran Canaria. Pese a la media entrada -son las tres
de la tarde, y hay que tener moral de combate para trucar la siesta por un
mitin-, el campo hierve de entusiasmo. Sin rifas. Tan es así la despolitización
de esta campaña socialista, que la megafonía del campo no emite La
Internacional -aún estoy por escuchar el "Arriba, pobres de la
tierra..."-, sino El himno de la alegría, de Beethoven, en versión
popular no cantada. El estadio se derrumba sobre Felipe en una catarata de
emotividad. Una niña -obviamente programada- sube al escenario con un clavel
rojo para entregárselo al orador. Le tironea del jersei mientras éste habla. Al
final, Felipe la coge en brazos y continúa su perorata moralizante ante el
entusiasmo de miles de canarios.
Despues da la vuelta al campo de futbol en el que
ha hablado, arrojando claveles por encima de las verjas de seguridad, rodeado
por los policías, los periodistas y el equipo de sus fieles del partido. Cae un
fotógrafo de espaldas sobre el césped y peleamos todos con una seguridad
interior que larantiza -necesariamente- la salida del líder por algún
vomitorio. El cronista tiene la musculatura dolorida, pese a ir trufado de
pegatinas, colgajos, y múltiples acreditaciones partidarias, casi como un
hombre-anuncio del PSOE, por mor de cruzar dos veces por día la cadena que
rodea a este hipotético próximo presidente del Gobierno. Resulta admirable
observar cómo los karatekas de su escolta le despegan con dos dedos de
una mano de abrazos y efusiones mientras portan un radiotransmisor pegado a una
oreja. Luego, en los almuerzos, los transmisores descansan sobre los manteles,
y entre el pescado y la carne y la charla generalizada vamos sabiendo y
decidiendo sobre cómo están las cosas kilómetros adelante. Y, siempre que
puede, Felipe toma por unas horas una habitación de hotel para hacer de ella
refectorio y descanso privado.
Va desgranando entre discurso y discurso su idea
de cómo quiere que sean las relaciones entre la sociedad y su Gobierno. Quiere
establecer una línea caliente -así la denomina- entre los ciudadanos y el
hasta ahora inmaccesible Palacio de La Moncloa. Una serie de líneas telefónicas
a las que las gentes abrumadas por los problemas y las desatenciones puedan
llamar, plantear sus quejas y ser atendidas. Tambien quiere resucitar aquellas charlas
junto al fuego de aquel Roosevelt que sacó a Estados Unidos de la depresión
de su depresión económica contando a sus compatriotas la verdad de las cosas y
las miserias del Gobierno. Ese "¡Adelante! ¡Animo!" con que Felipe
acaba sus discursos.
Conexión
carismática
Entre Gran Canaria y Tenerife la comitiva que
vende la idea del cambio opta por el jet-foil prescindiendo del avión.
Un excelente aerodeslizador naval del que el candidato prueba los mandos. Se le
acercan pasajeros y piden consejos. Otra vez el atosigamiento del avión. En
Santa Cruz de Tenerife, tras la obligada rueda de Prensa en un hotel, la plaza
de toros no da a basto. Miles de personas se quedan fuera peleándose en los
vomitori6s. El ruedo y las gradas estan abarrotados. La conexión del líder con
la gente es carismática e instantánea. "¡Este pueblo tiene derecho a la
esperanza. Y el cambio sale de ahí, de ahí, de ahí, de ahí -señalando con el
índice a diferentes graderíos-. ¡Queremos poner a este país a trabajar!".
Abierta contraposición con el eslogan de los golpistas, que sólo aspiran a
meter a este país en cintura. Muchos jóvenes y muchos viejos. Un anciano, casi
en éxtasis, se mantiene minuto tras minuto con un programa socialista en una
mano y un clavel en la otra, en alto, votivamente. La Cruz Roja retira en
camillas a los desmayados. (En esta campaña siempre hay un lugar y una atención
para los minusválidos). Hombres curtidos lloran... Se advierte en las
expresiones de sus rostros ese "no es posible que esto sea otra vez
verdad". Y el coso se viene abajo entre aplausos y vítores cuando Felipe
saca del baúl las viejas palabras herrumbrosas: el trabajo bien hecho, la
solidaridad, la honestidad, la alegría, el ofrecimiento y la llamada de que si
entre todos nos lo proponemos, este puede dejar de ser un país de tercera.
Felipe González en sus mítines parece acercarse
al tono moral de los tres discursos de Azaña en los campos de Mestalla
(Valencia), Lasesarre (Baracaldo) y Comillas (Madrid), que en 1936 dieron el
triunfo a una coalción de izquierdas capitaneada por los burgueses ilustrados
de los que don Manuel podía ser paradigma. De hecho, los gestores de esta
campaña de Felipe llegaron a pensar en la hipótesis de tres o cuatro mítines
que galvanizaran al país. Se optó finalmente por la campaña tradicional, de la
que -aún- todos esperamos el gran discurso final al que el candidato se va
acercando poco a poco, pueblo a pueblo y mítin a mítin. Insisto en que ni
siquiera pide el voto socialisfa. Reclama de los jóvenes que se metan en
política, como hace cincuenta años exigía Antonio Machado. "Porque si no
la política se hará a vuestras espaldas". Insiste en que no piensa pedir
el carné del PSOE a nadie y sí credenciales de responsabilidad, trabajo y
eficacia. Ilusión, entusiasmo y ahuyentarniento de históricos complejos de
inferioridad. No es de extrañar que arrastre a las gentes tironeándolas con los
vocablos olvidados: laboriosidad, optimismo, exactitud, diligencia, austeridad.
Poco fálta para que el candidato.nos pida aseo personal, duchas matinales y que
seamos más altos y más guapos. Pero a poca sensibilidad social que se tenga,
habrá de convenirse que ese era el mensaje que estaba esperando este país.
La utopía
del caballo socialista
Kamerer, biólogo austriaco, amante de Alma
Malher, esposa del compositor del mismos apellido, fue una de las
personalidades más apasionantes de la primera mitad del siglo. Empeñó su vida
en el estudio de la reproducción del sapo partero, que criado en lagunas
desarrolla unas rugosidades nupciales en sus garras delanteras que le
posibilitan sujetar a la hembra durante el apareamiento en un medio acuático.
Kamerer pensó que trasladando un sapo de tierra a un ambiente pantanoso, sus
descendientes, tras varias generacio nes acabarían adquiriendo las rugosidades
nupciales. Así se habría penetrado en los secretos del código genético y
demostrado que un comportamiento inducido puede transformar las características
de toda una sociedad. Lenin se apasionó por los estudios de Kamerer, que
aseguraba haber logrado la transformación del abrazo nupcial del sapo. Acabó
suicidándose ante el acoso de sus colegas, la acusación de falsario y, acaso,
la crueldad sentimental de Alma Malher. Pero aún indemostrado genéticamente,
ahí queda su mensaje y su esperanza: que un hombre criado en un medio solidario
y generoso pueda adquirir de por siempre y para sus descendientes los
caracteres de la generosidad y de la honradez.
Es la utopía que: va vendiendo el caballo
socialista. Que se tienen que acabar -dice- las escuelas reproductoras de
clases dirigentes y de clases que obedecen. Que él no va a retirar una peseta
de la subvención a la escuela privada pero que va a poner cristales,
calefacción y buenos profesores en las escuelas públicas; de los barrios
humildes. "¡Y porque me da la gana!" No se pide el voto socialista y
se reclama el pacto social; es ésta una campaña que casi ni reparte llaveros
con emblemas pero exige el cumplimiento de los horarios. Es la vieja llamada al
patrimonio moral de una sociedad que aún puede adquirir rugosidades nupciales
en sus patas prensiles. No digo que las cosas tengan que ser tan bellas con los
socialistas, sino que el diseñador de la, campaña del PSOE ha tocado una tecla
hasta ahora inédita: que los problemas no nos impiden ser mejores y que hay que
recuperar la moral civil. Algo así como "Vote usted lo que quiera pero
esfuércese y cambie para mejor". Si yo tuviera alguna influencia
intelectual sobre la Conferencia Episcopal, intentaría que nuestros obispos
reflexionaran sobre un mensaje absolutamente cristiano que se les está
escapando de las manos.
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