27/10/82

Por el gran pacto con esta sociedad (27-10-1982)



Después de seguir al caballo socialista por los caminos de este país te puede acabar pareciendo un trasunto de Cagliostro, que salía con su carro tirado por caballos blancos por todas las puertas de la ciudad a la vez. Esa ubicuidad que le ha procurado Julio Feo, manager de su campaña, baloncentista en Estados Unidos y ya con la mirada transversal de los encestadores a fuer de tanto mirar hacia los lados y hacia atrás. Mi organización es más pequeña y no me permite cruzar Madrid, taraceado de mítines, caravanas y gentes partidarias, escuchar a Felipe ante los cientos de miles de personas que le esperan en la Ciudad Universitaria, y regresar al periódico a escribir. Pero me atrevo aaventurar que ayer en esta ciudad ha pronunciado su gran discurso de esta campaña. Y no me atrevo a escribirlo por clarividencia sino porque Felipe viene cosiendo los retales de ese discurso casi desde la pre-campaña por Andalucía y porque en él es un acto premeditado el servirse del resorte y la amplificación de unos de sus grandes concentraciones humanas -como la de Madrid- para catapultar ese gran alegato moral que quiere dirigir a toda la sociedad española. Una filípica.Busca su inspiración -como ya está escrito- en los discursos en campo abierto de don Manuel Azaña. No tanto en su contenido -intransferible- como en el pul so moral y en las reclamaciones éticas. Y acaso también en ese punto de indignación contenida (que en Azaña se deslizaba peligrosamente hasta el desprecio) en el que el candidato encuentra, sus mejores recursos oratorios. De entre lo peor de este candidato está el que se niega empecinadamente a que le escriban los discursos, que él mismo no es brillante en la escritura y que lee peor. Su fuerte es improvisar sobre un esquema de temas intercambiables y tomarle la temperatura al auditorio al que tironea, abronca, estimula o modera a tenor de la respuesta a su filípica. Pero no parece que pueda acabar encontrando el registro de los grandes oradores que en los estadios son capaces de entusiasmar a las masas con cadencias literarias y que el día anterior -esos son siempre discursos memorizados- redactan al pie de los párrafos supuestamente más vibrantes: -("Gran ovación"). -("Entusiasmo generalizado"). - ("Una voz: ¡Eso, eso!).

Sea como fuere, tres grandes líneas maestras han signado la campaña socialista: el cambio, un nuevo regeneracionismo y el pacto entre un partido político y la sociedad, las tres interenganchadas como vagones de ferrocarril. Siempre con un tono exquisito -dentro de lo que son estas cosas- en el que el candidato, socialista, aún cuando sabe ser, si llega el caso, jupiterino, ha procurado no herir a nadie y teñir de respeto sus dúplicas a adversarios y hasta enemigos.

El primer vagón es la idea de la necesidad del cambio, que la sociedad siente casi instivamente, y que el candidato socialista se la arrebata intelectualmente a los golpistas; la recuperación de todos esos ciudadanos que son conscientes de que, la política española no puede continuar como está y que, por puro desencanto, podrían ser recipiendarios de mensajes involucionistas. ¿Y donde está el cambio?: en el desenterramiento, limpieza y pulimiento de las palabras forradas de orín: la ética, la moral, la satisfacción por el trabajo bien hecho, la solidaridad, el no vivir de las ubres del presupuesto cobrando cinco sueldos, la responsabilidad, la honestidad en la vida pública. Palabras cuyo sonido estaba olvidado en este país hasta el punto de que.ahora su son pueda parecer relamido y anticuado. Pero tengo que dar fe de que por los pueblos de este país las gentes se embelesan con la vieja llamada de la decencia.

Otra historia será que el requerimiento tenga después respuesta adecuada desde el nuevo Gobierno que se ofrece y que los socialistas hagan las cosas bien o las hagan mal. Pero ser insensibles al mensaje -absolutamente acertado- es ya el tópico de la derecha cerril de esta nación. Y en ese llamamiento a la decencia se ofrece sellar el pacto entre un partido -el PSOE- y la sociedad. "Yo sé" -dice Felipe- "que mi partido va a tener un treintaitantos por ciento de votos militantes. El resto, de ahí hasta el tope, es gente que no sé si será socialista (muchos, seguro), pero que sí sé que no militan en mi partido y que nos están prestando su voto y su ayuda para cambiar todo esto. Luego, si ganamos estas elecciones, tendremos que pactar con todo ese electorado que no es estrictamente nuestro en un sentido de militancia. Hay que gobernar con ellos articulando un pacto social."

Ahí está alguna de las claves del escasísimo interés que el PSOE ha tenido en esta campaña por los debates electorales. Por un lado como caballo ganador ya en la línea de salida poco tenía que ganar, pero por otro es que esta gente, aún respetándolo, ha captado el aburrimiento generalizado por la querella entre los líderes, tras el empacho del desmoronamiento por fascículos del centro político español. Pero es una equivocación -además de una maldad electoralista- tener al candidato como remiso al enfrentamiento público. Si accede a la Presidencia será, sin duda alguna, por talante, un presidente comunicativo, que no rehuirá el debate en el Congreso (pese a que se trabaja sobre la hipótesis de una oposición durísima y correosa) ni la comunicación más abierta con los ciudadanos.

Por lo demás, mueve a extrañeza en esta campaña socialista que no se hayan tendido puentes sobre la vieja extrema izquierda del PCE, ahora destruida, y cuyos integrantes, mayoritariarnente jóvenes, engordan el paro político, los nacientes partidos ecologístas, el feminismo militante. Ayer coincidía en un lugar público con una feminista antaño propiciadora del Partido Radical y devota de Panella; iba encartelada con pegatinas de Suárez. Ni siquiera de Ordóñez. El PSOE parece haber albergado miedos electorales a la movilización de tales ciudadanos que acabarán siendo capitaneados por Tamames, pero tras alguna conversación con el caballo también podría pensar en la confianza socialista por el nacimiento de algún partido progresista radical, al que no quieren comerle el espacio. Creo que no equivoco a nadie suponiendo que los socialistas en el poder ayudarán al nacimiento de un proyecto político de este tipo, a más de dedicar buena parte de sus afanes a la reconstrucción de la derecha democrática española. Parece que van a tener el gobierno, es más dudoso que lleguen a tener el poder (aquella patética frase de Suárez en La Moncloa: "Daría diez años de mi vida por uno de poder, de verdadero poder") pero lo que les va a sobrar es trabajo.

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