Después de seguir al caballo socialista por los
caminos de este país te puede acabar pareciendo un trasunto de Cagliostro, que
salía con su carro tirado por caballos blancos por todas las puertas de la
ciudad a la vez. Esa ubicuidad que le ha procurado Julio Feo, manager de
su campaña, baloncentista en Estados Unidos y ya con la mirada transversal
de los encestadores a fuer de tanto mirar hacia los lados y hacia atrás. Mi
organización es más pequeña y no me permite cruzar Madrid, taraceado de
mítines, caravanas y gentes partidarias, escuchar a Felipe ante los cientos de
miles de personas que le esperan en la Ciudad Universitaria, y regresar al
periódico a escribir. Pero me atrevo aaventurar que ayer en esta ciudad ha pronunciado
su gran discurso de esta campaña. Y no me atrevo a escribirlo por clarividencia
sino porque Felipe viene cosiendo los retales de ese discurso casi desde la
pre-campaña por Andalucía y porque en él es un acto premeditado el servirse del
resorte y la amplificación de unos de sus grandes concentraciones humanas -como
la de Madrid- para catapultar ese gran alegato moral que quiere dirigir a toda
la sociedad española. Una filípica.Busca su inspiración -como ya está
escrito- en los discursos en campo abierto de don Manuel Azaña. No tanto en su
contenido -intransferible- como en el pul so moral y en las reclamaciones
éticas. Y acaso también en ese punto de indignación contenida (que en Azaña se
deslizaba peligrosamente hasta el desprecio) en el que el candidato encuentra,
sus mejores recursos oratorios. De entre lo peor de este candidato está el que
se niega empecinadamente a que le escriban los discursos, que él mismo no es
brillante en la escritura y que lee peor. Su fuerte es improvisar sobre un
esquema de temas intercambiables y tomarle la temperatura al auditorio al que
tironea, abronca, estimula o modera a tenor de la respuesta a su filípica.
Pero no parece que pueda acabar encontrando el registro de los grandes oradores
que en los estadios son capaces de entusiasmar a las masas con cadencias
literarias y que el día anterior -esos son siempre discursos memorizados-
redactan al pie de los párrafos supuestamente más vibrantes: -("Gran
ovación"). -("Entusiasmo generalizado"). - ("Una voz: ¡Eso,
eso!).
Sea como fuere, tres grandes líneas maestras han
signado la campaña socialista: el cambio, un nuevo regeneracionismo y el pacto
entre un partido político y la sociedad, las tres interenganchadas como vagones
de ferrocarril. Siempre con un tono exquisito -dentro de lo que son estas
cosas- en el que el candidato, socialista, aún cuando sabe ser, si llega el
caso, jupiterino, ha procurado no herir a nadie y teñir de respeto sus dúplicas
a adversarios y hasta enemigos.
El primer vagón es la idea de la necesidad del
cambio, que la sociedad siente casi instivamente, y que el candidato socialista
se la arrebata intelectualmente a los golpistas; la recuperación de todos esos
ciudadanos que son conscientes de que, la política española no puede continuar
como está y que, por puro desencanto, podrían ser recipiendarios de mensajes
involucionistas. ¿Y donde está el cambio?: en el desenterramiento, limpieza y
pulimiento de las palabras forradas de orín: la ética, la moral, la
satisfacción por el trabajo bien hecho, la solidaridad, el no vivir de las
ubres del presupuesto cobrando cinco sueldos, la responsabilidad, la honestidad
en la vida pública. Palabras cuyo sonido estaba olvidado en este país hasta el
punto de que.ahora su son pueda parecer relamido y anticuado. Pero tengo que
dar fe de que por los pueblos de este país las gentes se embelesan con la vieja
llamada de la decencia.
Otra historia será que el requerimiento tenga
después respuesta adecuada desde el nuevo Gobierno que se ofrece y que los
socialistas hagan las cosas bien o las hagan mal. Pero ser insensibles al
mensaje -absolutamente acertado- es ya el tópico de la derecha cerril de esta
nación. Y en ese llamamiento a la decencia se ofrece sellar el pacto entre un
partido -el PSOE- y la sociedad. "Yo sé" -dice Felipe- "que mi
partido va a tener un treintaitantos por ciento de votos militantes. El resto,
de ahí hasta el tope, es gente que no sé si será socialista (muchos, seguro),
pero que sí sé que no militan en mi partido y que nos están prestando su voto y
su ayuda para cambiar todo esto. Luego, si ganamos estas elecciones, tendremos
que pactar con todo ese electorado que no es estrictamente nuestro en un
sentido de militancia. Hay que gobernar con ellos articulando un pacto
social."
Ahí está alguna de las claves del escasísimo
interés que el PSOE ha tenido en esta campaña por los debates electorales. Por
un lado como caballo ganador ya en la línea de salida poco tenía que ganar,
pero por otro es que esta gente, aún respetándolo, ha captado el aburrimiento
generalizado por la querella entre los líderes, tras el empacho del
desmoronamiento por fascículos del centro político español. Pero es una
equivocación -además de una maldad electoralista- tener al candidato como
remiso al enfrentamiento público. Si accede a la Presidencia será, sin duda
alguna, por talante, un presidente comunicativo, que no rehuirá el debate en el
Congreso (pese a que se trabaja sobre la hipótesis de una oposición durísima y
correosa) ni la comunicación más abierta con los ciudadanos.
Por lo demás, mueve a extrañeza en esta campaña
socialista que no se hayan tendido puentes sobre la vieja extrema izquierda del
PCE, ahora destruida, y cuyos integrantes, mayoritariarnente jóvenes, engordan
el paro político, los nacientes partidos ecologístas, el feminismo militante.
Ayer coincidía en un lugar público con una feminista antaño propiciadora del
Partido Radical y devota de Panella; iba encartelada con pegatinas de Suárez.
Ni siquiera de Ordóñez. El PSOE parece haber albergado miedos electorales a la
movilización de tales ciudadanos que acabarán siendo capitaneados por Tamames,
pero tras alguna conversación con el caballo también podría pensar en la
confianza socialista por el nacimiento de algún partido progresista radical, al
que no quieren comerle el espacio. Creo que no equivoco a nadie suponiendo que
los socialistas en el poder ayudarán al nacimiento de un proyecto político de
este tipo, a más de dedicar buena parte de sus afanes a la reconstrucción de la
derecha democrática española. Parece que van a tener el gobierno, es más dudoso
que lleguen a tener el poder (aquella patética frase de Suárez en La Moncloa:
"Daría diez años de mi vida por uno de poder, de verdadero poder")
pero lo que les va a sobrar es trabajo.
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