El último Domingo de
Resurrección, un corresponsal tiritaba, bastante destruido, en un hotel de
Quito bajo la fracción asesina de la malaria: la fiebre amarilla. Por debajo de
la puerta de la habitación arrojaron los diarios. Ni las convulsiones ni el
delirio del periodista impedían que atisbara allá en el suelo, lejos de la cama
ensopada de sudor, unos titulares de cuerpo apocalíptico perfectamente
adecuados al anuncio del estallido de la III Guerra Mundial. A rastras, el
corresponsal alcanzó ElComercio que
titulaba a cinco columnas en la primera página: Cristo ha resucitado.El
corresponsal, en su desvarío, dudó unos instantes sobre la posibilidad de
telefonear inmediatamente a su periódico para transmitir la primicia, pero su
fiebre no debió ser tan alta. Incluso pudo alcanzar a reflexionar que sólo
algún otro desmayo en la idiosincrasia de un pueblo como el ecuatoriano podía
explicar que el ingeniero León Febres Cordero hubiera sido elegido
democráticamente presidente de esta República.
Febres nació en Guayaquil el
9 de marzo de 1931 y paseó su biografía estudiantil por numerosos colegios
militares de EE UU, para terminar en el Instituto Stevens de Tecnología, donde
adquirió un grado en ingeniería mecánica. Hombre muy rico, riquísimo para los
que no le quieren -que son muchos-, no tiene otro modelo económico, político y
hasta social que el que pueda aprehenderse en los más conspicuos despachos de
las grandes multinacionales cuya eficacia reverencia.
Pero ni el dinero ni las
afinidades electivas han hecho de él ungentleman; sólo un poco menos macho que el
general Frank Vargas, presume de estar siempre calzado (armado), fue campeón juvenil de tiro,
tiene un Colt 45 sobre los papeles del despacho y no es raro verle cabalgar por
Guayaquil.
Duro, archiconservador, es
difícil que el presidente Ronald Reagan disfrute de la compañía de otro jefe de
Estado tan entusiásticamente admirador y afecto. Prácticamente encendido y
hasta incendiario defensor del liberalismo económico, de valuó el sucre el año
pasado, desarmó arancelariamente el país, entregó el control de las aduanas a
una empresa suiza, ffidió para Ecuador el Plan Baker y, finalmente, se pilló
los dedos con la baja del precio de los crudos, principal fuente de ingresos
ecuatoriana. No es una simplificación periodística ni una infamia opositora
estimar que ha gobernado para hacer más ricos a los ricos. Su dureza, su
carencia de sensibilidad social y su machismo -aunque no alcance al del
teniente general Frank Vargas- han crispado innecesariamente la vida política
del país.
El asalto al refugio
Incapaz de pactar, vetó el
perdón parlamentario para el general Vargas, que hubiera sosegado a la nación.
También intentó sin éxito reformar la Constitución para que los independientes
pudieran ser electos a cargos públicos en un intento de diluir la arraigada
vida política partidaria. Y en septiembre de 1985 dirigió personalmente el
asalto a un refugio extremista en el que permanecía secuestrado el banquero
Nahin Isaías con el glorioso resultado de la muerte de los cinco secuestradores
y del secuestrado.
Políticamente cuenta a su
favor con ser un orador de aliento poderoso, pero ha per dido todo favor
popular, ha quedado en minoría absoluta en el Congreso y sólo la imposibilidad
legal de ser reelecto le salva de ser humillado en las urnas en 1988.
Obviamente, la democracia no puede ser buena cuando nos agradan los gobernantes
y mala cuando nos repele su gestión. Y ninguno de los errores, insensibilidades
y arbitrariedades de Febres exculpa a la levantisca de la fuerza aérea
ecuatoriana ni justifica a su atractivo caudillo, el teniente general Vargas.
Archivada en América Latina
la abominable doctrina de la seguridad nacional, los ingentes problemas
económico-sociales de estos pueblos podrían propiciar caudillismos militares
populistas que estrangularían nuevamente las posibilidades de civilización democrática
en este subcontinente. Así las cosas, la defensa del mandato constitucional de
Febres Cordero tiene que ser rotunda.
Los anteriormente expuestos
han sido los polvos que han traído estos Iodos. La crisis ecuatoriana es algo
más complicado que el duelo de caracteres machos, la pelea de gónadas contra
gónadas, entre Febres y Vargas por imponer su voluntad y su criterio.
Pero la teatralidad
sangrienta de los sucesos de Guayaquil no puede en su sugestividad tropical
ocultar el absoluto fracaso político del mejor amigo suramericano de Reagan.
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