15/1/07

‘Isabelita’ (15-1-2007)

Nunca supe si lo de ‘Isabelita’ es un segundo nombre o su bautizo como bailarina de un coro de chicas fáciles recorriendo América. Su nombre verdadero es María Estela Martínez, provinciana, oriunda de La Rioja, y tercera esposa de Juan Domingo Perón. El general la conoció en la República Dominicana, donde estuvo brevemente exiliado y se la trajo a Madrid. Perón era impotente y quizás por eso le atraían tanto las jovenzuelas. En su chalé matritense de Puerta de Hierro se oían voces. Ella chillaba ante el servicio: «¡El general no me coge (joder), sólo me mancha!». En las noches, ella y el finado secretario privado de Perón en esos tiempos, José López Rega, por mal nombre el Brujo, subían al altillo de la casa donde se había estabulado el cadáver de la mítica ‘Evita’. Entre corrimientos y crujir de los goznes del ataúd, Isabelita, se tendía sobre la muñeca embalsamada por el español doctor Ara para percibir sus influjos. Perón gritaba desde su dormitorio en la planta inferior que no hicieran ruidos y le dejaran dormir. A casi nadie se le antoja tener un cadáver en la buhardilla. La casa de los horrores.

Cuando Perón decide regresar triunfante a Argentina ya es un viejo, cardiópata, pero para ganar las elecciones necesita hacer ticket a la manera estadounidense. Los sindicatos, suponiendo que Isabelita (de allí el diminutivo) podría llegar a ser otra Eva Duarte, proclamaron el lema: «Perón-Perón». El general, que era tan manipulador de mujeres como cínico, preguntó a sus descamisados: «¿Eso quiere decir que gobierne solo?». No cupo mayor menoscabo para «la señora».

Ocupó la Presidencia de la república a la muerte de su marido y su gobierno fue un desastre económico-político entre nigromantes y fascistas. No estaba preparada para el cargo; los efluvios de la cadaverina no fueron suficientes. Tras su exilio se comentaba en Buenos Aires que el peronismo era igual que un circo abandonado: el propietario se había muerto, el brujo estaba desaparecido, la bailarina en España y las fieras andaban sueltas. Incendiado el país por los Montoneros (guerrilla urbana peronista) y el Ejército Revolucionario del Pueblo (guerrilla trotskista), la insensatez de sus asesores le hicieron firmar a la bailarina un decreto por el que impelía a las fuerzas armadas a combatir la insurgencia con todos los medios posibles. Faltó matiz. Los gorilas uniformados arrasaron con toda la legalidad antes de quedarse con el poder político. De hecho la contrainsurgencia estaba ganando cuando fue secuestrada en un helicóptero que la trasladaba desde la Casa Rosada a Olivos y fue llevada a Neuquén a una prisión militar. Acabó convenciendo a sus captores de que renunciaba a la política, solicitando sólo su exilio a Madrid, gracia que le fue concedida por la primera Junta Militar. Dudo que esta vieja danzarina sea responsable personal de la desaparición de nadie. Pero no por virtuosa sino por huevona. No es Pinochet.

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