Según la literatura bíblica Salome estaba enamorada de Juan el
Bautista y al no ser correspondida pidió su cabeza a Herodes Antipa tras un
baile sicalíptico. El socialismo español no podía soportar que se tocara
sustancialmente la bárbara e indocta ley Aído, que rompía las costuras del
Aborto de Felipe González, y ha logrado la cabeza del Ministro de Justicia,
Alberto Ruiz- Gallardón. Que quede
blanco sobre negro: sobre el aborto solo legisla el PSOE. El anteproyecto de
Gallardón, en trámite de Informes, debía ser retocado, especialmente en lo que
confería a graves deformaciones fetales, pero eso podía corregirlo un leguleyo.
La enmienda que Gallardón se han hecho a sí mismo, abandonando el Ministerio,
supone un triunfo de bajo coste para sus debilitados y enconados adversarios.
Casi todo se ha hecho mal en un asunto tan delicado que afecta a las
conciencias, a la moral y a las distintas religiones. El primer fallo reside en
el Tribunal Constitucional que lleva cuatro años estudiando la ley de Zapatero,
y que dictaminado en su tiempo habría evitado esta infeliz conclusión que solo
satisfará a las izquierdas. Gallardón no debió hacer un texto de supuestos
contra otro de plazos, sino rehacer la vigente puliendo sus aristas más
ríspidas (aborto de ocho meses o de menores sin consulta) tal como los polacos
fueron degradando la ley soviética acomodándola a sus sentimientos católicos.
Otros proyectos de ley han acabado en la gaveta y más vale no hablar de las
promesas electorales incumplidas, por unos y otros. La dimisión de Gallardón es
inoportuna aunque el último derecho del hombre es el de marcharse. Se le veía
cansado y macilento a este político de moto y paracaidismo, bien bregado en
Madrid y su Comunidad. Desde fuera siempre hemos maliciado que su legítima
ambición temprana fue la de ser Presidente, y en Justicia solo ha encontrado
protestas. Deja en el aire hasta la prisión perpetua renovable. El mismo ha
dicho que su tiempo político está acabado, y ese convencimiento le habrá
mellado.
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