Cuando dentro de nueve meses Madrid tenga otro regidor no se
escribirá de Ana Botella a la que la izquierda ha despedido en su paso al
costado con alguna vileza. Ya la recibieron con el insólito reproche de haber
accedido a la alcaldía corriendo el escalafón como si fuera una truculencia
electoral y no el mismo camino de Griñán o Susana Díaz para la mayor enjundia
de la Junta de Andalucía. Se nos ha olvidado la máxima evangélica de la paja en
ojo ajeno cuando tenemos el nuestro atravesado por una viga y hemos optado por
el más hipócrita y falsario sectarismo como libro de estilo de cualquier
oposición. “Ad nausean” han recordado a la alcaldesa su ausencia de horas la
noche del “Madrid Arena” volando al Algarve para una reunión familiar, como si
careciera de sentimientos. La Alcaldía había tomado las riendas de aquel suceso
trágico y la presencia física de Ana Botella resultaba innecesaria. No se
ausentó para darse una fiesta sino para ver unos momentos a unos hijos
instalados en el extranjero de los que llevaba tiempo alejada, regresando de
inmediato con el móvil echando humo. De haber sido su asesor la hubiera atado a
la Cibeles, pero, seria y rigurosa, entiende mal el chisporroteo de las
relaciones públicas y participa del lema del viejo Estado Mayor alemán: “Ser
antes que parecer”. Se ha usado contra
ella el azar de la foresta madrileña como si a dos millones de árboles se les
pudiera hacer una ecografía por ver si están podridos, desdeñando la mala
suerte de que caiga una rama justo cuando pasa un cristiano. Hasta su
matrimonio con Aznar se ha utilizado como ariete sin escándalo de las
feministas de guardia. Abogada e inspectora de Hacienda ha cumplido la hazaña
de poner en orden la deuda de Madrid rebajándola en miles de millones sin
recortes sociales que hayan sentido los madrileños. Es una excelente alcaldesa,
sin asesores de comunicación.
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