En pleno centro de Bogota
cayó en la noche del jueves Álvaro Fayad Delgado, de 39 años, soltero,
psicólogo, comandante general del M-19 y uno de los fundadores históricos de la
organización insurgente colombiana. Su presencia en la capital podría haber
obedecido a la preparación de una cumbre de la Coordinadora Nacional
Guerrillera ante las elecciones presidenciales de mayo. El golpe de comando de
los Grupos de Operaciones Especiales de la Policía Nacional (GOES) contra unos
apartamentos del barrio Quinta Paredes, junto a la Exposición Internacional y
en los alrededores de la ciudad universitaria, fue tan espectacular como
sangriento y confuso.
El hermetismo policial sólo
fue roto por el general Gustavo González Puerto, comandante del departamento
policial de Bogotá, quien declaró que la presencia de Fayad en la capital fue
revelada por teléfono.La confusión o la inexplicabilidad de la muerte de Fayad
reside en que éste se encontraba sin protección en el domicilio personal de
Raúl Rosero, de 37 años, director de orquesta, compositor, arreglista y
cantante, ganador de numerosos certámenes internacionales de música ligera,
autor de más de 50 baladas, entre ellas los temas musicales de algunas de las
interminables y desmayantes telenovelas, más famosas de Suramérica.
Rosero no se encontraba en
su casa, sino en un estudio de grabación, junto a algunos de sus hijos; en el
domicilio conyugal sólo estaban Fayad, la hermosa María Cristina Rosero, de 34
años, y otro de sus cuatro hijos, de ocho años de edad. A las cuatro de la
tarde del jueves, la policía acordonó el edificio, y un enjambre de falsos
obreros telefónicos, del gas y de la electricidad, de los que pululan ahora por
Bogotá en operaciones voluntaristas para recuperar los desastres urbanos antes
de las elecciones presidenciales, se desparramó por el edificio y sus
proximidades.
A las seis de la tarde
-cuando cae la noche en Colombia- cortaron la luz del edificio y los
desprevenidos vecinos escucharon un tiroteo muy breve y una sola corta ráfaga
de metralleta. En los noticiarios televisivos de la noche se informaba
vergonzantemente que el dirigente del M-19 Álvaro Fayad "había sido
encontrado muerto en un apartamento de Quinta Paredes, junto a la esposa de Raúl
Rosero...". María Cristina Rosero estaba encinta de un mes.
Trescientos policias
impidieron el acceso a los periodistas a la zona, lo queentraría dentro de la
lógica de las cosas, pero también lo hicieron con el titular del juzgado 80 de
instrucción criminal, Luis Alberto Godol. Fue el hijo de ocho años del
matrimonio, que resultó ileso, el que comunicó la identidad de su madre muerta
a las fuerzas de seguridad.
El propio Rosero ha negado
cualquier relación con la guerilla, y amigos y familiares estiman que Fayad
entró en su casa con el ánimo de esperarle y convencerle de que compusiera el
fondo musical de un vídeo que el M-19 quería emitir forzadamente por la
televisión en los próximos meses. Fuentes oficiales aducen oficiosamente que
Álvaro Fayad preparaba en Bogotá una cumbre de la Coordinadora Nacional
Guerrillera. Raro, todo muy raro y muy confuso. Y extraño que un hombre como
Fayad, cuya fotograría se ha publicado infinidad de veces en los diarios,
aparezca en Bogotá, sin guardaespaldas, en una barriada elegante y en la casa
de un afamado compositor para tomarse un café con su esposa, tan muerta como él
como para delatar lo que realmente ocurrió.
Golpe importante
El golpe asestado al M-19 es
importante. Hace sólo siete meses, el Ejército daba muerte en Cali a Iván
Marino Ospina, el otro líder del movimiento, con el que Fayad mantuvo serias
diferencias por la dureza de su línea insurgente, que no desdeñaba el apoyo al
terrorismo de los narcotraficantes sobre diplomáticos estadounidenses. Tras la
desaparición de Jaime Bateman Cayón con una avioneta en las selvas panameñas en
1983, el M-19 no había sufrido una pérdida humana tan importante.Fayad (alias el Turco y David), de origen libanés, psicólogo,
políglota, introvertido, era un intelectual-hombre de acción, dogmático en la
disciplina guerrillera de combate, pero muy dúctil y hasta sutil en la
negociación política. Miembro en su juventud del Partido Comunista Colombiano,
acabó rechazando por estéril el dogmatismo marxista. Fue uno de los contactos
claves del presidente Belisario Betancur para firmar los naufragados acuerdos
de paz con las columnas guerrilleras, y era uno de los hombres que podrían
haber conducido al M-19, y hasta al resto de los grupos guerrilleros, a su
paulatina, lenta y trabajosa conversión en partidos políticos.
En una alambicada
elaboración política, aunque bien comprensible para quien habite Colombia, se
estimaba que era necesario trabajar política y sindicalmente, concurrir a las
elecciones democráticas y, a su vez, mantener un frente armado como presión,
pero también como garantía de que los logros populares no serían escamoteados
por la oligarquía. Pegaba tiros y hacía política, pero, como el extrañamente
desaparecido Jaime Bateman, desdeñaba el estruendo de los primeros y se engolfaba
en las obligadas discusiones de esta última.
Su rara, innecesaria y tan
silenciosa muerte sólo conducirá a un desarrollo emergente del militarismo
dentro del M-19, en detrimento de una dirección más política y dialogante.
Presumiblemente será el propio presidente Betancur, en esta agonía de sus
mejores intenciones, quien más lamente esta muerte múltiplemente anunciada.
A nadie podía interesarle la
vida de un revolucionario con capacidad negociadora: ni al establecimiento del
bipartidismo liberal-conservador -que aspira a todo menos a perder su doble
hegemonía-, ni a las fuerzas armadas -que jamás aceptaron ni piensan aceptar la
negociación de paz con los insurgentes-, ni a los guerrilleros militaristas, ni
a los narcotraficantes o bandoleros, ni a la todopoderosa Iglesia católlica, ni
a las empresas multinacionales, ni a la corrupción institucionalizada, ni al
imperio. El último de los políticos
del M-19 sobraba. Y sobró.
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