11/11/06

El suspiro del lobo (11-11-2006)

Markus Wolf ha exhalado su último suspiro en Berlín a una tranquila y proyecta edad. Era lobo por su apellido y por los sigilosos pasos que dio durante 30 años como jefe del espionaje de la República Democrática Alemana.

Fue más: el superespía soviético del que no había una fotografía. Por eso el escritor inglés John Le Carré retrató a este Karla malamente haciéndole adusto y sempiternamente embutido en una chaqueta de cuero negro tal como un SS o un Gestapo. Vestía con elegancia, tenía la cara de un galán cinematográfico y usaba maneras suaves. Fue el personaje en la sombra que perseguía todo Occidente. Su último suspiro fue su biografía, tasada y recortada al milímetro. Sabía que dar información era entregar poder y que el silencio puede ser un seguro de vida. Era de la estirpe de Vladimir Putin del KGB, del que era coronel, pero mientras a Honeker, presidente de la Alemania comunista, se le persiguió hasta Chile, ya moribundo de su cáncer, Wolf hizo surfing sobre sus procesos judiciales. Hubo voluntad política de no condenarle.

En sus memorias describe operaciones en Europa y Africa, durante las guerras de descolonización en las que intervinieron los cubanos. Se muestra maestro en el doblez hasta para con aliados. A España ni la mienta porque no tendría mucho que decir o todo que callar. Me inclino por lo primero. Llama la atención en un sovietista que desmontara las tesis izquierdistas y bienpensantes sobre el múltiple suicidio en prisión de la banda Baader-Meinhoff. El archienemigo lobo no duda en confirmar que, en efecto, fue una inmolación colectiva de orates radicales y no un asesinato de Estado como la progresía propaló hasta la náusea.

Su obra maestra fue la introducción de su espía Guillaume en el círculo administrativo más próximo al canciller Willy Brandt. La infiltración duró años y Markus-el lobo-Karla destapa que tal espionaje lo conocían los adversarios de Brandt en su propio partido socialdemócrata, guardando la información para un chantaje oportuno. Brandt se deshizo del doble lazo dimitiendo como canciller, separándose de su esposa noruega y casándose con su secretaria y amante. El mítico alcalde de Berlín nunca se recuperó del golpe.

También fue una especie de proxeneta o de rufián porque adoraba trabajar con las mujeres. A su estilo fue un feminista y utilizaba a las féminas en la cama, en la entrepierna, en el sofá del despacho, en las confidencias de medianoche, y las hacía colocar micrófonos en lugares inverosímiles. Fue un maestro del otro sexo que para él era el primero y mantuvo hasta su muerte su matrimonio aunque deshiciera tantos. Era un gran ajedrecista con todos los escaques en proyección cerebral. Una leyenda para John Le Carré y otros jubilados del MI6.



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