30/12/06

Sadam Husein, en el cabo de su cuerda (30-12-2006)

El tirano iraquí fue en sí mismo un arma de destrucción masiva. Lo demostró con creces con los kurdos, chiíes, kuwaitíes, y sobre todo en su bárbara guerra innecesaria contra Irán donde empezó a emplear gases que le servían las empresas alemanas que tuvieron también como cliente a Heinrich Himmler para sus campos de Auschwitz-Birkenau. Es la única explicación que se nos puede ocurrir para la tan famosa foto de las Azores. Aquello que repetía Aznar que el mundo era mejor sin Sadam Husein. Es un esfuerzo de comprensión porque el autoengaño de las armas de destrucción masiva iraquíes continúa penalizando la guerra inacabada.

Destacados asesores de la Seguridad del presidente Bush se retiraron de su Administración y escribieron libros mostrando su estupefacción ante un furor colectivo, una alucinación, que llevó a todos a creer que tales armas realmente existían; hasta los inspectores de las Naciones Unidas no tuvieron claro si aquellos artilugios existieron. Acaso lo que fue más incomprensible fue la actitud de Sadam jugando al ratón y al gato con EEUU y sus aliados cuando podía haber dejado inspeccionar libremente su territorio antes que le llegara el ultimátum de Washington para que abandonara el país junto a sus dos sanguinarios cachorros, luego muertos en combate. El Irak de Sadam era un Estado-gamberro, por supuesto y nadie lo duda, pero no estaba exactamente en el Eje del Mal y fue Sadam quien hubiera ahorcado a Bin Laden si éste antes no lo hiciera con él. Recuerden las excelentes relaciones entre el Partido Socialista Español y el Baaz iraquí. Bagdad fue en tiempos recientes y ominosos un aliado circunstancial de Occidente, cuyo laicismo compensaba su antisemitismo.

En los juicios de Nüremberg se ahorcó y se dispersaron en absoluto secreto las cenizas de los jerarcas nazis, pero aquello no evitó que con el tiempo resurgieran los grupos neonazis en Alemania y en otros países europeos. La cuerda de Sadam es su peana sobre la que se erigirá un policía político de mala muerte que no alcanzó otra formación que la de Stalin cuyas biografías en lenguas que desconocía coleccionaba compulsivamente. Fue un zote en la política, en lo militar y en lo diplomático; un sátrapa de tercera porque no hay cuarta. Antes de penderlo habría que acabar con todos los juicios que tiene pendientes, aunque a nadie se le ahorca más de una vez. Es un hombre acabado, sobre todo para el terrorismo islamista que asola a Irak y se merece «la perpetua».

Si lograra escapar de esta sentencia, los kurdos, los muslimes o los chiíes ya se encargarían de matarlo.

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