Cuenta Pedro J. Ramírez en una de sus memorias anuales
que en los años más oscuros del sindicato del crimen se encontró en el Congreso
abocado a toparse de cara con Felipe González cuando las relaciones entre ambos
eran ríspidas. Un diputado de buena voluntad hizo la tercería de entrometerse
apartándolos del desaire de un imposible saludo siquiera cortés. Y es que es de
caballeros cambiar de acera cuando se ve venir al innombrable y evitar la
reyerta de taberna. Yo he hecho la cola del besamanos en el Palacio Real pegado
a la espalda de Juan Luis Cebrián, y guardamos silencio. El sabio Luis María
Anson, también en la fila, me consolaba: «Se viene a estos sitios para encontrarte
con quien no quieres ver».
El espectáculo morboso y obsceno lo han dado juntos en un estrado Felipe González (X) y Baltasar Garzón. No es verdad que a los 30 años seas responsable de tu cara; con la edad te reflejas en la mirada, y estos dos, al fin rejuntados, entrecerraban los ojillos satisfechos y pícaros. La memoria de Lasa y Zabala, dos jóvenes etarras de tercera a los que arrancaron las uñas de manos y pies, les hicieron cavar su propia fosa y les negaron un cura antes de dispararles en la nuca a cañón tocante, ha quedado enterrada en la cal viva de los volatineros Felipe y Garzón. El juez ya ha aprendido el teatro de la política (empezó con el sumario de Liaño sobre Polanco) y es un graduado. Felipe hace buena la opinión de su esposa Carmen Romero («Pero si nunca le ha gustado la política») y puede hacer el paripé ante quien engañó e hizo vejar públicamente, y que se desfogó clavándole la X en la espalda dando parte a la Prensa. Helos hoy ahí como dos gatitos ronroneantes.
Antes González le había hecho la cla al delincuente Rafael Vera por su libro de reflexiones carcelarias y en vísperas de un nuevo juicio por dinero del Estado. Al que sus correligionarios llaman el Gitano no aparenta la depresión que le ha excarcelado como otros una huelga de hambre trucada. Dos semiesferas que casan perfectamente. Además no se tiene noticia de que el ectoplasma del suegro, ferretero y testaferro, haya devuelto un euro de lo que el viento se llevó. El amparo de González, el número uno, dios, a sus sicarios en el Ministerio del Interior pertenece al arte de Talía.
Sus Señorías no han advertido el menor rubor entre las barbas de Rubalcaba cuando Zaplana le apuntilló con los GAL. Todo es teatro, y acabada la función los actores se reúnen para charlar sobre el método Stanislavsky. El público es el que últimamente regresa a casa cabreado por el disparate de la función. Dentro de algunos siglos el Congreso será reedificado como el teatro romano de Mérida.
El espectáculo morboso y obsceno lo han dado juntos en un estrado Felipe González (X) y Baltasar Garzón. No es verdad que a los 30 años seas responsable de tu cara; con la edad te reflejas en la mirada, y estos dos, al fin rejuntados, entrecerraban los ojillos satisfechos y pícaros. La memoria de Lasa y Zabala, dos jóvenes etarras de tercera a los que arrancaron las uñas de manos y pies, les hicieron cavar su propia fosa y les negaron un cura antes de dispararles en la nuca a cañón tocante, ha quedado enterrada en la cal viva de los volatineros Felipe y Garzón. El juez ya ha aprendido el teatro de la política (empezó con el sumario de Liaño sobre Polanco) y es un graduado. Felipe hace buena la opinión de su esposa Carmen Romero («Pero si nunca le ha gustado la política») y puede hacer el paripé ante quien engañó e hizo vejar públicamente, y que se desfogó clavándole la X en la espalda dando parte a la Prensa. Helos hoy ahí como dos gatitos ronroneantes.
Antes González le había hecho la cla al delincuente Rafael Vera por su libro de reflexiones carcelarias y en vísperas de un nuevo juicio por dinero del Estado. Al que sus correligionarios llaman el Gitano no aparenta la depresión que le ha excarcelado como otros una huelga de hambre trucada. Dos semiesferas que casan perfectamente. Además no se tiene noticia de que el ectoplasma del suegro, ferretero y testaferro, haya devuelto un euro de lo que el viento se llevó. El amparo de González, el número uno, dios, a sus sicarios en el Ministerio del Interior pertenece al arte de Talía.
Sus Señorías no han advertido el menor rubor entre las barbas de Rubalcaba cuando Zaplana le apuntilló con los GAL. Todo es teatro, y acabada la función los actores se reúnen para charlar sobre el método Stanislavsky. El público es el que últimamente regresa a casa cabreado por el disparate de la función. Dentro de algunos siglos el Congreso será reedificado como el teatro romano de Mérida.
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