26/4/07

Al otro lado de la cuota (Helga Soto) (26-4-2007)

Hubo un tiempo en que fui socialista. El día de 1982 en que las elecciones dieron la mayoría absoluta al PS estaba en la casa de Julio Feo con el matrimonio González, la esposa alemana de Feo junto a dos niñas adorables, y un fotógrafo sevillano autor de la muy conocida instantánea El clan de la tortilla. Completaba la fauna un perro zalamero, y los invisibles escoltas se emboscaban en el garaje.

No sonó el teléfono y sólo llegó un sobre cerrado de Miguel Boyer que hizo reír a González. Comimos brevemente unas picadas mientras Carmen Romero se ponía irritante: «¿Pero de verdad que vamos a ganar?». A lo que Felipe contestaba cansino repitiendo el número exacto de escaños que iban a obtener.

A la caída de la tarde marché a mi periódico a escribir dos páginas en las que ya se adelantaba que José María Ruiz Mateos (por Rumasa) y Jordi Pujol (por Banca Catalana) iban a verse en problemas. Rendida la jornada fui al hotel Palace, cuartel general socialista donde Alfonso Guerra iba anunciando los resultados electorales por delante del Ministerio del Interior. Topé entre el gentío con Helga Soto y nos abrazamos acurrucando su cabeza en mi pecho. Dada la zarabanda creí que se había mareado y la separé con cuidado, viendo que lloraba a torrentes. Como era un desborde de alegría y no de pena, la abrí paso hasta la barra de las copas y salí a la multitud exterior que vivava a Felipe y Alfonso, entrelazados en una ventana. Acabé en la Plaza Mayor, donde Tierno Galván había invitado a bailar y colocarse.

Helga Soto dejó Alemania, adoptó el apellido español de su ex marido y abrazó nuestro socialismo; era brillante, socióloga y políglota, y nada de eso le perdonaron sus compañeros, que le hicieron siempre viajar en tercera porque no hay cuarta. Se maldecía que era agente de la socialdemocracia alemana. La exiliaron en Washington como agregada de prensa y organizó un lobby para que los americanos supieran donde estaba Sevilla y su Expo.

En Madrid se ocupó chuscamente de la campaña de Fernando Morán a la Alcaldía, y por mejorar su imagen se armaba de tijeras para pelar las cerdas de las orejas y la nariz. Acabó perdiéndose en los intestinos de Ferraz, siniestro dédalo de pasillos y despachitos donde reina Pepiño Blanco.

Entre tantos nombramientos y discriminación positiva, a Helga Soto siempre la dejaron al otro lado de las cuotas. Fue una obrera del Partido Socialista, tan poblado de zánganos y zánganas. Las mujeres del Gobierno deberían haber acudido al entierro de quien tanto hizo por la primera imagen del felipismo, antes de que llovieran el crimen y la corrupción.

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