25/6/07

Matar a Hitler (25-6-2007)

El cine y la Historia mantienen pésimas relaciones y la mejor película sobre el III Reich es la gran humorada crítica de Lubitsch en To be or not to be. Hasta la reciente -alemana- El hundimiento, sobre las postrimerías del búnker de la Cancillería, tenida por escrupulosamente detallista, es un mal TBO de Hazañas bélicas que presenta a un führer acartonado y tan histriónico como en sus mítines, bien a pesar del gran actor Bruno Ganz. Es extraño que se haya hecho menos cine sobre Benito Mussolini, más humano y próximo, pero su socio Adolf Hitler siempre le robó protagonismo. Los italianos son otra cosa y el Duce no sufrió atentados hasta que le mataron partisanos comunistas junto a su amante Clara Petacci.

Ahora le crecen los vetos a Tom Cruise para encarnar al conde Von Stauffenberg -que quiso volar a Hitler-, por su militancia en la cienciología. Las sectas peligrosas suelen propagarse con un folleto, lo que no es el caso de los cienciólogos, que reparten un tomo de más de 1.000 páginas indigeribles; por lo demás, Cruise puede tirar su dinero donde quiera. Se han opuesto al rodaje el Ministerio de Defensa alemán y el hijo del conde, también general.

En realidad, el frustrado atentado fue una chapuza poco gloriosa, con un origen delirante: creían los conjurados que la desaparición de Hitler permitiría una paz por separado con los aliados occidentales, concentrando entonces el esfuerzo bélico para detener a los rusos. Eso era un sueño de la razón y el aislamiento en el que vivían los alemanes, incluida su clase dirigente. El Estado nazi era concéntrico y la desaparición de su cabeza sólo proyectaría el poder sobre el círculo siguiente: Goering, Himmler, Goebbels, el almirante Doenitz, haciendo Martin Bormann de cocinero.

Stauffenberg, tuerto y manco, no era el más apropiado para llevar hasta la Guarida del Lobo en Polonia el portafolio letal. Que otro oficial moviera del sitio la bomba colocándola más lejos del führer no fue definitivo. Lo fundamental fue que en la sala de mapas, ante el bochorno reinante, se abrieran las ventanas y contraventanas para permitir que entrara el fresco. Por ahí escapó la onda expansiva tras matar a cuatro oficiales. Hitler salió sin tímpanos y con una polineuritis en la mano derecha que le acompañó hasta su suicidio.

Stauffenberg tomó un avión a Berlín, donde fue detenido en la escalerilla. Himmler había ordenado el estado de sitio en la ciudad, orden cumplida por el coronel de las Waffen-SS, Otto Skorzeny, jefe de operaciones especiales, como liberador de Mussolini y exiliado en España bajo la protección del franquismo. Se procedió a una gran redada en la que cayeron hasta los tibios del nacionalsocialismo. El conde tuvo la suerte de ser fusilado enseguida en el patio del cuartel donde lo pusieron preso. Otros fueron ahorcados con cuerdas de piano y la filmación de su agonía se proyectó ante Hitler.

La única oposición seria que tuvo el nazismo fue la Orquesta Roja de Leopold Trepper, red de emisoras que enviaban a Londres información esencial.

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