21/6/07

Un holograma sonrosado (21-6-2007)

Hace 30 años, en los restaurantes de muchos tenedores se pedía un Suárez, un chuletón de Avila poco hecho. Tal era la consideración que se tenía del protagonista de la democracia por delante del Rey, que la hizo posible haciendo de la necesidad virtud, y de Torcuato Fernández Miranda, que escribió el guión. La memoria es selectiva y no nos acordamos de cuándo nos arrancaron las amígdalas, por eso la celebración de las primeras elecciones, con su antes y su después, ha sido un holograma sonrosado con la tachunda de Libertad sin ira, música publicitaria de Diario 16 que acabó en himno de aquellos acontecimientos. No todo fue así.

La designación de Suárez fue recibida como un inmenso error que ponía en peligro incluso a la Corona. Se le tenía por un funcionario mediocre y lo que más destacaba de él era su condición de secretario general del Movimiento, el partido único de Franco. Estaba muy cercana su camisa azul, no tenía méritos intelectuales, se le tenía por cercano al Opus Dei, entonces denostado, y sólo se le reconocía simpatía de vendedor de enciclopedias y una gran audacia no exenta de chulería. Un tahúr del Misisipí, como le bautizó Alfonso Guerra. De ahí la broma sangrante de los comedores.

Le odiaba el búnker por haber abierto las puertas a un pueblo que consideraban horda ingobernable; el Ejército por la traición del Sábado Santo, en que se legalizó el comunismo; la Banca en una inquina inexplicable en gente tan fría; y le aborrecían los barones de su propio partido porque no reconocían su primogenitura y aspiraban a sustituirle. Suárez dijo alguno de aquellos días que daría con gusto el brazo derecho por un sólo día de auténtico poder real. Hasta la Prensa le fue hostil, cargando la mano sobre su analfabetismo como cuando dijo que el catalán no era un idioma o que no se puede enseñar energía nuclear en vasco.

Ahora el personaje desdibujado despierta merecidas unanimidades, pero recuerdo sus palabras antes de la demencia senil: «Preferiría que los españoles me quisieran menos y me votaran más». Una vez le espetó al Rey que le precedería en el protocolo cuando presidiera la Unión Europea, lo que no sentaría bien al Borbón. No podía predecir, en sus horas mejores, el futuro shakesperiano que le aguardaba.

El Toisón que le acaba de conceder el Rey junto a un moro parece un guiño macabro al fantasma de La Florida, que ya ni siente ni padece.

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