11/2/06

La nación, según Renan (11-2-2006)

Con unos gemelos de teatro oteo sin subir escaleras los altillos de la biblioteca donde encuentro un opúsculo empolvado y olvidado: Qué es una nación de Ernest Renan, conferencia dictada por el autor el 11 de mayo de 1882 ante gran expectación dada la reciente guerra franco-prusiana y la pérdida de Alsacia y Lorena. Historiador, orientalista, teólogo y crítico literario, Renan fue una de las grandes figuras francesas de la segunda mitad del XIX. «Hoy», dice, «se comete un error: se confunde la raza con la nación y se atribuye a grupos etnográficos o más bien lingüísticos, una soberanía análoga a la de los pueblos realmente existentes».

Recuerda el conferenciante que el Tratado de Verdún (el que en 843 divide el imperio carolingio) traza divisiones inmutables y, desde entonces, Francia, Alemania, Inglaterra, Italia y España se encaminan a menudo con rodeos y a través de mil aventuras en su plena existencia nacional tal como la vemos desarrollarse hoy. La consideración etnográfica no ha existido para nada en la constitución de las naciones modernas. Francia es celta, íbera y germánica. Alemania es germánica, celta y eslava. Italia es el país donde la etnografía está más embrollada. Galos, etruscos, pelasgos y griegos, sin mencionar otros muchos elementos, se cruzan allí en una mezcolanza indescifrable. Las islas británicas, en su conjunto, ofrecen una mezcla de sangre celta y germánica cuyas proporciones son difíciles de definir.

«Hay en el hombre», prosigue Renan, «algo superior a la lengua: es la voluntad». La voluntad de Suiza de permanecer unida, pese a la variedad de sus idiomas. La importancia política que se presta a las lenguas viene de que se las ve como manifestaciones de la raza. Nada más falso. Prusia, donde no se habla más que alemán, hablaba eslavo hace algunos siglos. El País de Gales habla inglés. La Galia y España hablan el idioma primitivo de Alba Longa. Egipto habla árabe, etcétera. Las lenguas son formaciones históricas que indican poca cosa acerca de la sangre de quienes las hablan y que, en todo caso, no podrían encadenar la libertad humana cuando se trata de determinar la familia a la que uno se une para la vida y para la muerte. Esta consideración exclusiva de la lengua al igual que prestar excesiva atención a la raza tiene sus peligros. Se encierra uno en una cultura determinada tenida por nacional. No abandonemos el principio fundamental de que el hombre es un ser razonable y moral antes de ubicarse en tal lengua, tal raza o tal cultura.

Ciento veinticuatro años después los nacionalistas catalanes y vascos pasarían una deliciosa tarde leyendo a Renan; incluido ZP, el ignaro.

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