23/2/06

Veinticinco años entre las nubes (23-2-2006)

En el Río de la Plata, donde había ido a dar conferencias, Gutiérrez Mellado me tomó del brazo mientras paseábamos: «El Elefante Blanco era el teniente general Santiago y Díaz de Mendívil. Estaba en su casa acompañado del capitán de navío Camilo Menéndez, escuchando la retransmisión del Congreso, y cuando oyó los tiros se desentendió de su compromiso». Menéndez se sumó al golpe (el componente naval) y lo de Díaz de Mendívil era un rumor recurrente en Campamento, donde se juzgó a los insurgentes (¿de qué color es el Elefante Blanco de Santiago?). Podría ser a la egipcia con un Santiago de gran envergadura y cabellos blancos, último ministro del Ejército designado por Franco, en el papel de Naguib, y un general Armada con las hechuras resolutivas de Nasser. No sólo dejó constancia de lo que deslizó en mi oído un hombre tan poco dado a la infamia o las hablillas como Gutiérrez Mellado.

Un cuarto de siglo después aquella asonada continúa entre nubes algodonosas. Desde el sumario hasta el último libro publicado todo es una bruma patética, incoherente o chusca. Se ha investigado más sobre el 11-M (desde este periódico, por ejemplo) que sobre el 23-F, aunque suponga que el paso del tiempo desabrocha los secretos. A veces he soñado con la reunión de conjurados en el piso de la madrileña calle de General Cabrera, pero veo los cuerpos mientras las caras están veladas. Nos queda la certeza moral y lógica de que los conspiradores fueron bastante más que los 17 juzgados, y que la trama civil no se circunscribía sólo al sindicalista Juan García Carrés, que presumía de poder movilizar a los serenos y abarcaba a algunos que fueron figuras institucionales.Unos han fallecido en silencio y sólo sus deudos saben si dejaron memorias que no se han publicado. Otros han escrito libros autoexculpatorios e inanes. El libro póstumo del coronel San Martín es desolador porque no revela nada que no pudiera haber escrito en vida y, además, se malpara a sí mismo. El antiguo CESID es el primer beneficiario corporativo de tanto silencio, tanta laguna, porque participó de hoy y coz en la cuartelada, no sólo de la mano del comandante Cortina, chivo expiatorio de la retorcida tesis de que el Centro se infiltró en el golpe para barrenarlo desde dentro.Sólo queda la vana esperanza para la Historia de que Armada deje a su muerte algunos papeles o que Tejero acabe de contar quiénes componían el resto del elenco, supuestos ambos imposibles. La rememoración de tan infausto día deja el ánimo melancólico porque brilla la ligera improvisación y hasta la mentira mientras permanece apagada la verdad.

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