El kilogramo de modelo veinteañera se vende a precio en la
República Sudafricana. Diez meses de prisión y
el resto hasta cinco años en arresto domiciliario, al atleta inválido
Pistorius por matar de cuatro tiros en la cabeza a su pareja Reeva, confirman
la bárbara doctrina estadounidense que absuelve al que ultima a un intruso sin
considerar la gradación de la fuerza empleada. El escaso nivel de seguridad
sudafricana no debería tratar con tanta flema el tiroteo de una sombra tras el
cristal esmerilado de un inodoro en el que alguien está haciendo pis. Pistorius
está diagnosticado como iracundo y ya fue condenado a tres años (suspendidos)
por disparar al suelo en el salón de un restaurante como compulsivo amante de
las armas. La temprana amputación de sus piernas no parece haber modelado su
carácter en la autosuperación, y en las Olimpíadas de Pekín muchos atletas
denunciaron que sus flexibles extremidades de fibra de carbono le
proporcionaban capacidades biónicas. La tesis agustiniana de que Justicia es
dar a cada uno lo suyo se ha individualizado en el delincuente, olvidando a los
deudos de la víctimas y a toda la sociedad a la se ha de resarcir con el ejemplo preventivo de la pena. En
España sabemos mucho de esta Justicia torticera y de ocasión porque cuando los
espectáculos informativos o el tactismo político penetran en un caso
hasta el Derecho Romano sale por la ventana. Idoia López Riaño (y tantos
etarras) quedarán libres en breve por el precio de menos de un año por cadáver. Todos somos enfermos terminales y
nos vamos a morir antes que Bolinaga. Gorrones de guante blanco y folklóricas territoriales
han tomado asiento en la Prensa del corazón, que es nuestro amarillísmo. Quien
siembra la muerte o la ruina merecen nuestra conmiseración y nos parece una
aberración la pena permanente revisable. La jueza sudafricana, mujer y negra,
ha debido inpirarse en la filosofía procesal y penitenciaria española.
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