9/12/84

Un año administrando la ruina (9-12-1984)

Especialistas en genética estadounidenses llegaron el último año al hospital Durand, en Buenos Aires, para ayudar a los inmunólogos argentinos a establecer el sistema de histocompatibilidad, la identidad genética, de centenares de niños adoptados durante la dictadura militar. Desaparecidos los padres, las técnicas del abuelismo, junto a las investigaciones judiciales, ayudaban a la comisión asesora de niños desaparecidos a restituir, al menos, los nietos a sus abuelos.

Cuatro días antes del primer aniversario de la recuperación de la democracia argentina, los abuelos de Liliana, de siete años, y de Mariana, de ocho, recibieron confirmación en su casa de Puerto Madryn, en el sur del país, de que sus nietas habían aparecido adoptadas de buena fe por un matrimonio estéril. Las niñas desaparecieron en 1977, junto con sus padres de la ciudad de la Plata, cuando contaban un año y tres meses y ocho meses y abandonadas como NN (Ningún Nombre) en el hospital de niños de la ciudad. Los ancianos, doblemente despojados, optaron por dejar a las chiquillas con su nueva familia, reservándose únicamente el derecho de visita.Hace mañana un año, el 10 de diciembre de 1983, tras una noche en las calles sin dormir, los porteños desbordaron la Plaza de Mayor, dando por primera vez la espalda a la Casa Rosada, para enronquecer ante el presidente Raúl Ricardo Alfonsín, quien, en la balconada del cabildo desde el que se proclamó la independencia, les instaba a "...constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quisieran habitar el suelo argentino".

Un año después de aquella euforia generalizada, desmochado ya el entusiasmo, es preciso recurrir al simbólico común denominador de Liliana y Mariana para entener la gestión del Gobierno democrático: desde la deuda externa trepada hasta los 55 mil millones de dólares, a una inflación superior al 700% anual; desde las marchas y contramarchas de los juzgamientos militares, a la caída en vertical de la recaudación fiscal; desde el tratado de paz con Chile, a los intentos de asesinato en la persona de Alfonsín, toda la historia de este año argentino está teñida por la desmesura de los ciclópeos problemas que pesan sobre la República. Es la historia de una anormalidad.

Argentina accedió hace un año a la democracia, después de siete años de una dictadura militar criminal y corrupta y tras perder un guerra exterior contra el Reino Unido, respaldado por Estados Unidos y el Mercado Común Europeo; y como todos los vencidos, Argentina está pagando todas las facturas. Así, el destino político del presidente Alfonsín parece el de un hombre obligado no a una carrera de logros positivos para su país, sino a detener la catarata de degradaciones por la que se derrumba la nación. Por ello se reprocha a la Administración radical cierta sumisión en la renegociación de la deuda externa, o concesiones territoriales a Chile en el acuerdo vaticano sobre demarcación de límites, cuando ambas negociaciones han sido las mejor desarrolladas por el Gobierno. Muchos argentinos se niegan aún a reconocer que el país no se encuentra en condiciones de dar puñetazos en la mesa.

Un horizonte negro

El balance del primer año de la posguerra y la posdictadura es obligadamente ríspido: la inflación no ha podido ser desacelerada y continúa proletarizando a las clases medias; el hambreamiento de los menos favorecidos por la fortuna obligó al Gobierno a poner en marcha un "Plan Alimentario Nacional" -PAN-, que reparte semanalmente cajones de alimentos a las madres de familia en precario; el Ministerio de Economía se vio obligado a reconocer oficial mente en octubre pasado que el costo de la vida había aumentado en un 379% desde el mes de enero y el de Educación que, en un país eminentemente culto y alfabetizado como Argentina, la deserción escolar alcanzaba el 32,2%, con seis millones de analfabetos sobre 30 millones de habitantes; en el país de la carne, su consumo público está vedado dos días por semana, y en este borde de las vacaciones veraniegas australes el Gobierno estudia severas medidas económicas para gravar a los pudientes sus viajes al exterior.En la correcta administración del desmoronamiento económico del país es donde el presidente Alfonsín y sus colaboradores han cometido sus peores errores. Temerosos de generar un estado de depresión general, continúan sin informar oficialmente a la sociedad que el país está quebrado y que aguardan aún decenas de años de privaciones y miserias. El Gobierno radical continúa oponiéndose a la reducción drástica del gasto público -excepto en los presupuestos militares-, y el propio Alfonsín, negando la realidad de cada día, no pierde ocasión de reiterar en sus continuas comparecencias públicas que no admitirá recetas recesivas para la economía argentina: aún se cree en la posibilidad de detener la inflación sin mermar los salarios reales.

Bien es cierto que para encontrar salidas a la crisis, el Gobierno no ha encontrado la menor ayuda a sus costados: por su derecha, la patria financiera y la oligarquía agrícola-ganadera, deshuesadas del menor interés nacional o patriótico, se niegan activamente -y conspirativamente- a cualquier sacrificio; por su izquierda, la oposición peronista, dividida y caótica, sin dirección ni programas, no se encuentra en condiciones de concertar con el Gobierno un plan socieconómico de emergencia.

Restauración moral

En el haber de errores de Alfonsín también debe contabilizarse su creencia inicial de que podía desmontar la burocracia corrompida del sindicalismo peronista (perdió en el Senado por dos votos su ley de reordenación sindical), y su apoyo a Isabelita Perón para mayor desprestigio del peronismo. Hoy, las elecciones de normalización sindical vuelven a dar el control de los gremios a la vieja y mafiosa guardia justicialista y el peronismo dirigido (¿) por Isabelita desde la madrileña calle de Serrano es, a corto y hasta a medio plazo, incapaz de negociar un pacto social con el Gobierno. Donde la Administración radical de Alfonsín ha alcanzado éxitos moralmente indiscutibles ha sido en la dolorosa recuperación de la dignidad nacional. En junio de 1982, Argentina era un paria internacional; hoy es uno de los países más avanzados en materia de defensa de los derechos humanos, con la tortura penalmente equiparada al asesinato cualificado, reconocido el derecho de los ciudadanos a resistirse a la violación constitucional y con tres ex presidentes consecutivos de la nación en prisión preventiva rigurosa por su presunta comisión de genocidios.

Pese a las legítimas protestas y quejas de las familias de los perjudicados por la lentitud y moderación de la justicia, no existe otro ejemplo histórico como el argentino en el que tres ex presidentes militares, y sus respectivos socios de la Armada y la Aeronaútica esperan su juicio en penales castrenses; otro ex presidente -Bignone- se encuentra encausado, y generales, almirantes, brigadieres y ex ministros civiles, como Martínez de Hoz, tengan sumarios abiertos en los juzgados federales de medio país.

Las Fuerzas Armadas han visto reducido su presupuesto en un 39% y la Flota acaba de reconocer que carece de fondos para las maniobras más elementales. Se ha reducido el servicio en filas, disuelto un cuerpo de Ejército, reordenado el despliegue operativo de las fuerzas y sustituida la doctrina de la seguridad nacional por la de la defensa nacional. Mario Eduardo Firmenich, jefe de la organización Montoneros, fue extraditado desde Brasil y responderá de alguno de sus presuntos actos terroristas; Aníbal Gordon, jefe operativo de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) fue detenido junto con su estado mayor.

Hay más. Una comisión sobre desaparición de personas investigó libremente más de 8.000 casos, que dilucidará la justicia; no se ha perseguido a nadie por sus ideas y miles de funcionarios de la etapa de la dictadura militar continúan desempeñando sus puestos y sus destinos; se ha sellado la paz con Chile en las mejores condiciones posibles tras una querella centenaria y se ha encarrilado bajo esquemas occidentales la filosofía del pago de la deuda externa.

El país en este año ha dado para mucho y, ciertamente, no podía dar más de sí. La normalización de la vida económica y social argentina, el restañamiento de sus heridas, es tarea de décadas y esta República vivirá aún momentos más amargos que los actuales. El balance de este año ofrece el mismo claroscuro de la apagada alegría de los abuelos de Puerto Madryn por el reencuentro con sus nietas desaparecidas. Cabe la esperanza, pero se disipó como el humo aquel entusiasmo de la Plaza de Mayo, bajo la balconada del cabildo, en que hace un año Raúl Alfonsín ofreció a los argentinos una nueva frontera.

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