Especialistas en genética
estadounidenses llegaron el último año al hospital Durand, en Buenos Aires,
para ayudar a los inmunólogos argentinos a establecer el sistema de
histocompatibilidad, la identidad genética, de centenares de niños adoptados
durante la dictadura militar. Desaparecidos los padres, las técnicas del
abuelismo, junto a las investigaciones judiciales, ayudaban a la comisión
asesora de niños desaparecidos a restituir, al menos, los nietos a sus abuelos.
Cuatro días antes del primer
aniversario de la recuperación de la democracia argentina, los abuelos de
Liliana, de siete años, y de Mariana, de ocho, recibieron confirmación en su
casa de Puerto Madryn, en el sur del país, de que sus nietas habían aparecido
adoptadas de buena fe por un matrimonio estéril. Las niñas desaparecieron en
1977, junto con sus padres de la ciudad de la Plata, cuando contaban un año y
tres meses y ocho meses y abandonadas como NN (Ningún Nombre) en el hospital de
niños de la ciudad. Los ancianos, doblemente despojados, optaron por dejar a
las chiquillas con su nueva familia, reservándose únicamente el derecho de
visita.Hace mañana un año, el 10 de diciembre de 1983, tras una noche en las
calles sin dormir, los porteños desbordaron la Plaza de Mayor, dando por
primera vez la espalda a la Casa Rosada, para enronquecer ante el presidente
Raúl Ricardo Alfonsín, quien, en la balconada del cabildo desde el que se
proclamó la independencia, les instaba a "...constituir la unión nacional,
afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común,
promover el bienestar general, asegurar los beneficios de la libertad, para
nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que
quisieran habitar el suelo argentino".
Un año después de aquella
euforia generalizada, desmochado ya el entusiasmo, es preciso recurrir al
simbólico común denominador de Liliana y Mariana para entener la gestión del
Gobierno democrático: desde la deuda externa trepada hasta los 55 mil millones
de dólares, a una inflación superior al 700% anual; desde las marchas y
contramarchas de los juzgamientos militares, a la caída en vertical de la
recaudación fiscal; desde el tratado de paz con Chile, a los intentos de
asesinato en la persona de Alfonsín, toda la historia de este año argentino
está teñida por la desmesura de los ciclópeos problemas que pesan sobre la
República. Es la historia de una anormalidad.
Argentina accedió hace un
año a la democracia, después de siete años de una dictadura militar criminal y
corrupta y tras perder un guerra exterior contra el Reino Unido, respaldado por
Estados Unidos y el Mercado Común Europeo; y como todos los vencidos, Argentina
está pagando todas las facturas. Así, el destino político del presidente
Alfonsín parece el de un hombre obligado no a una carrera de logros positivos
para su país, sino a detener la catarata de degradaciones por la que se
derrumba la nación. Por ello se reprocha a la Administración radical cierta
sumisión en la renegociación de la deuda externa, o concesiones territoriales a
Chile en el acuerdo vaticano sobre demarcación de límites, cuando ambas
negociaciones han sido las mejor desarrolladas por el Gobierno. Muchos
argentinos se niegan aún a reconocer que el país no se encuentra en condiciones
de dar puñetazos en la mesa.
Un horizonte negro
El balance del primer año de
la posguerra y la posdictadura es obligadamente ríspido: la inflación no ha
podido ser desacelerada y continúa proletarizando a las clases medias; el
hambreamiento de los menos favorecidos por la fortuna obligó al Gobierno a
poner en marcha un "Plan Alimentario Nacional" -PAN-, que reparte
semanalmente cajones de alimentos a las madres de familia en precario; el
Ministerio de Economía se vio obligado a reconocer oficial mente en octubre
pasado que el costo de la vida había aumentado en un 379% desde el mes de enero
y el de Educación que, en un país eminentemente culto y alfabetizado como
Argentina, la deserción escolar alcanzaba el 32,2%, con seis millones de
analfabetos sobre 30 millones de habitantes; en el país de la carne, su consumo
público está vedado dos días por semana, y en este borde de las vacaciones
veraniegas australes el Gobierno estudia severas medidas económicas para gravar
a los pudientes sus viajes al exterior.En la correcta administración del
desmoronamiento económico del país es donde el presidente Alfonsín y sus
colaboradores han cometido sus peores errores. Temerosos de generar un estado
de depresión general, continúan sin informar oficialmente a la sociedad que el
país está quebrado y que aguardan aún decenas de años de privaciones y
miserias. El Gobierno radical continúa oponiéndose a la reducción drástica del
gasto público -excepto en los presupuestos militares-, y el propio Alfonsín,
negando la realidad de cada día, no pierde ocasión de reiterar en sus continuas
comparecencias públicas que no admitirá recetas recesivas para la economía
argentina: aún se cree en la posibilidad de detener la inflación sin mermar los
salarios reales.
Bien es cierto que para encontrar
salidas a la crisis, el Gobierno no ha encontrado la menor ayuda a sus
costados: por su derecha, la patria
financiera y la oligarquía
agrícola-ganadera, deshuesadas del menor interés nacional o patriótico, se
niegan activamente -y conspirativamente- a cualquier sacrificio; por su
izquierda, la oposición peronista, dividida y caótica, sin dirección ni
programas, no se encuentra en condiciones de concertar con el Gobierno un plan
socieconómico de emergencia.
Restauración moral
En el haber de errores de Alfonsín
también debe contabilizarse su creencia inicial de que podía desmontar la
burocracia corrompida del sindicalismo peronista (perdió en el Senado por dos
votos su ley de reordenación sindical), y su apoyo a Isabelita Perón para mayor
desprestigio del peronismo. Hoy, las elecciones de normalización sindical
vuelven a dar el control de los gremios a la vieja y mafiosa guardia
justicialista y el peronismo dirigido (¿) por Isabelita desde la madrileña
calle de Serrano es, a corto y hasta a medio plazo, incapaz de negociar un
pacto social con el Gobierno. Donde la Administración radical de Alfonsín ha
alcanzado éxitos moralmente indiscutibles ha sido en la dolorosa recuperación
de la dignidad nacional. En junio de 1982, Argentina era un paria internacional; hoy es uno de los
países más avanzados en materia de defensa de los derechos humanos, con la
tortura penalmente equiparada al asesinato cualificado, reconocido el derecho
de los ciudadanos a resistirse a la violación constitucional y con tres ex
presidentes consecutivos de la nación en prisión preventiva rigurosa por su
presunta comisión de genocidios.
Pese a las legítimas
protestas y quejas de las familias de los perjudicados por la lentitud y
moderación de la justicia, no existe otro ejemplo histórico como el argentino
en el que tres ex presidentes militares, y sus respectivos socios de la Armada
y la Aeronaútica esperan su juicio en penales castrenses; otro ex presidente
-Bignone- se encuentra encausado, y generales, almirantes, brigadieres y ex
ministros civiles, como Martínez de Hoz, tengan sumarios abiertos en los
juzgados federales de medio país.
Las Fuerzas Armadas han
visto reducido su presupuesto en un 39% y la Flota acaba de reconocer que
carece de fondos para las maniobras más elementales. Se ha reducido el servicio
en filas, disuelto un cuerpo de Ejército, reordenado el despliegue operativo de
las fuerzas y sustituida la doctrina
de la seguridad nacional por
la de la defensa nacional. Mario Eduardo Firmenich, jefe de la
organización Montoneros, fue extraditado desde Brasil y responderá de alguno de
sus presuntos actos terroristas; Aníbal Gordon, jefe operativo de la Triple A
(Alianza Anticomunista Argentina) fue detenido junto con su estado mayor.
Hay más. Una comisión sobre
desaparición de personas investigó libremente más de 8.000 casos, que
dilucidará la justicia; no se ha perseguido a nadie por sus ideas y miles de
funcionarios de la etapa de la dictadura militar continúan desempeñando sus
puestos y sus destinos; se ha sellado la paz con Chile en las mejores
condiciones posibles tras una querella centenaria y se ha encarrilado bajo
esquemas occidentales la filosofía del pago de la deuda externa.
El país en este año ha dado
para mucho y, ciertamente, no podía dar más de sí. La normalización de la vida
económica y social argentina, el restañamiento de sus heridas, es tarea de
décadas y esta República vivirá aún momentos más amargos que los actuales. El
balance de este año ofrece el mismo claroscuro de la apagada alegría de los
abuelos de Puerto Madryn por el reencuentro con sus nietas desaparecidas. Cabe
la esperanza, pero se disipó como el humo aquel entusiasmo de la Plaza de Mayo,
bajo la balconada del cabildo, en que hace un año Raúl Alfonsín ofreció a los
argentinos una nueva
frontera.
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