22/6/06

El tren de los enfollonadores (22-6-200)

Guardo un recuerdo lúdico y muy grato de Pasqual Maragall cuando siendo alcalde de Barcelona, y tras un debate televisivo, me llevó a tomar copas a las fiestas del Raval, pero es un folloncico cervantino, y parece que tuviera un trastorno bipolar que le hiciera ser Maragall de día, Maragall de noche.

Su apogeo estuvo en las Olimpiadas en las que tuvo mucho apoyo del Estado, porque de lo contrario quizás en vez de abrir Barcelona al mar habría abierto éste a la ciudad haciéndola émula de Petrogrado o Venecia, enfollonamiento éste que luego se intentó sin éxito completo en el barrio de El Carmelo. El enfollonador nace, no se hace, y Maragall no se pudo callar acusando a los de Convergència i Unió de ser los comisionistas del 3% (bajo me lo fiáis) para luego retractarse vergonzantemente.

Urdió con Zapatero un nuevo Estatut innecesario y que no reclamaba la mayoría catalana y ha terminado a medio mandato violando la Ley Electoral. Parió un tripartito sietemesino con la Esquerra que cabe metafóricamente en un autobús y con los comunistas verdes que desbordan un taxi. Destituyó a su primer ministro, Carod-Rovira, porque se le escapó a Perpigñán a hacer alta política con Josu Ternera; después cambió el Govern para disolverlo a la semana rompiendo tardíamente con sus socios. A la vista de los resultados del referéndum no se sabe qué ha hecho por Cataluña que sea perdurable y de consenso. Su breve presidencia ha sido un continuo follón ininteligible.

Vendrá a hacerle bueno Pepe Montilla, un catalanista charnego de Córdoba, que ha enfollonado el Ministerio de Industria hasta el paroxismo intervencionista. Follón es atacar a un medio informativo nacional. Follón es negociar la condonación de una deuda gigantesca del PSC. Follón es decretar contra una OPA alemana en favor de otra catalana. Follón es reescribir en su despacho las actas del Consejo de Ministros. El enfollonador enfollona su lenguaje, y en las ruedas de prensa emite onomatopeyas y gañidos. Y en antiespañolismo de converso sólo le supera Manuela de Madre, que tuvo que irse a Cataluña para comer, y que alarga la Inquisición hasta el siglo XIX. Con el jefe Zapatero esto es como el tren de los hermanos Marx que al grito de «¡Más madera!» desguazaban los vagones para que la locomotora siguiera expeliendo humo.

¿Pero es que no hay gente normal por ahí? ¿Dónde está la siempre bienhechora aura mediocritas? En esta barahúnda política todos son enceguecidos. Polifemos dando tortazos furiosos en el aire. Y a la postre el buen gobierno no es más que no añadir problemas a los preexistentes. Todo lo demás es follón.

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