17/6/06

Una expulsión anunciada (17-6-2006)

Si el Partido Socialista no expulsa a la eurodiputada Rosa Díez -o a la concejala Gotzone Mora-, la meterá en el congelador como a Nicolás Redondo (padre e hijo) o la dejará descolgada de las próximas listas electorales. La muerte lenta es más vengativa que la decapitación, y a Rosa ya le han cercenado sus competencias sectoriales en la UE. Entenderán esas señoras por qué sus compañeros se refieren al PS como «La empresa», donde sólo cuentan los dividendos y no la conciencia personal. Rosa Díez ha hecho una carrera muy briosa presentándose ora contra Nicolás Redondo Terreros, ora frente al propio Zapatero. Le gusta competir aunque no tenga posibilidades de éxito, y cuenta con un suelo mínimo de votos que le impide hacer el ridículo. Muy habladora, gustosa de los medios, coqueta («Voten a la rubia») y hoy pelirroja. Quiso meter en la cárcel a Mingote, un clásico del editorialismo gráfico, cuando era consejera de Turismo de Euskadi en un Gobierno de coalición PNV-PSE. Había puesto en circulación un lema sobre Euskadi: «Ven y cuéntalo». Mingote dibujó una viñeta con el eslogan y un despanzurrado por ETA en una acera. La cosa quedó en caldo de habas, como no podía ser de otra manera, pero Rosa Díez apuntó maneras romas y escasa agudeza. Hoy la publicidad institucional de Vasconia reza: «Un país increíble». Cierto; para no creérselo con lo que está ocurriendo y lo que va a pasar.

Nuestra dama en peligro puede que pague su disidencia de hoy por las unanimidades de antaño, porque, como Zapatero, guardó un silencio algodonoso durante los tiempos de plomo de la corrupción de la sangre y del dinero. Hoy es un pescado boqueante en la orilla del agua como lo fueron Alonso Puerta o Pablo Castellano, y no merece una lágrima aunque sí una reflexión compartida sobre la partitocracia. Ya que la dirigencia socialista mira tanto por el retrovisor de la II República podían recordar aquellos años convulsos en los que, al menos, podías estar legítimamente con Largo Caballero, Indalecio Prieto o Julián Besteiro. Los dos primeros cayeron en el revolucionarismo que hundió el régimen, y el último, el catedrático de Lógica y el diputado más votado por Madrid, marxista cabal, se sublevó y rindió la capital a Franco. Por eso no proliferan sus estatuas; pero entonces se podía respirar políticamente aunque fuera entre la pólvora. En nuestra democracia los representantes partidarios no tienen independencia ni pueden votar en conciencia. Electos en listas cerradas y bloqueadas se someten al reglamentismo de amianto de la partitocracia. El mayor déficit democrático es el de los partidos políticos. Hoy ya lo sabe hasta Rosa Díez.

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