19/8/06

El ‘tiranosaurio’ del Paraná (19-8-2006)

El Paraguay de Stroessner era surrealista y quizá lo siga siendo en su atípica democracia. La primera vez que aterricé en Asunción, la sala de equipajes estaba presidida por dos grandes retratos de pared: el del general y el de su hijo, coronel del arma aérea. La segunda habían quitado el del niño dejando el enmarcado de suciedad en el muro. Había quebrado la monarquía hereditaria porque al descendiente lo llamaban en los cuarteles la coronela, y se perdía por lo que había debajo de los uniformes. La escasa aviación militar paraguaya se puso machista y exigió su destitución.

En el hotel, bajo el aire acondiconado, me atildé con saco y corbata tras comprobar por televisión que hacía 25 grados. Salí y me asfixié, incapaz de andar tres manzanas. Regresé fundido en sudor y telefoneé a Aldo Zucolillo, director de Abc Color, única linterna en la noche de la dictadura: «Me ha dado un golpe de calor». «Lo que usted no sabe» me dijo «es que el Gobierno obliga al Instituto Meteorológico a bajar en verano 10 grados la temperatura para no espantar a los turistas». Abc Color tenía una corresponsala volante, la paraguaya-española Gloria Giménez, que publicaba notas de libertad y a la que el tiranosaurio prohibió la entrada al país para el sepelio de su madre. Un cobarde. Durante la guerra de El Chaco, que Paraguay ganó a Bolivia, fue el único oficial que perdió una ametralladora en el combate.

Hijo de alemán, era un nazi en las orillas del gran Paraná. Nuestro sempiterno embajador en aquella corte, el incalificable Ernesto Giménez Caballero, cruzaba las noches desde su representación al Palacio Presidencial, para darle a Stroessner clases de franquismo. Llegó a aprender algo porque durante un tiempo fue el decano de los dictadores en el mundo, hasta que lo superó Fidel Castro. A una gloria nacional como el escritor Roa Bastos (Yo el Supremo) le persiguió por delitos de imprenta obligándole a refugiarse en un herrumbroso depósito de agua en desuso hasta que los amigos le pudieron sacar por el Paraná que achocolata las aguas del argentino Río de la Plata. En Buenos Aires, Roa, me condecoró repitiendo tres platos de mi celebrado guiso de patatas con carne.

Anastasio Somoza, cuya madre fue cantada («Margarita, te voy a contar un cuento…») por el pedófilo de Rubén Darío, estaba refugiado en Asunción. Los sandinistas encargaron su asesinato a un comando montonero argentino encabezado por el español Gorrirarán Merlo. Le dieron con un antitanque en su Mercedes blindado y Stroessner se escondió por semanas en un búnker. Casi no quedan desgraciados como él.

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