28/9/06

Asesinato por encargo (28-9-2006)

Enrique Haroldo Gorriarán Merlo era hijo de vascos, y como tal, empecinado. Este argentino ha muerto relativamente joven en Buenos Aires de un aneurisma de aorta, la enfermedad que mató a Carlos Cano.

Apodado el pelado por su precoz calva, este militante del Ejército Revolucionario del Pueblo (trotskistas) pasará a la pequeña historia del terrorismo como el asesino de Anastasio Somoza Debayle en el lugar menos esperado: Asunción del Paraguay. Cuando el Frente Sandinista entró en Managua, Tacho Somoza huyó de Nicaragua llevándose en avión hasta los féretros de sus deudos, que mandó exhumar. Se refugió en un búnker: el Paraguay de Alfredo Stroessner, aparentemente inaccesible para cualquier terrorista. Los sandinistas, conscientes de que no podían llegar hasta él, encargaron el trabajo a Gorriarán y a su pequeño grupo de revolucionarios argentinos. Pasaron las armas por la triple frontera selvática de Iguazú; caminos intransitables hasta para las guardias fronterizas.

En Asunción, con documentación falsa (en Paraguay casi todo es falso), ojearon a Somoza. Tan confiado como Carrero Blanco, salía todos los días de su casa para acudir a su oficina siguiendo el mismo trayecto. La versatilidad de los itinerarios aún no había llegado a los servicios de seguridad. El comando alquiló un piso bajo en el trayecto del ex dictador, pero, queriendo matarle con un lanzagranadas antitanque, temían que a tan corta distancia de la calzada no se activara el detonante, sistema para proteger el lanzador que dispara demasiado cerca. Rentaron a golpe de dólares un quiosquito de periódicos que estaba en la línea de tiro y con comunicación visual con el piso. El quiosco hacía de campana avisando con periódicos en alto que llegaba Somoza. Viajaba en un Mercedes blindado y le dispararon en diagonal, metiéndole un bazoka por la luneta trasera. Quedó desintegrado. El sandinismo se había cobrado la deuda.

Stroessner se volvió histérico creyendo que asistía a una conjura internacional terrorista que acabaría con su vida. Persiguió a patadas en el culo a su ministro del Interior alrededor de la mesa del Consejo de Gobierno y se encerró durante semanas en un sótano blindado (la habitación del miedo) hasta que pasó la tormenta. Gorriarán y su grupo abandonaron Paraguay por las mismas trochas de la selva. El guerrillero no cejó: ocupó el cuartel de La Tablada, en Buenos Aires, ya en democracia, logrando una pequeña matanza (28 guerrilleros, 11 conscriptos) en una intentona inexplicable. Le financió Daniel Ortega y el sandinismo; lo que se ignora es la paradoja de si también le pagaba la CIA.

No hay comentarios:

Publicar un comentario