7/10/06

Los GAL (7-10-2006)

Melchor Miralles, director de EL MUNDO TV, está por estrenar la película que ha producido sobre los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL). Nos recordará a Costa Gavras. Acaba de presentar el libro GAL. La historia que sacudió al país, del que sólo difiero en el título. Creo que Felipe González perdió sus últimas elecciones antes por la corrupción económica que por el asesinato de Estado. Desdichadamente, entre nosotros hay muchos que creen como Fraga que el mejor terrorista es el terrorista muerto, o al menos eso es lo que se pensaba en 1982, cuando a España se le prometía un cambio.

Y es que los crímenes de Estado, o su preparación, comenzaron nada más acceder Felipe González al poder. No fue una reacción visceral ante una matanza, sino un desatino programado en frío desde la oposición. González siempre ha estado convencido de que la opinión pública le acompañaba en aquella guerra sucia y por eso era indiscreto. Así le podía decir a Pedro J. Ramírez que «cuando ellos dejen de matarnos, nosotros dejaremos de matarlos a ellos». Declaración escalofriante en un político supuestamente democrático.

En una habitación del hotel Ercilla de Bilbao, a solas y en plena campaña electoral, me preguntó qué me parecía si matábamos a los etarras. Le hablé mucho, como cuando no quieres decir nada, sobre la OAS y los Barbouzes y el ensangrentamiento que siguió en Francia a la guerra de Argelia. Lamento haber accedido a la petición de Felipe de que apagara el magnetofón.

Uno de los misterios de mi vida periodística es creer haber conocido bien a un hombre como Felipe González y habérseme pasado por alto algunos de los entresijos más miserables de su cerebro. Aunque sea premio Carlomagno, su formación política la recibió más en Iberoamérica que en Europa y de aquellas tierras se trajo lo peor. Empezó amistándose con el general panameño Omar Torrijos, un populista sin complejos, y después con el sinvergüenza de Carlos Andrés Pérez, ladrón y asesino venezolano que le inspiró grupos paramilitares o parapoliciales que dieran muerte a los adversarios. Me temo que yo mismo le sugerí indirectamente utilizar aquella mafia de Marsella que combatió a la OAS. A veces más vale no conversar en la intimidad con los políticos.

Melchor Miralles es como aquel pelotón de soldados que acababa, según Splenger, salvando a la civilización occidental. Sin él y los periódicos Diario 16 y EL MUNDO, dirigidos por Ramírez, seguiríamos en Atapuerca. Pero regreso a mis dudas iniciales. Buena parte de la sociedad española no tiene empacho alguno de seguir la senda de un partido socialista que ni se ha arrepentido, ni pedido perdón y que se ha sucedido a sí mismo hasta con algunas de las mismas caras de entonces. La película y el libro de Miralles los achacarán al sindicato del crimen.

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