14/5/07

Camisinha de Venus (14-5-2007)

La primera vez que aterricé en Galeao, uno de los aeropuertos de Río de Janeiro, creí haberlo hecho sobre otro planeta. Pedí los periódicos en el hotel y me encontré con que La folha de Sao Paulo, uno de los mejores diarios del mundo, dividía su primera en tres y dos columnas para contar, en grandes caracteres, el envío al espacio del satélite de comunicaciones Brasilat y la puesta en pie de guerra de los indios amazónicos carajás, que se habían pintado el cuerpo preparándose para la batalla a librar para defender sus territorios de la selva, mientras el Comando de la Amazonía mandaba tropas en lanchones remontando el río. Convivían así la industria aeroespacial y la Edad de Piedra.

Pronto comprendí que Brasil es un desmesurado continente, con el invierno en el norte y el verano en el sur (o viceversa), donde hay un campo de fútbol cuya meridiana es el Ecuador, en el que juegan alternativamente los equipos en el hemisferio norte o en el sur. En Pernambuco me citaron para después de la lluvia y quedé perplejo hasta que me explicaron que en la ciudad llovía todos los días de cinco a seis, y las citas vespertinas se fijaban para cuando escampara. En el Pelourinho, en los altos de San Salvador de Bahía de Todos los Santos, los funebreros exponen los ataúdes contra las paredes de una placita y hermosas mulatas los soban y golpean para entender su calidad. Eros y Tánatos.

En el Oba Oba carioca ofrecen cada noche un centón de increíbles mulatas, poco más que adolescentes. Un mal día se les ocurrió hacer una gira por España, cuando aquí aún no había apuntado el destape, y mientras se bañaban en una playa de Murcia les mordían en las nalgas para comprobar que eran de verdad; hubo que llamar a la Guardia Civil para apagar el alboroto.

En las playas cariocas de Leme, Copacabana, Arpuador o Ipanema se huele el sexo por encima del olor del mar. Ellos y ellas, con cuerpos perfectos, juegan al voleibol o al fútbol con los pies descalzos. La sexualidad está en el aire y la absorbes a bocanadas. Por eso se equivoca gravemente el Papado oponiéndose a la camisinha de Venus, forro para otros y, para los más, el acreditado invento del doctor Condón. No hay mejor ni más barato profiláctico contra el sida, y apelar a la castidad en un clima como el brasilero supone dejar el terreno libre a los más tolerantes evangélicos, que, junto con los telepredicadores, están mermando la grey católica en toda Sudamérica.
Ya se sabe que no ha de derramarse el esperma sobre la tierra y sólo sobre el vaso sagrado de la mujer, fuente de vida, pero la continencia es poca arma contra la concupiscencia y la pandemia del sida necesita una bomba atómica farmacológica y no música celestial. El Papa en Sao Paulo también condena el aborto; no podía ser de otra manera, pero a Benedicto XVI no le han contado que la salvaje contaminación de la ciudad provoca cada año el mayor número de bebés sin cerebro. Los papas son incorregibles.

No hay comentarios:

Publicar un comentario