El lenguaje de ETA siempre es expeditivo, y
particularmente letal cuando se venga. Hay que conocer al animal antes de
intentar domarlo. Hace 10 años la banda tenía que cumplir una doble venganza.
La primera, por el final feliz del interminable secuestro de José Antonio
Ortega Lara tras un impagable rastreo de hormiga de la Guardia Civil, caserío
por caserío.Por una vez, la televisión fue útil y mostró al funcionario de
prisiones con barba y esqueletizado como un Cristo, tambaleante y con la mirada
perdida. El entonces ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, manejó muy bien
los medios de comunicación, que pudieron acceder a un zulo para ratas, húmedo y
equivalente a un enterramiento en vida. El largo secuestro tenía muy ufanos a
los etarras, ignorantes de que Ortega Lara ya había acumulado medios y material
para suicidarse, desesperación superior a su catolicismo.La segunda venganza
era sobre la indómita política del Partido Popular en el Gobierno, que no daba
ni agua a los terroristas. Tal era la infiltración en ETA que los comandos eran
detenidos el mismo día que iban a sembrar sus bombas. No se eligió de balde a
Miguel Angel Blanco, sino que se buscó intencionadamente a un militante del PP.
Blanco era idóneo: un gorrión político sin escolta ni autoprotección. El plazo
era para la galería porque estaba condenado de antemano para enfriar las
frustraciones de los asesinos. Además, no hay logística que traslade en 48
horas a los presos etarras al País Vasco.El espíritu de Ermua fue un estallido
generalizado de cólera social, un dos de mayo en que no hubo Gobierno ni
autoridad de cualquier género que organizara las consignas, las pancartas y el
desborde de las plazas. España entera fue un volcán de indignación y hartura
ante el que quedaron sorprendidos los propios políticos, quienes observaban
aquella marea ácrata que fue el momento más generoso y vibrante desde 1978. Un
abogado abertzale comentaba: «Si no lo paramos, mañana esto es España». Desde
el punto de vista del PNV fue inteligente abrazar a ETA en el Pacto de Lizarra,
porque el espíritu de Ermua, de haber sido encauzado, se habría comido al
nacionalismo más rancio.Hoy ese espíritu está muerto, porque si viviera no
podría el Gobierno socialista hacer tertulia con ETA desde hace más de tres
años, so pena de que le dieran de baja en todas las urnas. Todo envejece, hasta
la dignidad, y todas las encuestas públicas o privadas dan sus simpatías a
Zapatero. Don Juan Nadie, el ciudadano medio, quiere la paz aunque sea ilusoria
y encamine España hacia el desguace. María del Mar Blanco es menos popular que
María Teresa Fernández de la Vega.Aquel espíritu mudó en ectoplasma.
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