5/9/07

‘Rosa, rosae’ (5-9-2007)

En 1975 era difícil afiliarte al Partido Socialista a menos que conocieras personalmente a Nicolás Redondo o a Ramón Rubial, que siempre estaba en la cárcel. En cambio, las Comisiones Obreras de Marcelino Camacho estaban en las grandes empresas y el Partido Comunista en todas las esquinas intelectuales, donde aparecían Enrique Múgica, Pradera, el invisible Semprún, que lo sigue siendo, los abogados laboralistas y el ectoplasma del poeta Marcos Ana. Una legión que no fue recompensada con los votos. El sociólogo Linz nos pronosticó desde Estados Unidos una salida democratacristiana, como en Alemania o Italia, y Joaquín Ruiz-Jiménez se quedó pasmado. Ridruejo me difuminó en su grupúsculo porque no era suficientemente anticomunista.

Rosa Díez, con la honestidad que nadie le disputa, se da de baja en el Partido Socialista como lo hicieron Alonso Puerta o Pablo Castellano, sin poder arrebatar un escaño a la feligresía de la religión que abandona. Rosa aparece en los diarios como si Fernando Alonso hubiera dejado la Fórmula 1, pero la doña habría de expresar dolor de corazón y confesión de los pecados. Para vender pescado desde Santurce a Bilbao hay que escuchar antes a María San Gil, que lleva más años con la mercadería puesta. En la política vasca, en la que Rosa quiere incidir, no se discute la presión fiscal sino el edema nacionalista. Aquella cosa del cine de nuestra juventud en que una especie de chicle expansión con vida propia penetraba por los quicios de las puertas y las ventanas y deglutía a las personas. Si jugamos a la par no sé si votar a Rosa o a María en el convencimiento de que es imposible emular al PS francés con la tirada de trastos entre Ségolène y Hollande, viejo compañero de cama, tal como si Sonsoles mandara a ‘ZP’ a dormir al cuarto de guardia, que es lo que merece para lo que nos cuesta. Al menos en Francia te regalan un espectáculo picante.

¿Qué hacemos los que nos fuimos del Partido Socialista sin haber pertenecido nunca a él? En el 82 participamos de un cuerpo de marea electoral, un tsunami, creyendo que las mariposas y las libélulas se apacentaban en un verde prado sobre el que libraba el arco iris, mientras recitábamos lo de los cien años de honradez como un salmodio. Nuestro socialismo es una empresa, como decían Galeote o Elena Flórez, arrojados a las tinieblas por hacer lo que les mandaban. No hay discusión ideológica como lo demuestra Navarra y el que un comitre como Pepe Blanco sea el número dos del partido, el de la organización. El PS es una secta, pertenecer a él está ligado a la rutina de vivir y sus votantes son más fieles que una amante gallega. Es más fácil irse del Opus Dei que del PS, y eso ya lo ha sufrido Rosa Díez, que pugnó a Redondo el socialismo vasco y a Zapatero la secretaría general. También fue una intolerante que llevó a Mingote a los tribunales por un dibujo alusivo al lema de su consejería sobre el País Vasco, de cuyo Gobierno formaba al amor del PNV: «Ve y cuéntalo». Pero ya se sabe que el que se marcha está a la extrema derecha de Hitler. Declino Rosa, rosae… como un mantra que deberían rezar los socialistas para ordenar sus principios y sus actos. Rosa Díez es el fracaso de quienes queremos ayudarla, pero ha sido un cargo relevante del partido del que se va y en cada mudanza se tiñe el pelo de amarillo a rojo incendiario. La renovación socialista no va a venir de su peluquero. Como van a volver a ganar, la regeneración queda para las calendas griegas. Glez. regresa que te perdonamos. PS: Paco, tus máquinas teclean perfectamente.

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