1/9/07

Como un intruso (1-9-2007)

En un piso despoblado por los padres se arrinconaba la mesa del comedor y alineaban las sillas contra las paredes, más ginebra de garrafón y Coca Cola a escote con un bolsón de patatas fritas revenidas en el aire de los guateques 60 con chicos y chicas desangeladas como las ventanas al patio interior, festoneado de bragas y mandiles, y la radio de los 40 principales a falta de tocadiscos.

Umbral no se levantó y quedó observándolo todo como un cronista de los pobres amantes que nunca tendrían lugar donde yacer. Siempre le traté como a un padre sustituto y comprensivo y de él acabé heredando sus pequeñas máquinas de escribir Olivetti, como ésta, inencontrables hasta en Brasil, donde adquirí la última.

Umbral se resistió al ordenador y hace años que dictaba a España, ardua labor para levantar una columna porque la voz distrae las palabras y no las distingue entre gordas o flacas, zahirientes o besuconas.

Vago por su casa en los aledaños del Bernabeu y me acongojo con el crujir del entarimado, porque aquí vivió y sufrió con España la flor negra de la sangre de su hijo que se hubiera curado pocos años más tarde de su muerte. Me refugio en el que fuera su despacho, donde escribió Mortal y Rosa, y no sé si duermo con una oncohematología, precisamente, en la alcoba principal o en la del hijo perdido. Por el pasillo oigo los silencios secretos de la casa en la que me siento intruso.

Francisco Umbral debe sobrellevar su muerte con los mitos que él mismo forjó, como el de que era un quinqui vestido por Pierre Cardín. Usaba foulard porque le convenía a su estética, pero más por sus afecciones otorrinolaringológicas que dieron en la sordera de Goya.

Cuando el doctor Olaizola atendía a Ben Bella en Argel nos salvó a Paco y a mí del silencio absoluto. De quinqui sólo tenía un chirlo en la mejilla, que jamás me explicó, y que le daba un aire pandillero tan grato a las mujeres que separan las rodillas ante el peligro.

Ha sido el mejor escritor de periódicos de nuestro siglo XX, partiendo del radical Luis de Bonafoux y pasando por encima a Mariano José de Larra, quien de tan blando y lloroso se dio un pistoletazo por el pendón desorejado de Dolores Armijo. Por lo demás, que le juzguen los críticos literarios, esos fariseos castrados.

Pero no puedo dejar de reírme de la Academia, poblada de inmortales canjeados entre ellos en una rifa mafiosa, de los que Umbral se libró aunque le hicieran sufrir. Ya está en paz. En mi peripatesis nocturna, como un intruso, por la vieja morada de Umbral y España, sé que se nos ha ido el único que no nos engañó.

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