En estos días de confusión en los que no te dejan
encender un pitillo de tabaco pero puedes fumar legalmente un canuto de cocaína
o de hachís (o inyectarte lo que te pete) viene a Madrid el presidente electo
boliviano, Evo Morales, con la etiqueta de «cocalero», preso de una pinza entre
los que lo denigran como a un narco y los que lo jalean por serlo. Morales
cultiva y recoge coca como otros patatas. Es un asunto anterior a Colón. Las
alturas andinas han propiciado entre quechuas y aymaras unas cajas torácicas
anchas y un glóbulo rojo en forma de gancho que arrastra más oxígeno al riego
sanguíneo. Igual que las llamas, tan dulces ellas que acabaron sifilíticas tras
la conquista y que cuando se enojan te escupen a la cara un salivazo corrosivo.
Para soportar aquellos rigores los amerindios han
masticado siempre hojas de coca mezcladas por algún tipo de bicarbonato,
pasando la bola de un carrillo a otro en lo que se llama acullico y obteniendo
un plus de energía física. El último lugar al que acudiría un cacocainómano
sería a las plantaciones cocaleras bolivianas. En La Paz he tomado mate de
coca; y la Reina también, para aliviar el «soroche», el mal de las alturas. Son
los colombianos, narcoguerrilleros, paramilitares o narcotraficantes, los que
compran por barato la hoja de coca y la transforman en clorhidrato de cocaína
para que esnifen o fumen o se inyecten los estadounidenses, los primeros
consumidores (Europa es una sucursal) que ya descubrieron la euforia con la
Coca-Cola de principios de siglo entre cuyos ingredientes figuraba su nombre
claro y prístino: coca.
Según los expertos para acabar con la cocaína
habría que bombardear Hollywood o el perímetro que rodea el Central Park
neyorquino. Pero este «cocalero» de jersey y amistades peligrosas trae bajo el
brazo el petróleo y el gas (Repsol), la información (Prisa) y un cabreo
histórico de cojones: con Estados Unidos primero, con Chile después y con
España. La coca es la tilde de la ñ en la descomposición boliviana; el sureste
agrícola del país quiere independizarse más que Cataluña o el País Vasco.
Agraviados por Chile que les arrebató la salida al Pacífico no quieren sacar
por allí sus exportaciones y están tan irredentos que mantienen un Ministerio
de Marina aunque rodeados de tierra por los cuatro puntos cardinales. Siempre
han sido muy ricos, pero España los descolonizó tarde, lento y mal. Los del
acullico son tan bravos que en 1946 al general-presidente Villarroel (un nacionalista)
lo sacaron del Palacio Quemado (sede del Gobierno) y lo colgaron de la primera
farola, que tiene una plaquita en su recuerdo.El que llega no es un folclórico
narcotizado.
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