Bajo Franco era muy fácil afiliarte al PCE o a su sindicato
Comisiones Obreras, de Marcelino Camacho, líder popular, pero había que releer
los intrincados mecanismos de infiltración descritos por el viejo espía John le
Carré, para encontrar un dirigente socialista. Tierno Galván, José Bono, el
luego malamente chantajeado Raúl Morodo, Paco Bobillo, y otros compañeros mártires
solo eran una tertulia del Hotel Suecia en la vieja calle del Turco, donde
mataron a Prim. Los sindicalistas Nicolás Redondo o Lalo López Albizu, padres
del homónimo y de Patxi López, eran conocidos en sus ámbitos vascos, pero nadie
sabía de Enrique Múgica (expatriado del comunismo) Alfonso Guerra o Pablo
Castellano, responsable de Madrid. Quique Sarasola, empresario que había hecho
en Colombia una fortuna como bróker de Bolsa, tomó a Felipe como futuro
Presidente y puso secretarías, agendas, contactos y dinero. El PCE se había derramado en células
por todo el país, Santiago Carrillo era un referente internacional y en Europa
buscaban una inexistente Democracia Cristiana
o cualquier otra fuerza que parara el auge comunista sin que el PSOE
inspirara confianza alguna. Cuando en la madrugada del 20 de noviembre de 1.975
se comunica retrasadamente la muerte del dictador, para hacerla coincidir con
el fusilamiento del fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera,
Felipe esta en su casa madrileña de Pez Volador rodeado de fieles. Alguien
había guardado champaña en la heladera y ofreció una copa al líder. La rechazó
enfriando el jolgorio :”No seré yo quien brinde por la muerte de un español”.
Ahí, en esa casa menestral y con esa frase, nació el hombre de Estado que
sería. De la mano de Sarasola se reunió con banqueros, empresarios,
intelectuales, eclesiásticos, convenciéndoles de que no venía a comerse crudos
a los niños y que estaba dispuesto a dar cabida a todos. Luego hizo su Bad
Godesberg re- nunciando al marxismo y yéndose a su casa a esperar que sus
camaradas restañaran sus heridas o abandonaran el partido como Luis Gómez
Llorente y su corriente radical. Me llamó al periódico:” Que sepas que me voy
de verdad. Que esto no es una maniobra. Que no voy a dirigir un partido
radical”. La moderación le llevó al triunfo abrumador en las elecciones de
1.982, muy arropado por la socialdemocracia alemana, el socialismo francés y el
italiano. Felipe rectificó dejándonos en
la OTAN, se abrieron las puertas de la Unión Europea y aquel chico andaluz
(“Felipe, capullo, queremos un hijo tuyo”) representó la modernidad. Fraga
logró articular una derecha democrática y el PCE se quedó con la respetabilidad
pero con pocos escaños, camino de una presencia subalterna. Fue, oh paradoja,
la corrupción la que melló aquel entusiasmante proyecto socialista. Para pagar
el referéndum de la OTAN, que tiene que sufragar quien lo propone, el PSOE
chantajeó a las empresas públicas y hasta a los Bancos. El bueno de Alfonso
Escámez (Central), les dijo:”No puedo disponer del dinero de mis accionistas.
Dadme algún informe sobre algo que yo pueda contabilizar y pagar”. Nacieron
Filesa y una constelación de sociedades instrumentales como tapadera para las
exacciones. El PSOE se ganó así la primera condena en firme por financiación
ilegal dada en democracia, abriendo la
puerta a todos los golfos que vinieron después. Los GAL, la corrupción de la
sangre, demolieron hasta en el carácter a un Felipe obsesionado con eso de
defender al Estado en las cloacas, sin entender que el pocero siempre se cubre
de mierda. El responsable de la Guardia Civil, Luis Roldan, en fuga tras haber
saqueado hasta los fondos de pensiones de la Institución, y la torpeza fiscal
del Gobernador del Banco de España, dejaron sin credibilidad a Felipe. Daba
palos de ciego y a punto estuvo de nombrar a Roldán ministro del Interior antes
de que le avisaran los servicios de inteligencia. Aquel PSOE se deslizaba por
un tobogán de feria, y José Luis Corcuera al frente de Interior me justificaba
a los gritos los asesinatos de Estado a manos de la mafia de Marsella: “A ver
si te crees que estas cosas se hacen con catedráticos de Filosofía”. A José
María Aznar le bastó con repetir aquello de “Váyase, señor González”. El PSOE
no regreso al poder porque ZP ya fue otra cosa. Rodríguez Zapatero marcó el
camino de hacer demagogia con el déficit y la deuda, del buenísmo, el cheque
bebé, la dilapidación del erario, el feminismo de las chicas bien, el autismo
ante las advertencias de las finanzas internacionales, la gestualidad como
doctrina, el menospreciar la bandera estadounidense y el adanísmo que pretendía
ignorar el significado y los valores de la Transición. ZP no quería ni que le
hablaran de Felipe (jarrón chino) o Adolfo Suárez. En ese espíritu de la
Transición tiene Pedro Sánchez su camino, a menos que quiera -competir con
Belén Esteban, a cuyo programa telefonea, y estemos todos locos. La recurrencia
de levantar España desde cero es la que alimenta a Podemos. Un grupo de jóvenes
osados, encabezados por el triunvirato Pablo Iglesias, Errejón y Monedero, que
tomaron primero una Facultad sin haberse
molestado en opositar a cátedras, arrastrando las cacofonías del chavismo
(Iglesias copia hasta el tic-tac para asustar a la derecha como si llegara Anibal Lecter), faltándoles
solo hablar con un pajarito como el Presidente Maduro, con sospechosa
financiación, asegurando no ser ni de derechas ni de izquierdas (Falange),
lanzados a la conquista del Estado abduciendo al Partido Comunista (Iglesias y
Tania como matrimonio Caucescu) y
confundiendo al electorado socialista.
Buscan un ilusorio bipartidismo Podemos-PP pregonando que la propiedad privada
es un robo o que la libertad de información la garantiza el Estado. Eso no será
porque estos comunistas de ocasión no tienen el recorrido que les augura una
encuesta del CIS indigestamente cocinada. Rajoy puede volver a gobernar aunque
sea en mayoría minoritaria y con
asistencias legislativas puntuales. Los españoles no quieren una
revolución, ni de juguete, y los cansados, agobiados y cabreados no votaran
sensiblemente a estos chicos del PREU, dados al trampantojo y alzaprimados por
los peores programas de televisión, porque nadie quiere ser griego o
venezolano. Lo de Robin Hood y su banda en los bosques de Sherwood, robando a
los ricos para los pobres, es una bonita leyenda, pero no fueron otra que ladrones. Podemos
gobernará cuando a Errejón le salga la barba.
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