El
Presidente dio ayer un sereno discurso, poniendo en sus renglones lo que nos ha
ocurrido y lo que se ha hecho para evitar la catástrofe de un rescate. Rajoy ha sido descriptivo, sincero,
ilusionante manejando datos incuestionables, huyendo de la demagogia de todo a
cien que nos ensordece. Ha administrado sus silencios, no ha zaherido al PSOE,
y al “nuevo” comunismo de una tropilla de logreros les ha propiciado ironías y
desdenes, sin siquiera citarlos por incapaces de llevar sin borrones una
contabilidad. Una pieza de repaso para terminar con la arritmia política.
Felicitó a los españoles y repartió esperanza. Pedro Sánchez, dicen que
inspirado por Rubalcaba, subió al arengario disfrazado de ninja, calificó
España de desastre irremediable, al Presidente de enemigo de las mujeres y al
PP de liberticida como si fuera la inexistente extrema derecha. Y hablo del
judicializado Bárcenas como si en asuntos de corrupción el PSOE gozara de limpieza
de sangre. A partir de ahí el Debate fue a quilombo o merienda de negros
cimarrones. Espectros extraparlamentarios recorrían la Carrera de San Jerónimo:
el chavismo, la enésima crisis socialista, la implosión de IU, las elecciones
andaluzas y el primer gatillazo de Syriza. Contamos con demasiados cantantes de
crucero que quieren ser Berlusconi. Si los ilusionistas y cucañeros llegaran a
tocar poder los padecimientos habrían
sido de balde y regresaríamos al punto de partida. Gobernar es conservar, incluso
para las izquierdas, y Rajoy se ha limitado a explicar que no es sensato
cambiar de caballos a mitad del río. El rojerío insiste en que el sistema
financiero fue rescatado, confundiendo el culo con las témporas y la parte con
el todo. Las plañideras de todos los entierros acusan al Presidente de
triunfalista, porque las jeremíadas atraen votos, y la pobre Rosa Díez, patrona
laica de los tránsfugas, reputa a Rajoy de mentiroso. El Presidente ha tenido
que argumentar duramente contra la miserabilidad de una constelación de
espectros.
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