Para Josep Pla el Palace era para los que querían llegar a ser algo
y el Ritz para los que ya lo eran. Algo habrá de cierto en la sentencia cuando
el primero es fuente de chascarrillos políticos y periodísticos y el segundo
un manantial de leyendas urbanas. Las
tardes bailables del Ritz inspiraron
el cuplé popularizado por Lilian de
Celis y hasta la muerte de Franco las señoras no podían entrar con pantalones,
y las atrevidas lo hacían en gabardina con las braguitas debajo, o nada. El
origen del veto a actores y toreros lo motivó una gresca entre Ava Gardner y el
gran fotógrafo del diario “Arriba”, José Pastor. Este había aprendido a
pilotar en Rusia, sirviendo en la
aviación republicana, y era un garañón bien plantado del que se prendó la
liberada actriz. Pastor se presentó de improviso en la suite de la dama
encontrándola encamada con un botones y la arrastró de los pelos por los
pasillos llamándola a los gritos lo que no digan dueñas y alborotando al hospedaje. El propio Pastor me
relató el incidente aunque lo que importa es la leyenda. Antes Luis Miguel
Dominguín se vestía y Ava le preguntaba a donde iba: “¿Dónde voy a ir? Al
bar, a contárselo a los amigos.” A James Stewart le reconocieron y forzó la
aduana exhibiendo su cualidad, cierta, de general de las fuerzas aéreas
estadounidenses. El Ritz, un hotel por encargo real, pasó de mano en mano y hoy
está en venta, aunque las peripecias contables no han mermado su condición de
uno de los diez mejores hoteles del mundo. Pero la política erosiona su estilo,
y, así, la respetabilísima señora Tania Sánchez, en representación de sí misma,
ha dado en sus salones una lección de ética y otra de moral, dando por fenecido
“el régimen del 78”, o sea: la
Constitución. Los hoteles envejecen bien, y los comunistas repugnantemente mal.
Tania no será leyenda urbana.
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