La tercera jornada de la causa que se sigue contra los procesados
por el intento de golpe de estado del 23 de febrero estuvo dedicada en gran
parte a la lectura de los testimonios de jefes y oficiales que de manera
directa o indirecta se les considera relacionados con en el papel jugado por la
División Acoraza en la operación de la ocupación del Congreso de los Diputados.
El general Rorres Rojas, declaró que desconocía la operación de la toma del
Congreso hasta que llegó a Madrid el dia 23 por la mañana. Pardo Zancada fue
llamado a Valencia donde Milans le confió que la División era necesaria para
una operación "dirigida por el Rey y respaldada por la Reina".
Milans, según declaró Pardo Zancada, le comunicó también que Armada se iría a
la Zarzuela "donde esperaba establecer su cuartel general". El
coronel San Martín afirmó en su declaración que al conocer la operación
"se puso nervioso y le pareció descabellada, pero se mostró dispuesto a
colaborar por motivos patrióticos" porque se había invocado al Rey. RTVE y
la cadena SER emitirán hoy programas especiales relativos a los sucesos del 23
y 24 de febrero
"No entiendo cómo estoy
procesado". Esta frase pertenece al alegato que el coronel San Martín ha
querido añadir a su declaración sumarial, leída ayer a petición fiscal. Una
posdata declaratoria cortante, enérgica, construida en frases muy breves, que
transpira toda la irritación contenida de este hombre corpulento, con una
sólida carrera política y militar a sus espaldas, que no oculta en su
declaración cómo el primer arresto que se le impuso tras los sucesos del 23 de
febrero le impidió participar en los cursos de ascenso a general (también
recuerda que era el número tres de su arma), cómo podía aspirar a la más
elevada jerarquía castrense, máxima aspiración de un soldado, y la vé frustrada
por este procesamiento.El coronel San Martín drena un corazón dolorido: como
jefe de Estado Mayor de la Acorazada dice que sólo cumple las órdenes de su
jefe, el general Juste, y las cumple a satisfacción; tras la intentona se
felicita a su división; de su lealtad constitucional añade que dan fe sus
charlas a los soldados sobre la carta magna; él asegura que no ha sido cerebro
de ninguna conspiración y si retrasó información a su general fue por
prudencia, por la misma prudencia que luego utilizó el general Juste para
retrasar a su vez información a otros superiores. "¿Por qué?", se
pregunta, "¿no está procesado mi jefe y lo estoy yo?". Compañeros de
San Martín comentan que, a raíz de su detención, les decía, aludiendo a su
eficiencia al frente de los servicios de información de Carrero Blanco:
"¿Pero creéis que si esto lo monto yo hubiera salido tan mal?"
La declaración del general
Juste, leída tras la pausa del almuerzo, añade leña a la indignación de su
subordinado. La explicación del general es, objetivamente, una teoría de
justificaciones que apenas velan dos hipótesis razonables: o se vió instalado
en una actitud pusilánime ante los acontecimientos (lo que profesionalmente le
pone a los pies de los caballos) o el nivel de sus dudas es, como poco,
merecedor de una investigación más profunda. A mayor abundamiento, Juste declara
que en ningún momento perdió el mando de la Brunete y que su jefe de Estado
Mayor fue en todo momento un fiel subordinado que cumplió correctamente sus
órdenes.
Tras las dos declaraciones,
las palabras de San Martín -"¿por qué estoy procesado yo y no mi
jefe"?- se adensaban en la conciencia de los presentes en la sala de la
vista, en el entendimiento de que el general Juste puede verse abocado a serias
dificultades jurídicas.
La sesión de ayer, dedicada
corno las precedentes a lecturas sumariales a petición fiscal, fue apretada en
interés. Sutiles incrementos en la seguridad fueron puestos en práctica, tales
como adelantar el cordón de la policía militar en los descansos para distanciar
periodistas de procesados Tejero, en el primer receso, siempre jovial,
comentaba: "Yo no digo nada que estos -por los informadores- lo oyen
todo". Quien esto firma fue cacheado individualmente a la mitad de la
sesión y a la puerta de la sala, pesé a haber pasado, obviamente, los estrictos
controles de acceso. Cacheo efectuado con la perfecta corrección que distingue
a la seguridad del proceso. Cuando el público abandona el recinto, furgonetas
de la Policía Nacional taponan la entrada para evitar que, como en las jornadas
precedentes, los fotógrafos disparen directamente sus cámaras sobre los que
salen.
El ministerio fiscal centró
ayer sus peticiones de lectura sobre dos líneas definidas: oficiales del CESID
-el comandante Cortina y el capitán Iglesias- y la División Acorazada
Brunete-1. Cronológicamente cabe destacar la firmeza con la que Cortina niega
todo conocimiento de Tejero. No se entrevistó con él; no le llevó al domicilio
de sus padres (que Tejero describe con tanta precisión), no le facilitó apoyo
logístico del CESID, etc. El careo Cortina-Tejero alcanza tintes de
enfrentamiento personal Tejero afirma que vió a Cortina "borracho de
verborrea". El comandante se indigna y pide se su prima el apelativo de la
declaración. Tejero afirma que Cortina le habló de decretos firmados por el Rey
para el nuevo Gobierno. Cortina replica: "Estaría desquiciado para hacer
una cosa así". El teniente coronel: "Pues estaría desquiciado".
Cortina tiene que contenerse y señalar que estaba lúcido. El capitán Iglesias,
también del CESID, continúa, negando con la cabeza su relación con lo que se
lee, aunque un fallo aparece en su firmeza: fue subordinado de Tejero en el
País Vasco y las dos familias trabaron amistad. El teniente coronel, preguntado
si recuerda la hora en que recibió material sofisticado de comunicaciones por
parte de Cortina o Iglesias, responde: "La próxima vez que asalte un
Congreso tomaré nota de las horas".
La Acorazada centra el resto
de las lecturas y, lentamente, esta gigantesca unidad de intervención inmediata
-doscientos kilómetros de longitud en línea de marcha desde Madrid- empieza a
recordar a los paracaidistas franceses del general Massu tras el putsch de Argel. Un
inquietante descontento político generalizado entre profesionales de élite.
Torres Rojas, ex-jefe de la
Brunete, jefe claramente más querido por los divisionaríos que Juste, declara,
insistiendo varias veces, que nunca dudó del respaldo real a la operación y
que, a la vista de los acontecimientos, llegó a pensar que el Rey había
cambiado de criterio. Interrogado sobre su opinión tras conocer los pasos que
estaba dando La Zarzuela para sofocar el golpe insiste en que el monarca habría
cambiado de parecer, por cuanto él nunca ponía en duda la palabra de Milans del
Bosch. Los a veces ociosos bolígrafos de los periodistas -se da lectura a
muchos folios conocidos- rasguean rápidos el fondo de silencio de la sala.
La declaración del
comandante Pardo Zancada -el oficial que se sumó a un golpe ya fracasado-
abunda en el mito que se está forjando en torno a este militar. Una declaración
rectilínea, sin intentos exculpatorios ni derivación de responsabilidades. Al
contrario, reconoce su papel como oficial de enlace de Milans en la operación y
sus reproches a un superior -San Martín- por su inseguridad cuando la Acorazada
recibe órdenes de acuartelamiento al filo de su salida para ocupar sus
objetivos en Madrid.
Cuando se le solicita que
razone su salida con las dos compañías de la policía militar divisionaria para
unirse a Tejero en el Congreso, parece descender sobre la sala un friso en
honor de la dignidad militar considerada en abstracto: pensó en los guardias
civiles abandonados por todos los demás; en la posibilidad de que Milans le
tuviera por tibio en sus misiones de enlace; en dar un aldabonazo en la conciencia
de sus camaradas de armas; en marchar al sacrificio personal para concienciar a
los cuadros profesionales del Ejército de la inanidad de criticar al mando sin
ejercer una acción efectiva; en servir al compañerismo; en evitar la disolución
física de España; "desprecio y rabia" ante una supuesta pasividad de
sus conmilitones; etc. Su declaración llega al extremo de reconocer que obró
así porque sabiendo el afecto, el cariño y el prestigio que tiene entre sus
compañeros, sentía la mirada de todos fija en él y actuó en consecuencia.
Pardo Zancada no es un
militar común, ni siquiera un hombre corriente. De la sinceridad de los
principios que parecen regir su vida no caben muchas dudas. De su tirón entre muchos otros
militares, tampoco. Hay quien. comenta que sería un oficial-tipo del Estado
Mayor alemán, de origen prusiano, disuelto tras 1.945. Otros estiman que en una
traslación histórico-temporal parecida, Keitel le habría mandado fusilar. Sea
como fuere, su declaración no está libre de zonas oscuras. Capitanes que
salieron con él admiten no saber a donde iban y que no le hubieran seguido de
conocer el final del trayecto, "aunque se solidarizaran con la Guardia
Civil". A más de que Pardo Zancada, ya en el Congreso, retrasa el
cumplimiento de una orden directa del Rey; de hecho puede decirse que la
ignora.
Y a este respecto no puede
dejar de considerarse una reflexión elemental sobre la conducta de todos estos
jefes y oficiales que constantemente evocan el cumplimiento de órdenes
superiores y el lógico acatamiento a la cadena de mando militar: un comandante
(Pardo Zancada) hace venir a Madrid al gobernador militar de La Coruña (Torres
Rojas); un Capitán General, que le dice por teléfono a Juste que él solo manda
en la III Región Militar, detrae de sus servicios de Madrid al comandante Pardo
Zancada; Milans se salta a su jefe de Estado Mayor en honor de Ibáñez Inglés; el general Juste da
por buenas las explicaciones de un comandante sin tomar antes contacto con su
Capitán General (con la frase "Bueno, pues adelante", que está a
punto de sacar la Acorazada); el coronel Manchado primero no acaba de dejarse
convencer por su inferior Tejero y pocas horas después no obedece las órdenes
del Director General de su Cuerpo; Tejero..., bueno, Tejero es otra historia.
Pero el caso es que, a tenor
de las declaraciones que se están escuchando y a poca lógica militar que se
tenga, la defensa de los acusados tiene bastante difícil el desarrollo de esa
teoría de obediencia al mando, al escalón superior y al número uno. Por lo que se va sabiendo, en esta
historia nadie obedece a nadie, o mejor dicho a nadie de los que deben
obedecer.
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