Las 10,07 horas de la mañana de ayer marcaron el momento histórico
en que el teniente general Luis Alvarez Rodríguez, presidente del Consejo
Supremo de Justicia Militar, constituido en sala de justicia, dio orden de que
comenzase la vista de la causa que se sigue contra los 33 procesados por el
intento de golpe de estado del pasado 23 de febrero. La vista comenzó con la
lectura del apuntamiento -resumen de las actuaciones quefiguran en el sumario-
del que ofrecemos una amplia versión recogida a través de los servicios de las
agencias Europa Press y EFE. La vista se desarrolló conforme a lo previsto, en
sesiones de mañana y tarde. El protagonismo de la primera jornada de este
juicio, cuya duración prevista no es inferior al mes y medio, correspondió sin
duda al papel jugado por el general de División, Alfonso Armada, en la
conspiración militar. Otro hecho sobresaliente de la jornada fue la ausencia
del único civil procesado, Juan García Carrés, que permanece hospitalizado en
la clínica Covesa a disposición de la autoridad militar. El recinto militar del
Servicio Geográfico del Ejército presentaba un impresionante despliegue de
medidas de seguridad. Como contraste, fue escaso el público que se concentró a
la entrada del acuartelamiento. Esta mañana prosigue la vista.
En poco más de cinco horas
de vista oral el general Alfonso Armada ha adquirido el protagonismo que podían
hasta ayer arrebatarle el ya célebre bando del teniente general Milans del
Bosch y su ocupación de Valencia o la estampa decimonónica del teniente coronel
Tejero ocupando el Congreso a punta de pistola. El goteo de diligencias que
solicita el fiscal coincide con la impresión que se desprende de sus
conclusiones provisionales: una revalorización del papel de Armada en la conspiración
de febrero. Todas las indagaciones y declaraciones sumariales, cuya lectura es
solicitada por el fiscal, son pasillos que acaban conduciendo a la imagen de un
hombre -Armada- que como el protagonista de la fábula de Kipling quería ser
Rey, (o presidente del Gobierno) en una estrategia de sobreentendidos, medias
verdades, citas fuera de contexto o distorsiones de la realidad. Un hombre que
aparece tentado por las brujas de Macbeth y al que se ve imperturbable, sentado
hombro con hombro con Milans, con una cierta impasibilidad y resignación
orientales en su expresión.Armada y Milans, protagonistas de careos y
contradicciones psicológicamente muy duros, ni se hablan ni se miran; su
ignorancia recípocra es total, incluso cuando al leer el relator su careo se
escuchan en la sala las palabras de Milans a Armada: "Alfonso, si te
inventaste tus entrevistas con los Reyes, más vale que lo digas ya". Ciertamente
la defensa de Armada puede ser harto dificultosa, a menos que se cumplan las
predicciones sobre las sorpresas que pueda contener el tomo de 180 páginas, ya
encuadernado, en el que el abogado Ramón Hermosilla intentará demostrar que su
patrocinado, no hizo otra cosa que lo que le mandaron y que en el peor de los
casos es tan culpable de querer forzar la Constitución como pueda serlo un voyeur de una ensoñación amorosa.
La existencia o no de la
entrevista entre Armada y Tejero, el día 20 ó 21 de febrero, en un piso de la
calle madrileña de Juan Gris aparece una vez más como una de las claves del
arco del papel de Armada en la intentona. ¿Existió ese hombre de gris elegante
que según Tejero le impartió aquella noche las instrucciones finales del golpe?
Una persona con cierto conocimiento de la psicología de Armada y que ha tenido
ocasión de verlo recientemente asegura que el general lleva su religiosidad
hasta organizar un altarcito con estampas o medallas allí donde instala sus
habitaciones privadas; y que acogiéndose a ese entendimiento de la existencia
jura ante personas de su confianza que él no había visto a Tejero antes de la
noche del 23 de febrero, en el Congreso, cuando fue a parlamentar con él.
Tejero, una memoria típica de atestado
Tejero, no obstante, con una
memoria sumarial notable, típica de atestado (recuerda indumentarias,
distribución de habitaciones, voces, ornamentos, muebles) le identifica como el
hombre de gris de la calle Juan Gris. Una palabra contra otra. Bien es cierto
que Armada se encuentra apoyado por otros dos encausados que niegan la
entrevista de Juan Gris: el comandante Cortina (figura clave en las operaciones
de nuestra inteligencia militar) y el capitán Gómez Iglesias, acaso el
procesado menos hierático de todos, que mueve la cabeza de derecha a izquierda
cuando el relator da lectura a sus presuntas implicaciones.
La defensa de Cortina, en el
brevísimo resumen de conclusiones provisionales que fue leído a la sala de
Justicia, se distingue en que el encausado debe ser absuelto no ya porque no
quepa hablar de "circunstancias modificativas de la responsabilidad
criminal" o por eximentes de estado de necesidad u obediencia al mando,
sino porque no tuvo participación en los sucesos del 23 de febrero.
Ya en esta primera sesión se
consolidan las tres esperadas líneas de defensa: las de Armada y los dos
oficiales de la inteligencia militar (no han hecho nada según ellos), la de
Milans, su staff de
Valencia y las voluntades drenadas en la Acorazada Brunete, más el general
Torres Rojas y el fulminante de Tejero (dicen que hicieron lo que les mandaba
quien podía hacerlo) y la de un escalón inferior de responsabilidades o
protagonismos (hicimos lo que nos ordenaron nuestros mandos naturales; no
podíamos hacer otra cosa). Obviamente la guerra de las defensas no será baladí:
si Armada es culpable los demás podrían aspirar a serlo un poco menos. Sobre
Armada, qué duda cabe, pivota en buena manera este proceso.
Desde que hace cincuenta
años fuera procesada la plana mayor de la rebelión militar del 10 de agosto de
1932, con Sanjurjo como director, no había viste, este país un juicio
militar de tan alto rango y tan largas incidencias sobre una sociedad civil. La
descripción de la liturgia es aquí algo más que una concesión a lo anecdótico.
Las medidas de seguridad en el madrileño Instituto Geográfico del Ejército son
impresionantes: Policía Nacional a pie, a caballo y motorizada, Guardia Civil, boinas verdes, perros, alguna alambrada,
radio-transmisores de campaña, dentificación visible de los asistentes, policía
militar, detector de metales graduado exquisitamente hasta el extremo de tener
que depositar antes del control unas gafas de patilla metálica, un encendedor
de mínima cabeza metálica, una moneda de cinco pesetas, los cantos reforzados de
una agenda de bolsillo. En la mañana un oficial de la Armada llegó a sugerir
quitarse los botones de su guerrera para terminar de pasar la detección;
inmediatamente fue amablemente acompañado a otro arco destinado solo a
militares. En ocasiones el rotor de un helicóptero apaga la megafonía de la
sala.
Periodistas, invitados,
familiares, letrados, observadores, comisiones militares, coinciden físicamente
en los controles de acceso y en las puertas de la sala. La entrada en ella, en
este primer día de la vista, provoca una sensación cuando menos chocante. Los
encausados se vuelven en sus sillas para observar la entrada del público, sus
familiares; los periodistas, en pie, observan expectantes a los procesados tras
la luneta blindada, durante un buen rato, en silencio, hasta que el presidente
del tribunal tiene que ordenar que tomen asiento. Una observación mutua un poco
desazonante, en la que se advierte el buen humor de Tejero, en el centro de la
primera fila; en los jefes de mayor graduación no es difícil apreciar la
tensión contenida de quien se siente observado y ha de cuidar cualquier gesto.
La prosopopeya del tribunal
está conseguida; su distanciamiento físico de los encausados es tal que una
periodista -precavida- otea la sala con unos pequeños binoculares. La lectura
del apuntamiento se aproxima en su brevedad a la práctica procesal de la
jurisdicción ordinaria. Cuando el relator salmodia las penas solicitadas por el
fiscal (treinta años de reclusión, ocho años de prisión, veinte años de
reclusión...) se escucha más nítidamente el sonsoneo de los acondicionadores de
aire. Así como cuando se da lectura a las conclusiones de la defeása:
absolución, absolución, absolución...
Relato monocorde
Después, el relato monocorde
de las negaciones de Armada. No a la involucración del Rey, no a sus llamadas a
Miláns, no a su supuesta jefatura del golpe, no a cualquier propuesta
inconstitucional al Congreso secuestrado. Y dos párrafos de la declaración del
teniente general Pascual Galmes, en aquellas fechas capitán general de
Cataluña, sobre los que el fiscal no cree necesario extenderse por cuanto
pueden hablar por sí solos. Aquellos en los que relata una llamada nocturna de
Miláns:
-Miláns: ¿Tú estas de
acuerdo con la solución Armada?
-Pascual Galmes: ¿Y quién lo
manda?
-Miláns: ¿Quién va a ser?;
el Rey.
Pascual Galmes cuelga tras
recordarle a su compañero cómo es precisamente él quien lleva toda la noche
negándose a obedecer.
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