La quinta jornada del juicio
por el intento golpista del 23 de febrero de 1981 celebrada ayer, ha contado
como en días anteriores con alteraciones del orden público debidas a grupos
ultraderechistas que en el Museo de Cera de Barcelona quemaron la figura del
Rey Juan Carlos. Por otra parte, la lectura en el Servicio Geográfico del
Ejército, donde se celebra la vista de juicio, de un informe secreto del CESID
conteniendo graves acusaciones contra el diputado comunista Ignacio Gallego,
motivó la celebración de una conferencia de Prensa del secretario general del PCE,
Santiago Carrillo. La sesión del juicio se consumió casi por entero en la
lectura, a petición del defensor del teniente general Milans, coronel Salvador
Escandell, de las declaraciones de los miembros del Estado Mayor de la III
Región Militar, que mandaba Milans, y otros responsables militares de la zona.
La generalidad de las declaraciones coinciden en que Milans les comunicó con
antelación que ocurriría. un hecho grave aquél día, y que dictaría un bando
para mantener el orden. Estos jefes conocieron el bando, que no les pareció
ilegal, por la aducida razón de que trataba de mantener el orden, y sobre todo
porque Milans les dijo que todo se hacía por orden del Rey. Algunos de estos
oficiales y jefes viajaron a plazas de la región para dejar a los responsables
militares sobres con instrucciones. En la última parte de la sesión se leyeron,
a petición del defensor del general Armada, Ramón Hermosilla, las declaraciones
del jefe de prensa del Estado Mayor del Ejército, de un magistrado del Tribunal
de la Rota, -quien declaró que vio a Armada acudir a misa, en Madrid, a las
doce de la mañana del día 22-, y del general Aramburu.
La lectura del sumario
solicitada por el coronel Escandell, defensor de Milans y de su subordinado Ibáñez
Inglés, trae a la memoria el viejo cuento, tantas veces hecho realidad, del
buen muchacho que ansiaba tanto ser bombero y ayudar a sus semejantes que
devino en pirómano para poder practicar el bien. Prácticamente todo el Estado
Mayor de la tercera región militar, al mando de Milans del Bosch, paseó ayer
por los folios sumariales en una cantata obsesiva: el vacío de poder creado por
el secuestro físico de los poderes ejecutivo y legislativo, la obsesión por no
generar sucesos cruentos, la garantía del orden público, la corrección y el
guante blanco para con las autoridades civiles, la obediencia a los deseos del
Rey... Uno tras otro, jefes y oficiales de Estado Mayor de la Capitanía
valenciana van haciendo su canto del hombre que, según ellos, el 23 de febrero
quiso llevar la calma a los
valencianos y que logró que aquella noche no hubiera
víctimas en su circunscripión militar.
La tesis encuentra algunas
fallas en la declaración del comandante militar de Marina, quien escucha de
labios de Milans: "Aquí en Valencia no se mueve ni una mosca". O en
la del general Hermosilla, jefe de la tercera zona de la Guardia Civil, cuando
relata que tras una reunión de la junta de orden público en el Gobierno Civil
todos se distendieron, felicitándose por lo relajado de la situación, y
mientras comentaban que el bando de Milans no había causado alarma alguna se
estacionó un carro de combate en las puertas del edificio. Urrutia, el general
de Estado Mayor con quien Milans no consulta en favor de Ibáñez Inglés,
subordinado de aquel, ¡lega a precisar la reacción alterada del Capitán General
al escuchar por radio el tiroteo en el Congreso: "¡Qué es esto. Esto no
era lo previsto; tenía que ser incruento!"
La sesión comenzó a las diez
en punto de la mañana, con una puntualidad exquisita y sin duda medida tras los
incidentes del día anterior. La asistencia de periodistas -con la excepción de Diario-16- fue normal y la
tensión ambiental, que existe, no es sin embargo claramente perceptible. Los
encausados se abstuvieron, en la apertura de la sesión, de volver sus rostros
para escrutar a periodistas o familiares y se mantuvieron más rígidos que en
días anteriores. Sólo Camilo Menéndez se aproximó a Miguel Angel Aguilar para
apuntarle: "Mis hijos no se tapan la cara; rectificad, rectificad".
Aludía el marino a una fotografía publicada por este periódico en la que un
oficial de Marina se cubría el rostro con su gorra y que errónea mente fue
identificado como hijo del encausado. Todo sea dicho: el capitán de navío hizo
su puntualización con simpatía. Por lo demás, familiares, periodistas,
comisiones militares, observadores, se soportan con corrección. Todo lo más,
una conversación que se apaga al paso de una tarjeta de identificación de
Prensa. Y en no pocos casos cabe el diálogo y la discusión civilizada.
El fiscal terminó ayer su
petición de lecturas sumariales con declaraciones de García Carrés -que
continúa ausente de la Sala-, oficiales y números de la Guardia Civil
relacionados con la inteligencia militar, y Reventós y Ciurana (alcalde
socialista de Lérida) a cuenta del almuerzo entre Armada, Múgica y los
anteriores. Lo más curioso de la declaración de Carrés -que lo niega todo- es
otra negativa: no tuvo el ofrecimiento de un destacamento de serenos armados
(el declarante rigió por muchos años el sindicato vertical de actividades
diversas) para operar la noche de autos. Sus conversaciones con Tejero, ya
ocupante del Congreso, obedecieron, según dice, a la preocupación que tenía
este por un hijo suyo con dolores de cabeza. Carrés se ofreció en el papel de
intermediario telefónico entre el asaltante y su familia. Y entre recado y
recado un comentarío de Tejero: "Lo que quiere Armada es una
poltrona".
De lo declarado -y de lo
interrogado- a guardias civiles del CESID (Centro Superior de Inteligencia de
la Defensa) a las órdenes de los encausados Cortina y Gómez Iglesias, se podría
deducir, o bien que individuos de la inteligencia militar facilitaron
infraestructura de comunicaciones a los golpistas por incapacidad del
comandante Cortina -jefe de operaciones especiales- de mantener la disciplina
entre sus subordinados, o que nuestros servicios secretos no alcanzan
precisamente la sutileza de lo retratado por Le Carré y se aproximan a lo
descrito por Greene, particularmente en Nuestro
hombre en La Habana.Así, el secretario de Cortina en el CESID informa que
por una señora de la limpieza tuvo noticia de que el sargento Parra rebuscaba
en los cajones de los demás agentes a oficina vacía tomando las llaves del
llavero general, de lo que informó a Cortina sin que sepa si éste tomó medidas
para remediarlo. Sea como fuere, la iconografía de Forges sobre las señoras de
la limpieza quedó materializada en la Sala.
En la selección de lecturas
del sumario, en la orientación de las preguntas a los declarantes, existe, es
lógico, una intención. Acaso rebajar la credibilidad de los servicios del CESID
esté en el ánimo de alguien. Bien sea por relación a los dos procesados de este
organismo, bien sea a efectos de enmarcar la supuesta información de los
servicios, hecha llegar a Milans, acerca de que había armamento en poder de las
Comisiones Obreras de Valencia; un papel con notables dosis de veneno político.
Con no menos carga de
trastienda política hacia las afueras de la Sala se leyeron declaraciones de
Joan Reventós, jefe de filas de los socialistas catalanes, y de Ciurana,
alcalde leridano. Ambos coinciden e insisten en que aquel almuerzo de octubre
de 1.980, organizado para que: trabaran conocimiento Armada y Enrique Múgica,
entraba dentro de las relaciones sociales y de cortesía entre un político
experto en temas castrenses y un militar de prestigio. Se habló de política
general, y mucho de los problemas agropecuarios de Lérida sobre los que Armada
estaba imbuído, y hasta sobre el deseo de Defensa de comprar un aeropuerto leridano.
Ambos declarantes coinciden en que para nada se especuló sobre una posible
salida de emergencia a la situación política mediante un gobierno presidido por
el general, al que darían su aquiescencia y su colaboración los socialistas.
Armada se mostró fuertemente severo con los militares de la UMD expulsados del
Ejército. Los dos declarantes se ven sometidos a una constante arremetida de
preguntas -la mayoría en base a comentarios de Prensa de aquellas fechas- sobre
una posible tentación socialista de puentear un vado político aparentemente
infranqueable -Adolfo Suárez, sin citarle- mediante un gobierno de transición
presidido por una espada independiente. No, no, no y no.
Acabadas estas actuaciones
del Ministerio Fiscal, el letrado Adolfo de Miguel solicitó la suspensión de la
vista hasta el lunes. El Presidente de la Sala estimó excesiva la petición y,
teniendo en cuenta que hoy no se celebra sesión, se limitó a un receso de media
hora. Previamente los abogados Segura y Muñoz Perea -que defienden al capitán
Muñecas, al teniente Carricondo y al capitán Pascual Gálvez- hicieron que
constara en acta una protesta por supuesto quebrantamiento de forma a efectos
de casación, a cuenta de la existencia o no de sus firmas en una de las actas
sumariales. La casación por quebrantamiento de forma del juicio supondría la
repetición de todas las actuaciones sumariales a partir de las actas que dan
pie al recurso. El turno de petición de lectura por la defensa, iniciado ayer,
sigue el mismo orden que el que tienen asignado los letrados: de mayor a menor
empleo y antigüedad de sus defendidos. El coronel Escandell (Milans e Ibáñez
Inglés) pidió se leyera la declaración de Gutiérrez Mellado, las citadas al
inicio de esta crónica del Estado Mayor de Milans, así como las hojas de
servicio de sus dos defendidos. El Presidente de la Sala rogó repetidamente al
coronel Escandell evitara la larguísima lectura de los servicios rendidos por
un hombre público como Milans, o al menos la lectura de sólo los aspectos más
destacados de esta prolongada biografía militar. Prosperó el criterio de la
defensa y uno de los secretarios relatores inició, audiblemente fatigado, la
lectura de la hoja.
El coronel Escandell rogó
que el relator pusiera en su lectura los mismos énfasis y entonación que cuando
leía folios solicitados por el fiscal. Respetuosa protesta del aludido en el
supuesto de que, obviamente, los relatores no leen siempre igual a tenor de su
cansancio. La Sala tuvo que escuchar, casi día a día, un relato de acciones
durante la guerra civil espolvoreado de los apelativos militares de la época
acerca de losrojos, la campaña de Rusia -sin perdonar el juramento de
fidelidad del entonces joven oficial al Fürher- y los años de paz. Casi una hora y los
ujieres dormitando. Muy probablemente fue una lectura interasante para esta
causa -como la hoja de servicios de Ibáñez Inglés- por cuanto no se debate aquí
la profesionalidad, conocida, de los encausados. Para saber del valor físico de
Milans basta con ver los cinco galones por heridas en campaña que luce su manga
izquierda.
Lógica expectación ante la
lectura de un brevísimo documento del CESID en el que se da cuenta a la
Capitanía General de Valencia de una conversación privada entre Ignacio
Gallego, miembro del Comité Central del Partido Comunista, y dirigentes de las
Comisiones Obreras valencianas. Según este informe, Gallego les dice que un
golpe de Estado es posible y que ante tal eventualidad hay que reaccionar
ocupando los cuarteles. "Armas no nos faltan" se transcribe que afirmó
textualmente. A continuación se insiste sobre detección de arsenales de armas
cortas adquiridas en Andorra por comisiones de vecinos que visitan el
Principado y sobre el puerto de Valencia como punto fuerte del tráfico
generalizado de armamento en España. Este es uno de los documentos que esgrime
Milans para justificar la Operación
Turia -autovigilancia
militar en la ciudad- que el 23 de febrero se entremezcló con ejercicios
tácticos fuera de Valencia y la orden de Gabeiras de acuartelar y que llevó a
los blindados de la división Maestrazgo al centro de la ciudad del Cid.
Por lo demás, ya queda dicho
que los jefes y oficiales a las órdenes del Capitán General concuerdan en
términos casi idénticos en que, ante las noticias y las decisiones de Milans,
nunca pensaron en un golpe de Estado sino en el acatamiento de deseos reales, y la preocupación por el orden y la
paz en su región militar. Las órdenes de la Junta de Jefes de Estado, Mayor
-dicen- fueron cumplidas a medida que llegaban, así como las posteriores y
apremiantes del Rey, al que suponen es siempre leal Milans.
El letrado Ramón Hermosilla
(que defiende a Armada; sin codefensor) fue breve en sus peticiones: por razón
de tiempo y por su continua renuncia a la lectura cuando cree que se ha oído lo
que interesa a su defensa. Solicitó una declaración de Milans en la que éste
pregunta a Gabeiras por Armada; una nota confidencial de Gabeiras relatando el
23-24 de febrero y parte de la declaración del general Aramburu. De lo leído se
puede decantar una de las intenciones de esta defensa clave en el proceso:
demostrar que Armada siempre obedeció las órdenes recibidas y consultó con
Gabeiras todos sus pasos. Una de las declaraciones solicitadas por el letrado
Hermosilla movió a curiosidad; Pedro Alvarez Soler, magistrado de La Rota,
declara escuchar misa diariamente junto a Armada en el monasterio madrileño de
la Encarnación. Y el domingo 22 de febrero, en la misa de doce y media le
saludó y le convidó a cenar con tres obispos. No se ha dicho en la Sala, pero
en esas pías horas de ese mismo día Milans afirma haber hablado por teléfono
con Armada. Por ahí, por la investigación de los pasos del general Armada en
los días y las horas previas al golpe, en que testigos de Milans le vieron
-pero no le escucharon- hablar con Alfonso,
van a ir sin duda los mejores pasos de esta defensa.
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