27/7/06

El código de gobierno del buen Gobierno (27-7-2006)

Me cuentan que el fin de semana londinense de la familia presidencial obedeció a escolarizar a una de sus hijas. La despreciativa falta de información sobre un viaje del presidente al extranjero (aunque sea privado) da en especular sobre bobaliconadas.

Otros afirman, crueles, que han visto a la tropilla en las rebajas de Harrods, el santuario de Lady Di más hortera de Gran Bretaña. De ser cierto lo primero, hay que felicitar a Jose Luis Rodríguez Zapatero por preferir la escuela privada para su descencencia; la escuela pública es para los socialistas sin posibles.

El vocero Fernando Moraleda ha suspendido una rueda de prensa donde le iban a hacer estas preguntas, y nos hemos quedado a dos velas. Yo acudo presto en socorro de ZP, da lo mismo que viaje con séquito en un avión del escuadrón de autoridades que en globo aerostático. Los aviones de respeto han de hacer horas para su navegabilidad y entrenamiento de la tripulación, y poco nos da que vuelen con pasaje o sin él. Hay otros criterios, claro. Quien fuera jefe de protocolo de Adolfo Suárez me comenta los continuos viajes de la Reina en la gran clase de Iberia sin más compañía que su seguridad, y cómo en una ocasión dio con una amiga en turista y se acomodó con ella.

El código de gobierno del buen Gobierno lo redactó ZP al comienzo de su mandato, como una cursilada más, un regeneracionismo de alpargata. Juan Negrín, jefe del Gobierno de la República, pagaba cada mañana al ujier el tubo de aspirinas y el café con que se desayunaba. Eso no es honradez o ética gubernamental: es estética. La mareta casi se la han quitado a la Familia Real, que allí vivió la muerte de Doña María de las Mercedes y su velorio. Reformar la residencia sin necesidad es una grosería para otros inquilinos y un arrebol de nuevo rico. Llevarse un servicio de 15 de cocina es una ordinariez, más que una afrenta a la gastronomía lanzaroteña.

Mezclar lo público con lo privado es como ponerse los calzoncillos por encima de los pantalones: una excentricidad de mal gusto. El buen gusto no es exclusivo de las elites y siempre nos protege del ridículo y las meteduras de pata. Si nuestro personaje quiere encontrar ejemplos en su partido, ahí tiene a Julián Besteiro, y más recientemente a Ramón Rubial. Si el presidente tiene días libres, moscosos, es que resulta prescindible, y si no encuentra colegios o ropa dentro de España es que no sabe lo que hace.

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