En 1.969, pinchada la burbuja financiera el FBI detuvo a Bernard
Madoff como presunto autor de la mayor estafa urdida por un solo hombre. Seis
meses después (6), tras un sumario sencillo como el sentido común aunque el
fraude, internacional, era enrevesado como el rabo del demonio, el truhan fue
condenado por un juez federal a 150 años de cárcel sin acceso a la condicional.
Será libre en 2.159, a los 224 años de edad, si también logra
engañar a la biología. Asuntos como este
ayudan a los hombres a permanecer en el camino de la virtud. La
corrupción es inherente a la Humanidad, y esta erupción de jarrapellejos que nos acongoja tiene asiento en una
administración de Justicia que no funciona ni ha superado procedimientos
decimonónicos. Alfonso Capone nunca fue
juzgado por rufian, contrabandista o asesino, sino por mero fraude fiscal que
le mudo a Alcatraz. ¿Alguien cree que nuestros buenos jueces estudian con
comprensión de textos, aunque lean en diagonal y salten resmas de capítulos,
sumarios de cincuenta mil folios? Hace milenios es axioma que la Justicia lenta
no es tal, y en España el dar a cada uno lo suyo es un proceso tendente al
infinito y la eternidad. Bárcenas no
pasa de contable infiel y arrebatacapas ante las cantidades que afloran. La
única revolución es la de la Justicia, los procedimientos procesales y el
Código Penal. Lesmes, Presidente del Supremo y gobernador de los jueces, lo
acaba de decir en esta Casa sin que a nadie
se la haya fruncido una pestaña: tenemos leyes para robagallinas y no para los
grandes defraudadores. Si a un trujimán se le ocurriera blanquear el Banco de
España no pasaría más de seis o siete años en prisión, sumando lo cual a que
nadie restituye, el delito renta. Para que esta justicia vuelva a escribirse
con mayúscula será precisa una generación, 10.000 jueces más opositando, menos
puñetas y muchísimo dinero. Y si no, no.
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