Hace una semana, un equipo de TVE que regresaba
de Chile de entrevistar al general Augusto Pinochet comentaba en Buenos Aires
cómo el gran dictador sólo autorizó tres preguntas y que, ante la impertinencia
de una cuarta, se levantó airado y abandonó el despacho atropellando el tinglado
de los focos. El presidente de la República de Chile parece cada vez más como
un orate con galones.El canciller francés le tildó hace meses de
"maldición para su pueblo"; Rodolfo Seguel, líder de los obreros
chilenos del cobre -democristiano conservador, moderado-, acaba de reputarlo de
"dictador absurdo, obcecado y anacrónico", con tal tino intelectual
que ha ido a parar de nuevo a la cárcel. Una piadosa alusión a su probable
demencia, dos meses antes de que ocupara la capital de su país con una desmesurada
fuerza operativa y ordenara disparar contra las ventanas generando una matanza,
ha motivado que el homicida declarara persona no grata a un enviado especial de
EL PAIS.
La imagen
del rencor
Sólo cabría
reprocharle al embajador Theberge un exceso de celo profesional al poner en
duda ante la Prensa internacional la seriedad de un periódico que se ha
molestado en publicar los nombres y direcciones de los menores de edad o amas
de casa asesinados el 11 de agosto en Santiago y para quienes el diplomático no
ha tenido una palabra de piedad.
Pero el
trato con el gran dictador exige estos y otros sacrificios. No es un capricho de
la oposición su insistencia en la renuncia del general Pinochet. La Democracia
Cristiana chilena, exageradamente posibílista, pactaría con el demonio la
restitución de la democracia en su país, si el demonio estuviera en sus
cabales, pero este no es el caso. El general de aviación (retirado) Gustavo
Leigh, triunviro del golpe de hace 10 años, declara a los periodistas que le
citan que volvería a, bombardear la Moneda una y mil veces, pero que abomina
del general Pinochet, que ha destruido algo más que un hermoso palacio
colonia¡. Su sustituto al frente de la fuerza aérea, el general Matthei, se ha
negado a que sus tropas participen en otra demencial ocupación de Santiago como
la de agosto. Esto es lo que opinan los aviadores en un país en el que, hace ahora
10 años, los detenidos rezaban para ser interrogados por el ejército o la
marina ante el fanatismo cruel de la aviación.
El mayor
fascista de los generales chilenos sustituiría para bien a Pinochet y
establecería un calendario de libertad con la oposición, más o menos largo,
plegándose a la historia, a la terquedad de la economía, al sentido común, a la
lógica, a la voz de los barrios burgueses de Santiago. Pinochet es otra cosa,
habla constantemente de su destino y manifiesta constantemente su odio hacia la
izquirda; no sólo quiere derrotar a sus enemigos, se complace en causarles
dolor. Videla, Galtieri, Stroessner, toda la laya de los espadones del Cono
Sur, son aspirantes a César Borgia, ahítos de sangre, pero pícaros, corruptos,
ambiciosos, en una dimensión siempre humana que admite cierta comprensión.
Pinochet no pertenece a esa raza de hombres; es la imagen del rencor, hacia los
demás y hacia sí mismo, en estado puro.
Quince
horas con la policía
Y, ante
este horizonte, las peripecias de una persona no grata en el aeropuerto
internacional Comodoro Arturo Merino, de Santiago, son desdeñables. Por más que
15 horas compartidas con la policía política chilena aporten materiales para un
libreto tragicómico: la sorpresa al advertir por el pasaporte que el periodista
había entrado legalmente en el país después de la prohibición; la estupefacción
al comprobar que las computadoras de froritera le buscaban por la "P"
de su segundo apellido, en el entendimiento de que Martín era un nombre; la
vigilancia correcta pero constante y hosca; las preguntas de siempre, sin
respuesta ("¿Qué ha hecho usted contra Chile para que le prohíban la
entrada)"?; el empeño en expulsar al periodista hacia Nueva York o, como
concesión, hacia Montevideo, antes que regresarle a su lugar de origen; y el
telefonazo posterior de un policía a Santigo, detallando sus dalos, el
cansancio, la suciedad, el sueño...
Más de 15 horas después
de su arribo, dos miembros de la Policía de Investigaciones chilena y personal
de tierra de Iberia acompañan a la persona no grata hasta las escalerillas del jumbo Tirso
de Molina, que acaba de tomar tierra. Aún faltan tres cuartos de hora para
que embarque el pasaje, y la tripulación reconforta al periodista hasta las
lágrimas y hasta el rubor por lo mezquino de su aventura junto a las verdaderas
odiseas de sus amigos chilenos.
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