El 22 de noviembre de l.963 hacía en Madrid un frío helador y las
restricciones eléctricas desaconsejaban quedarse en las casas sombrías y
friolentas, así que siendo un adolescente pobre y sin novia que colgarme del
brazo, me refugié en un cine de sesión contínua donde ví una película quizá
titulada “El mensajero del miedo” en la que un soldado estadounidense capturado
por los norcoreanos recibe un lavado de cerebro y repatriado a EE.UU. dispara
en un acto público con un rifle de mira
telescópica contra el Presidente, matándolo. Típico producto de la guerra fría
en que se prevenía a los incautos occidentales de la permanente y criminal
conjura comunista. Ignoraba aquella tarde que la tópica pregunta “¿Qué hacías
cuando mataron a Kennedy?” la tenía extrañamente contestada. Regresado a las
tinieblas de mi casa me estaba buscando desesperadamente por teléfono mi
compinche y compañero de clase Juan
Van-Halen (hoy senador del PP): “Un francotirador acaba de asesinar a Kennedy”.
Hasta los titulares del periódico del día siguiente no acabé de disociar la
película propagandística del magnicidio de Dallas, y aún hoy me incomoda la
coincidencia.
Los estudiantes de hace
cincuenta años no teníamos otras elecciones que las extranjeras y en la liza
Nixon-Kennedy no podíamos apostar ni un cartucho de castañas porque todos
eramos kennedyanos, rendidos ante la juventud, la apariencia saludable, el
encanto, la nueva frontera y una promesa de renovación, de una generación
entregando el testigo a otra. Luego resultó que Kennedy había ganado por la
mínima en Illionis y que el patriarca,traficante de licores y Embajador pronazi
en Londres, tenía comprada a la mafia de Chicago. El paso del tiempo es muy
cruel hasta para las más sólidas biografías. A Kennedy le escribieron una
colección de biografías( “Profiles in courage”) para darle un toque intelectual
y un “Pulizter”, pero siempre persiguió más faldas que libros. En el Pacífico
le salvó su valor nadando hasta la extenuación para salvar la tripulación
quemada de su “PT-l09”, pero que de noche un destructor japonés arrolle una
mínima torpedera parece un accidente de tráfico naval más que un glorioso hecho
de armas. Probablemente los nipones ni se enteraron que habían atropellado
algo. Pero si luego tienes el talento de rodearte de fieles amigos, escritores
y periodistas, como Gore Vidal o Arthur M. Schlesinger, Jr. Puedes convertir en
tormenta de fuego un humo de pajas.
John Fitzgerald Kennedy siempre fue un
seguidor de la CIA, casi un rehén. De
Vietnam no debió pedir consejo a los franceses, que sí conocían las penalidades
de Indochina, y ni siquiera distinguía entre Tomkím, Aannam y Cochinchina,
creyendo que con Laos y Camboya formaban un dominó, y desconociendo el
milenario aborrecimiento vietnamita
hacia China. Comenzó asesinando al dictador sudvietnamita Ngo Dinh Diem
y a su hermano el ministro del Interior Ngo Dinh Un (que se lacaba los dientes
de negro para inspirar terror), ambos católicos como él, dándo el disparo de
salida para la escalada militar de sus sucesores. Ese asesinato de la CIA marca
el comienzo de la intervención americana en el sudeste asiático. Ya bajo la
Administración de Eisenhower la Agencia Central de Inteligencia Americana había
diseñado una invasión de juguete de Cuba, mercenarios del exilio anticastrista
con bases en Guatemala y el disparatado supuesto de que los cubanos se alzarían
espontáneamente contra el Régimen. Kennedy cargó las responsabilidades sobre la
CIA como antes había llorado sobre los hermanos Dinh.
La crisis de los missiles
en la Isla si le ganó respeto mundial porque aquel preámbulo del
Apocalìpsis fue una trampa irresponsable
de la URSS de Kruschev por mucha cohetería americana obsoleta que hubiera en la frontera turca.
Kennedy y su equipo, en particular su hermano Robert, Fiscal General,
posteriormente también asesinado, supieron mantenerse firmes sin desconectar
nunca el teletipo que les unía con el Kremlin. En la Casa Blanca no podían hacer otra cosa y la
hicieron bien. El Cuerpo para la Paz, voluntarios desplegados fundamentalmente
en Centro y Sudamérica, estuvo compuesto por más agentes de inteligencia que
pos cooperantes, y fue más eficaz, tras Kennedy, la cancelación de la Doctrina
de la Seguridad Nacional y el cierre de
la panameña Escuela de las Americas para formación ignomisiosa de militares
contrainsurgentes. Vaya en su descargo que no le dieron tiempo, pero sí sembró
la carrera espacial y sinceros avances en los derechos civiles. Biografía de
claroscuros en la que predomina el fisgoneo de alcoba y las admiraciones
incondicionales. Reagan o Clinton ya compiten con él en la Presidencia mejor
considerada tras Roosevelt. Lo más impresionante que me queda de su mandato es
lo que estaba haciendo yo el día que le asesinaron tan extrañamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario