Excepto Unión Sindical
Obrera, los sindicatos profesionales y los vergonzantemente denominados
“amarillos”, las dos grandes centrales Unión General de Trabajadores y
Comisiones Obreras comienzan a pertenecer a la especie de los dinosaurios, y su
extinción es necesaria para el desarrollo de los mamíferos y un mayor desarrollo cerebral. Todo el basural
que está lloviendo sobre los dos grandes sindicatos se interpreta farisaicamente
como la inconfesable aspiración de que los sindicatos desaparezcan o pierdan su
inluencia. Ni la Patronal pretende tal cosa, que la horrorizaría, ni existen
sondeos de opinión que indiquen que la sociedad pefiere un mundo sin agentes
sociales. Pero hemos llegado a un punto en que el Demonio no se puede quejar de
que le demonicen. Otros sindicatos son posibles, como por ejemplo los alemanes.
Tienen prohibida la huelga general (no la sectorial) por ser una acción
política superadora del sindicalismo y no pueden recibir fondos públicos,
administrándose con las cuotas de sus afiliados. A cambio todo trabajador tiene
la obligación de afiliarse a un sindicato. Sus contabilidades son auditadas con
publicidad hasta el último euro y la factura de la fiesta de la cerveza se la
tiene que pagar cada uno, y es que eres
más estricto con el dinero de tus compañeros que con las subvenciones del
erario.
Ya dijo la ministra de Cultura socialista, Cármen Calvo, que el dinero
público no era de nadie. Adujo que la interpretamos mal, pero la entendimos
demasiado bien. Otros sindicatos europeos no entienden la figura del piquete
informativo, que en el más apurado de los casos volantea panfletos para quien
desconozca una huelga. Pero quien rompa una vidriera o queme un contendor
siendo afiliado a una central sabe que su sindicato será subsidiario civil de
su vandalismo, con lo que refrena sus iras por justificadas que resulten. La
honradez en los gastos y la civilidad de las acciones es lo que ha hecho, por
ejemplo, a IGMetall uno de los más poderosos e influyentes sindicatos de la
Unión Europea, ejemplo que ni interesa ni influye en personajes
valleinclanescos como Cándido Méndez o el inefable “Toxo”, perennes
funcionarios de una nomenklatura burocrática y llegados a los despropósitos de
cobrar por cursos que no imparten, dar clases de risoterapia o de vivir de los
porcentajes que pagan los despedidos. Tener los ERES como masa de maniobra
(Como si no existieran bufetes laboralistas) supone el infierno del
sindicalismo. Otro sí de los liberados que han de cobrar de su sindicato,
reservándoles la empresa su puesto de trabajo. Todo ello es posible y el
sindicalismo saldría de la espiral de descrédito en la que no le ha metido la
jueza Alaya y su carrito de despropósitos.
La ley sindical de l.985 es tan
obsoleta que hasta Comisiones Obreras
pide su reforma para tener normas claras de financiación. La ley de huelga es
de l.977 (preconstitucional) y es un folio con un apartado de banalidades para
los trabajadores y otro para los patronos.
Se ve que entonces los españoles estábamos ocupados en asuntos más
trascendentes. La huelga de basuras en Madrid es un ejemplo puntual pero
ilustrativo: la única huelga es la de los piquetes salvajes. Sin vándalos y
respetando el 40% de servicios mínimos
la Capital olería, y o a rosas, pero no sería un estercolero. No hace falta
llamar al Ejército como hace dos años en Napoles sino dar órdenes a las
Policías municipal y nacional. Pero nada de esto sería necesario si contaramos
con los otros sindicatos posibles.
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