Es imaginable la risa
convulsa de un airado joven ácrata, okupa, antisistema, indignado, agobiado,
cabreado o simplemente nihilista ruso del San Petersburgo del siglo XIX, cuando
un juez de guardia le imponga una justificada multa de seiscientos mil euros
por romperle el escroto a martillazos al león del Congreso que no está capado,
de los fundidos por el escultor Ponzano con los cañones tomados a los moros en
las guerras marruecas. Eso sería risoterapia y no los cursos de formación o
financiación que imparte la UGT, porque el rebelde en busca de una causa ni
tiene cuenta bancaria, ni bienes muebles o inmuebles, ni automóvil ni
calzoncillos en condiciones que embargar. Si los etarras, que además de armas
cuentan con una financiera de protección oficial en el bar “Faisán”, no han
pagado jamás una indemnización o una multa, menos lo van a hacer los
profesionales del escrache en todas sus variantes. Las colas de insolventes y
morosos darán la vuelta a los edificios de los juzgados y nadie se verá
arruinado por confundir la calle con el Circo romano y el culo con las
témporas. La batería de sanciones económicas establecidas en la futura Ley de
Seguridad no son disparatadas ni coercitivas sino disuasorias, porque sí es
cierto que el vándalo que no va a responder ni con un euro sufrirá molestias
burocráticas e irá engordando su prontuario si reincide, y, si es egoísta, se
lo pensará una segunda vez antes de exaltar públicamente el odio al prójimo.
La Oposición ha de agarrarse a un clavo
ardiente, y un portavoz comunista califica este proyecto de ley de patada en la
boca comparándola con la llamada ley de patada en la puerta del Ministro
socialísta José Luis Corcuera. Intenté convencerle infructuosamente que la
inviolabilidad del domicilio, salvo con mandamiento judicial, era uno de los
pilares de la civilización occidental, como el “habeas corpus”, pero él
insistía en la necesidad de culminar las persecuciones “en caliente” habilitando
a la policía para echar la puerta abajo como bomberos con hacha accediendo a un
incendio. Incluso le ilustré que en Francia, aún con la órden de un juez, no
puedes violar un domicilio tras la puesta del Sol; hay que hacerlo de día.
Corcuera se lo jugó todo al Constitucional, perdió y dimitió, aunque me malicio
que quería irse de un Ministerio que desde Barrionuevo, Rafael Vera y Rodríguez
Colorado (solos o en compañía de otros) sí que estaba echando humo. Aquella
iniciativa socialista, jurídicamente brutal y analfabeta, nada tiene que ver
con este proyecto de Seguridad del PP que incluso rebaja a multas las penas de
cárcel ante las que no cabe alegar insolvencia. La portavoz socialista Soraya
Rodríguez, irreflexiva, mienta la horca en la casa del ahorcado tachando la que
será “Ley Menéndez” de represora y antidemocrática. Los que comenzaron su Gobierno metiendo a la gente en cal viva
hoy tildan de fascísta a un juez de paz. Derechos civiles no son manifestarte
con máscara o bajo un burka y una barra de hierro en una mano y una botella de
gasolina en la otra. Derechos civiles no son fotografiar la cara a los policías
para regar con ellas las redes sociales. Derechos civiles no son cercar el
Congreso, o los Comunes o el Reichstag. Lo que pretende el proyecto del
Gobierno es exactamente lo contrario de lo que se conduele hipócritamente la
izquierda : que todo el mundo pueda expresarse y manifestarse en paz llevando a
los niños a la calle a salvo de hijos de Atila de cualquier laya.
Soy perito en escraches tras haberlos
observado durante años. Nace del piamontés “screacé”´expectorar, escupir, y
corrompida la palabra al lunfardo, queda
en escrachar que literalmente significa arrojar, tirar, lanzar, con intenciones
ofensivas. Desde los años cincuenta del pasado siglo el peronismo lo utilizó
como intimidación y lo amplió socialmente. Se escracha o se intimida en casa a
la mujer o a los niños, se escracha o intimida a los subordinados, se escracha
o intimida al diario “Clarín” o a “Radio Belgrano” o a la televisión por cable
que fustiga el kirchnerismo, se escracha o intimida al político en una
confitería o a la sede de su partido. Es una curiosa manera de ejercer los
derechos civiles que hubiera espantado a Martin Luther King y que penetra entre
nosotros como cuchillo en manteca caliente. Cuando llegue su momento, diputados
y senadores nos tienen que aclarar si la intimidación a los ciudadanos o las
instituciones es un derecho, un delito, una falta, una farra o una muestra del
folcklore político nacional. Será la izquierda quien tendrá que retratarse
definiendo el escrache. Hay que hablar de la violencia inherente al ser humano,
porque la represión viene después, como el carro al caballo. Hace años cené con
el mítico Marco Panella, aún líder del transnacional Partido Radical que quería
introducir en España. Llegaron al 9% de los votos italianos y eran capaces de
meter en la Cámara a una peripatética famosa como la “Ciccolina” o de amparar
los más extravagantes derechos individuales. Panella, político europeísta,
periodista y gran seductor, siempre sabía encontrarse a la derecha de la
izquierda y a la izquierda de la derecha, sin ser para nada uno centrista. Le
pregunté cómo derramaba su variopinto y hasta contradictorio almacén ideológico
libertario sobre el orden social. Me miró con picardía: “Caro amigo: violencia,
ni en la cama. ” Tuve que reírme y no he olvidado su máxima.
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