La 28ª sesión de la vista por el intento de golpe de Estado del 23
de febrero se inició ayer con la petición del presidente del tribunal al público
presente en la sala para que diera ejemplo de corrección, y la advertencia al
fiscal, abogados y testigos para se abstuvieran de hacer juicios de valor.
Comoquiera que ninguno de los abogados quiso hacer preguntas al general Sáenz
de Santa.María, se pasó al interrogatorio del testigo José Juste González,
general de división, que el 23-F estaba al mando de la División Acorazada
Brunete. Este afirmó que en aquella jornada detentó en todo momento el control
de la DAC y no ordenó la salida de sus unidades. Acusó también Juste al coronel
San Martín de haberle ocultado información de lo que se preparaba para el 23 de
febrero. En el interrogatorio a que fue sometido, Juste dijo que sólo autorizó
cubrir como objetivos Radiotelevisión Española, emisoras de radio y
determinados puntos geográficos, entre ellos el parque del Oeste y la plaza de
Castilla. Insistió, sin embargo, en que no tuvo conocimiento de que se fuera a
ocupar ningún periódico. La vista se reanudará hoy.
Por sus connotaciones
extraprocesales este juicio tiene la dudosa virtud de emponzoñar todo lo que
roza; caballo de Atila de reputaciones y expectativas personales y políticas,
puede que no permita crecer la hierba en las biografías por las que pasa. Ayer
era obligado pensarlo cuando, resueltas por el presidente las incidencias de la
víspera, prosiguió el interrogatorio del teniente general Sáenz de Santa María
y todo el resto de las defensas que podían intervenir desgranaron un rosario
seco y despectivo de "Nada, mi general", "No hay
preguntas", "Esta defensa no tiene nada que preguntar",
"Sin preguntas". Sólo el Fiscal cerró, muy brevemente, este
interrogatorio. Varias mimbres urdieron la actitud de las defensas, que tuvo
gesto de desprecio: acaso una recomendación del tribunal para no abundar en la
declaración de un testigo que despierta tales animosidades entre los
procesados; seguro la conveniencia de los abogados de no dar pie a que se
extendiera una declaración abiertamente desfavorable para sus defendidos, y
resaltar un rictus procesal doliente y solemne que recuerde al resto de los
citados lo que aquí puede pasar si contestan con un punto de fervor
constitucional o utilizan acertadamente la tabla de los calificativos. El caso
es que este admirable teniente general ha pasado también por el abrasivo del
juicio. Es comentario casi unánime la molturación que en los últimos dos días
ha sufrido el futuro profesional y político del teniente general Sáenz de Santa
María. El juicio es, así, un remedo golpista de Saturno: no devora a sus hijos,
pero fastidia a los demócratas.La vista se abrió con quince minutos de retraso
en una fronda de rumores de antesala; no hubo para tal.
Los encausados estaban en
sus sillas, excepción hecha de la acostumbrada ausencia de Carrés. En el
monótono universo de la sala, un cambio casi imperceptible: un soldado de la
Policía Militar ha cambiado su ubicación y se sienta junto a las filas de
procesados, en el camino de éstos a la puerta.
El presidente abre la sesión
advirtiendo al público, defensores y observadores jurídicos que no tolerará
manifestaciones de ninguna índole en la sala, pide ejemplaridad en el
comportamiento, renuncia de ambas partes a las conceptuaciones peyorativas en
los interrogatorios e invita a Adolfo de Miguel y al general Sáenz de Santa
María a retirar palabras y, conceptos expresados la víspera. Ni la más leve
palabra de reconvención para los justiciables que desobedecieron al tribunal y
dieron pie a los incidentes posteriores y a la comedia de las voces, portazos, indignación
de guardarropía, entradas y salidas. Bien es verdad que se comunicó
oficiosamente a la Prensa la severa
amonestación que, en
privado, recibieron ayer los encausados protagonistas del desacato. Bien. Ayer,
la satisfacción de la mayoría de las defensas era explícita: han subido otro
escalón en su estrategia en pro de la dominación del juicio.
Como un rompehielos se abre
paso por el entramado de esta causa la convicción derrotista o entreguista de
que lo único importante es que no se suspenda el proceso. Es una forma como
otra cualquiera de partir de un supuesto de debilidad por parte del presidente
de la sala: guante blanco y tolerancia exquisita con los encausados, no vaya a
ser que se retire un abogado y haya que parar el juicio. Si los togados de la
defensa política, crecidos de sesión en sesión, estiman
útil para sus defendidos y la causa extraprocesal que patrocinan parar el
juicio, lo pararán, absolutamente al margen de lo que haga o deje de hacer el
presidente de la Sala. A éste sólo le queda -acaso le quedaba- el asidero de la
dignidad de la sala que preside y el ejercicio sin reservas de su autoridad.
Los comentarios de ayer,
fuera de la sala, acerca de la decisión presidencial significaron la jornada,
exenta de gran interés por las declaraciones de generales como Juste o Víctor
Castro. Presidía ese derrotismo que va desde la buena voluntad del decano
Pedrol pidiendo a los defensores que no se retiren, a la argumentación de
algunos jurídicos militares sobre que en el proceso de Burgos (mala
comparación) también hubo incidentes, más graves, o que la presidencia quiere
evitar la continuación del juicio a puerta cerrada (la mejor forma de que la
información sobre el proceso quede monopolizada por alguno de los numerosos
defensores). El caso es que, a mes y pico de sesiones y ya con alguna
experiencia de incidentes, el presidente sólo ha hecho levantarse a la Policía
Militar (que aquí es su policía judicial) para poner en la calle al director deDiario-16.
La bien intencionada mezcla del presidente, teniente general Alvarez Rodríguez,
de dureza formal y condescendencia en el fondo de los problemas graves, con que
viene pilotando este juicio acabará conduciendo a nuevos incidentes aún más
premeditados que los del lunes. Es cierto, como se comenta en la antesala, que
algunos encausados nada tienen ya militarmente que perder, y jugarán con sus
defensas en envites de todo o nada. Y precisamente porque eso es así es por lo
que la tolerancia con ellos es un empeño vano destinado al fracaso; la
tolerancia surte efectos milagrosos sobre quien alberga una esperanza, no sobre
quien ve -jerga militar- que le cuelgan
el caqui. En este caso, el dejar hacer/ dejar pasar sólo puede deparar el
lamentable desprestigio de la sala. El chau-chau campamental lleva días ronroneando una
posible ausencia por enfermedad del presidente aprovechando el paréntesis
pascual. Puede que el rumor tenga bases sólidas y que este oficial general, tal
como se le ve y se le escucha, haya superado sus propios límites de paciencia y
hasta de sufrimiento moral. Quizá donde en verdad hace falta un golpe de timón es en Campamento.
Por lo demás, ayer acabó el
interrogatorio del general Juste (jefe de la Acorazada durante los autos) y del
también divisionario Víctor Castro (director general de Armamento y
Construcción), que pasó buena parte del 23 de febrero en el despacho de
Gabeiras, jefe entonces del Estado Mayor del Ejército. Se esperaba poco menos
que una carnicería sobre la estampa digna y patética de
este militar al que se ve envejecido por sobre su edad, un punto dislálico,
balbuciente y psicológicamente muy afectado por unos sucesos que han destrozado
la punta final de su carrera de armas. Preocupado por sucesos del comienzo de
la guerra civil en los que jefes de grandes unidades perdieron el mando de las
mismas a manos de sus subordinados, procura en aquella tarde de febrero ganar
tiempo ("Se tardan horas en poner en marcha la división") en medio de
un mar de dudas sobre la fidelidad de sus más inmediatos colaboradores. Cuando
el coronel San Martín le advierte, camino de Zaragoza, que algo pasa en la
división" y que "alguna Región Militar debe estar revuelta", no
llama directamente a su puesto de mando, al tener conocimiento anterior de que
los teléfonos de la Acorazada estaban pinchados. Ignora quién ordenó tal servicio de
escucha ni pudo detectarlo en su día con los propios medios de su división.
Al recibir una primera
información de lo que se avecinaba por boca de Pardo Zancada, piensa en
telefonear a su capitán general, pero se lo desaconsejan ("Milans se
encargará de llamar a las Regiones Militares"). Desconfía, pero teme
descolgar el teléfono ante unos subordinados de cuya obediencia recela. Hasta
cierto punto deja hacer y, finalmente, da su primera orden terminante: que
regresen las unidades que han salido a ocupar Radiotelevisión y otros
objetivos. Pero después "se le escapa" un capitán hacia La Voz de
Madrid ("Me dijo que había ido sólo a hablar con amigos suyos"), y
Pardo Zancada, camino del Congreso. Aquella tarde estuvo llamando a la
Zarzuela, angustiado, pidiendo la retransmisión urgente del mensaje del Rey,
ante su imposibilidad de seguir sujetando a la Acorazada.
Sobre el papel en los autos
de este general hay dos versiones. Que fue engañado por omisión desde su propio Estado Mayor, propicio
al golpe de Estado. La versión maliciosa es que dudó unas horas hasta poder
advertir por dónde se decantaba la Historia, y en esas horas de zozobra perdió
la estimación de unos y de otros. Pero sea como fuera, no hay en su actitud ni
soberbia ni marrullería; sólo un profundo dolor ante unpatinazo o un engaño que lo incluye, a su pesar,
en futuras monografías históricas. El más afectado de los que han pasado por la
sala. Y, a la postre, el jefe de la Acorazada que
no salió. El mejor elogio y
exculpación que puede hacérsele es la íntima suposición de lo que hubiera
ocurrido el 23 de febrero si la Brunete se encuentra al cargo de un Torres
Rojas o un Milans.
Pone empeño en repetir que
en la lista de objetivos a ocupar en Madrid no figuraba ningún periódico (sólo
RTVE, algunas emisoras y zonas geográficas de la ciudad: parque del Oeste,
Campo del Moro, plaza de Castilla, Retiro) y tiene el detalle, no solicitado
por las defensas y que le honra, de relatar su extrañeza ante aquella
afirmación de Torres Rojas de que la Reina sostenía a los espadones. "Me
acordé entonces que, siendo agregado militar en Roma, acudí al aeropuerto a recibir
a doña Sofía, que regresaba de Grecia tras el golpe de los coroneles. No podía
creer que suscribiera un golpe militar".
Y está profundamente
amargado con su jefe de Estado Mayor, coronel San Martín, al que acusa de
haberle retenido información esencial para poder haber obrado en aquella fecha
con más rapidez y acierto. Un soldado viva imagen de la desolación. Tras una
jornada de soberbia, sus maneras merecen todo respeto.
Víctor Castro San Martín, un
general tenido por estricto, destapador delcaso Matesa siendo director general de Aduanas,
amigo íntimo del general Armada, padeció un no extenso interrogatorio, que
resultó favorable a aquél. El frente político de los defensores logró, no
obstante, arrancarle al testigo la deposición de que la Zarzuela (sin
especificar quién) autorizó al general Armada para ofrecerse al Congreso, a
título personal, como presidente del Gobierno. Poco más o menos, que se le dijo
a título personal un "haz lo que quieras o lo que puedas".
Se levanta la sesión con
sonrisas de oído a oído de muchos defensores. No tuvieron que emplearse a fondo
y fue una jornada gananciosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario