La 27º sesión del juicio por
el intento golpista del 23-F tuvo que ser suspendida, antes de la hora
acostumbrada, por el presidente del Tribunal, tras un grave incidente
protagonizado por el teniente general Miláns del Bosch. Este, junto con otros
tres procesados, el capitán de navío Camilo Menéndez, el teniente coronel Mas
Oliver y el comandante Pardo Zancada, -abandonaron la sala ante las
declaraciones del segundo testigo de la jornada, el teniente general Sáenz de
Santa María, quien comparó el asalto del Congreso con el secuestro de un avión.
Los cuatro procesados, después, desobedecieron las órdenes del presidente del
Tribunal, cuando éste les mandó que volvieran a sus puestos. Otras veinte
personas, la mayoría familiares de procesados, siguieron esta postura. Durante
la mañana, que fue ocupada íntegramente en el interrogatorio del director de la
Guardia Civil, otros treinta familiares abandonaron, también, la sala en
desacuerdo con una declaración de Aramburu Topete.
El segundo incidente
(gravísimo para la dignidad y credibilidad de esta Sala de Justicia) se produjo
entre las cinco y media y las seis menos cuarto de ayer, al borde ya de acabar
la sesión. Adolfo de Miguel (defensor de Camilo Menéndez, Pardo Zancada y
García Carrés) se había empecinado desde el interrogatorio matutino del
teniente general Aramburu, director de la Guardia Civil, en extraer del
vocabulario de esta causa la acepción rehenes como alusión a los parlamentarios
secuestrados como rehenes por los golpistas del
23-F.Interrogando al teniente general Sáenz de Santa María (jefe de la Policía
Nacional cuando los autos y actual Capitán General de Valladolid), De Miguel
mantuvo el siguiente diálogo:
-Vuecencia ha empleado por
tres veces el término rehenes al referirse a los diputados durante aquellas
horas. ¿Le da usted a esta palabra el carácter impropio y de uso corriente o el
propio de los que ven su vida como prenda?
-Si unos secuestradores
entran en un avión, con armas, ejerciendo la violencia y cambian el rumbo de la
nave, utilizan a los pasajeros como rehenes para lograr sus propósitos.
Utilizando este símil puede decirse que quienes entraron con violencia en el
Congreso querían cambiar el rumbo del país, amenazando al piloto del Congreso
que sería su Presidente y tomando como rehenes a los diputados que serían los
pasajeros.
El encausado Camilo
Menéndez, capitán de navío, se pone en pie y abandona la sala por la puerta
lateral (sólo para justiciables y letrados) que tiene a escasos metros a su
derecha. Lo hace a un paso menos bonachón de lo acostumbrado pero en los
segundos siguientes nadie advierte nada. Durante las sesiones los encausados
salen o entran con alguna frecuencia. Adolfo de Miguel prosigue su
interrogatorio.
- Entonces a la palabra
rehén le da usted el sentido impropio...
El comandante Pardo Zancada
se ha puesto en pie como un fleje de metal, rígido, tenso; hace un momento ha
salido y regresó a la Sala. Se hace evidente que este ordenancista espera
airado permiso de la Presidencia para retirarse. Finalmente, sin obtenerlo, se
marcha. Milans pronuncia unas palabras que, sin megafonía, se pierden; mira a
los lados y se levanta dirigiéndose al Tribunal. Otros encausados (cinco, seis)
se van levantando; unos quedan firmes ante sus sillas de acusados; otros hacen
ademán de retirarse. Un recluta de aviación que hace de ujier ante la puerta de
acusados se cruza con Milans para conectarle un micrófono. Al fin éste es audible
y se detiene la crecida de murmullos en la Sala (ya hay bastante gente en pie o
a medio incorporar). Milans, visiblemente iracundo, dice que se marcha
"porque nos están llamando... ; porque nos están dando calificaciones que
no merecemos..."
El Presidente, teniente
general Alvarez Rodríguez, que ya ha hecho tronar la megafonía con órdenes de
"¡Siéntense!", le contesta con un "¡No ha lugar!". Milans,
vacila, alza su mano derecha hacia la presidencia en gesto despectivo y regresa
a desgana a su asiento. Familiares de procesados e invitados desfilan entre las
silletas camino de las dos puertas de la izquierda (destinadas a ellos,
periodistas, comisiones militares y observadores jurídicos); al menos cinco
observadores militares acompañan a los familiares en la retirada de protesta;
se escuchan fuertes portazos de los primeros que abandonan la Sala en solitario
antes que lo hagan los grupos. Tensión y desconcierto. La Policía Militar que
cubre dos laterales de la zona ocupada por el público continúa sentada (no fue
requerida en ningún momento) y sin saber qué hacer. Se escucha la voz
inconfundible del letrado Segura, fundador de Fuerza Nueva, defensor del
capitán Muñecas y del teniente Carricondo:
-Comunico a esta presidencia
que me retiro esta tarde...
Revuelo de togas negras y
uniformes caqui en el largo estrado de las defensas; retiran sus sillas, se
levantan y comienzan a marcharse en número indeterminado; prácticamente todos
los codefensores militares; seguro el teniente general Diez de Mendívil, codefensor
de Ibáñez Inglés. Los rumores pasan a intercambios verbales en alta voz, ruido
de sillas que se arrastran, portazos... El Presidente intenta controlar la
situación (mientras las defensas desalojan la Sala) aduciendo que acaso el
testigo sólo está haciendo un símil que podría retirar...
Saénz de Santa María (en
tono grave y bajo): "Lo retiro". (Risas entre los procesados que aún
no se han marchado). El Presidente recuerda a los encausados que nunca ha
prohibido sus ausencias cuando así lo han necesitado y pregunta a De Miguel que
si puede continuar con su interrogatorio Milans se levanta hacia el micrófono:
-Pido retirarme; me
encuentro malo; esto me da náuseas, me da asco... ¡Me marcho!"
Vuelve a hacer un gesto
despectivo hacia el Tribunal, da media vuelta y abandona la Sala mientras se
escucha la voz nerviosa del Presidente que le advierte en tono imperativo sobre
las responsabilidades en las que está incurriendo. Otros encausados vuelven a
levantarse e inician el camino de salida.
-¡Siéntense, siéntense, he
dicho que se sienten! (El Presidente hace retumbar la megafonía). Todos
regresan a sus sillas menos el teniente coronel Mas, ayudante de Milans, que
abandona la Sala.
El coronel Escandell,
defensor de Milans y de Ibáñez Inglés, toma sin venia la palabra e improvisa
sobre el estado anímico de Milans, acepta la palabra del general Santa María
retirando el símil del avión secuestrado, y ruega encarecidamente no se tenga
en cuenta el incidente dado que por el estado de Milans éste no ha oído las
explicaciones del Capitán General de Valladolid. El abogado Quintana pide unos
minutos de suspensión; le corta Martín Fernández, defensor del teniente coronel
Mas: "Mi defendido ha abandonado la Sala para atender a su jefe que se
encuentra en estado de necesidad". El Presidente: "Se admiten las
explicaciones de los señores letrados y esta presidencia ruega que se aconseje
a los acusados que mantengan los nervios o pidan permiso para ausentarse, cosa
que esta presidencia nunca ha denegado". Los coroneles Ibáñez y San Martín
se yerguen como flechas; otros cinco en causados se levantan en rápidos
intervalos en actitud de pedir venia para irse; algunos inician la sa lida.
Gritos de la Presidencia:"¡Siéntense, siéntense!..."
Un abogado sugiere sea
suspendida la sesión. El Presidente -"dada la hora"- accede y
recomienda a los letrados hagan ver a sus defendidos la gravedad de sus gestos.
-Se levanta la sesión hasta
mañana (por hoy) a las diez. ¡Desalojen la Sala!
Expectación e intercambio
estupefacto de miradas. Voces ininteligibles con tono imprecativo se escuchan
desde las defensas hacia los observadores jurídicos (muchos de ellos jurídicos
militares); Muñoz Perea (defensor del capitán Pascual Gálvez y yerno de Blas
Piñar) agita los brazos airado; algunos procesados increpan al testigo.
-¡Desalojen la Sala,
desalojen la Sala!Voz del fiscal por la megafonía: "Recuerdo a la
presidencia que el testigo sigue sentado". El Presidente le hace señas de
que puede retirarse. Se vacía la Sala entre nervios de los militares hasta ahora
más conspicuos, incredulidad y caras de satisfacción. Los teléfonos punta-punta
que conectan la saleta de trabajo militar, contigua a la habitación destinada a
la Prensa, con la Moncloa, el Ministerio de Defensa o la segunda sección de
Capitanía están en manos de oficiales que leen frenéticos sus notas dando la
novedad.
Se veía venir este segundo
incidente que convirtió ayer la Sala de Justicia casi en representación de
vodevil con puertas abriéndose y cerrándose con ruido y actores que salen o
entran a escena, voces y carreras. Ya por la mañana las declaraciones del
general Aramburu, reputando de calumniosas las imputaciones que se le hacen de
haber proferido frases despectivas hacia sus guardias, originaron la retirada
ostentosa de casi todos los familiares asistentes, mujeres en su mayoría
(Tejero y el capitan Dusmets no se personaron en la vista durante toda la
jornada). Luego en la tarde, a medida que avanzaba el interrogatorio de Sáenz
de Santa María, podía haberse supuesto que los procesadosmontarían su insólito número con tal de frenar o poner sordina a un
testigo que estaba resultando impecable y admirable, y cuyas palabras, por
primera vez en mes y pico de juicio, estaban reconduciendo el proceso a sus verdaderas
dimensiones. Así cuando Muñoz Peréa le pregunta si fue constitucional el
Gobierno de secretarios de Estado y subsecretarios, responde: "Eso habrá
que preguntárselo al Tribunal Constitucional." O su contestación a De
Miguel:
- "¿Tenía conocimiento
del malestar que entre las Fuerzas Armadas existía el 23 de febrero por causa
del terrorismo que asola nuestra patria?
-Sí; tenía conocimiento
desde 1.968 en que comenzó el terrorismo en nuestra patria. Pero las Fuerzas
Armadas superan ese estado de disgusto cumpliendo con su deber. La lucha contra
el terrorismo exige sacrificios. En este país el terrorismo asesinó a un
Presidente del Gobierno y las Fuerzas Armadas se atuvieron a sus obligaciones.
En la mañana Aramburu se
defendió mejor que Gabeiras del acoso de la mayoría de los defensores (bien es
verdad que las arremetidas no fueron tan duras; Gabeiras pasa a la B en veinte
días y Aramburu y Santa María tienen vida militar por delante). Recordó ante
las diferentes versiones sobre su incidente con Tejero o las palabras que sobre
los guardias le quieren atribuir que él está bajoj juramento y no los
encausados. Por lo demás Aramburu entiende que el pacto del capó no exculpaba a ningún teniente, ni
siquiera a los de la Acorazada, y ante unas defensas que procuran dejar la
sensación de que este oficial general actuó el 23 de febrero dubitativo o
medroso, arguye razonablemente su propósito en aquella larga noche de dejar
pudrir la situación y salir sin víctimas de la pesadilla. Enumera todas las
intimidaciones la rendición que ordenó aquel día (hasta por altavoces) y
contesta así al abogado de Tejero: (López Montero)
-Los presuntos rebeldes
¿dispararon contra las fuerzas que estaban fuera del Congreso?
-Contra nosotros no, contra
el Parlamento sí.
Incorreciones, capciosidades
y hasta trampas de sintaxis (que irritaron a la presidencia en numerosas
ocasiones) para intentar desautorizar el testimonio de un militar leal. Y
pregunta a pregunta, insinuación a insinuación, la idea fija como siembra de
futuros rencores institucionales de que la Guardia Civil ha sido traicionada.
Pero el rencor que ayer pudo
palparse en Campamento fue el de unos soldados perdidos acusados de rebelión
militrar contra sus compañeros de armas leales a sus jefes y a sus leyes. Ira,
casi física, entre dos maneras irreconciliables de entender la milicia. Esta es
la única lección de ayer: o la una o la otra; no cabe la componenda.
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